miércoles, 25 de junio de 2008

Barboncito

En los últimos días, suelo andar mal vestido. No desharrapado, pero sí mal vestido. Eso no tiene importancia porque por estos días voy siguiendo el hilo de mis pensamientos. Claro que tiene sus inconvenientes, porque si veo al pasar por la calle una chica muy rica, que me gusta mucho, opto por cruzar la pista y pensar en otras cosas (aunque no siempre puedo volver hacia mis pensamientos), y bueno, como soy de carne y hueso a lo único que atino, después de unos segundos de no saber nada, es a mirarle el culo, que al final la vida es así. La cosa es que no son días especialmente buenos ni especialmente malos, y me cuestan ciertas cosas. Como escribir cosas en las que vengo pensando hace un tiempo.

Pensaba escribir sobre Barboncito. Nada especial, pero más de una de las cosas que pasaban allí me despiertan curiosidad al recordarlas. La mancha de chibolos con la que paraba tenía un aliento perverso (quizás de ahí algunas personas saquen alguna conclusión sobre mi, no se los reprocho, pero eran ellos los perversos, yo sólo iba tras ellos porque era de los menores, como la cola de un cometa no puede seguir sino a la veloz masa nuclear del aerolito, que se desplaza a full para dar vueltas alrededor del sol), y bueno, era divertido pasarla teniendo impresiones duras y contrastadas entre un mar de edificios de ladrillo, de patios de cemento, como los del Agrupamiento Barboncito, que queda en Miraflores, en Aramburú, que era donde quedaba mi barrio de infancia. Recuerdo por ejemplo, que una vez había habido un accidente en la Vía Expresa, un tremendo choque en el que los carros habían quedado como acordeones, y los cuerpos habían volado por el parabrisas, todo húmedo y mojado hacia las seis de la tarde, un montón de sangre por todos lados, y que enterada del asunto, toda la mancha había acudido a curiosear. El asunto es que los sesos también estaban desperdigados por ahí, todo un menjunje de órganos humanos al aire producto del accidente. A quien sería el que se le ocurrió, la cosa es que ni tontos ni perezosos, pero sí algo frikis, uno de los líderes entre los de mi mancha, había decidido que era una buena idea llevarse los sesos en una bolsita y nos los
trajimos al barrio. Todo muy en secreto, no fueran a reclamarnos ese macabro botín. Sé que todo esto no es muy aleccionador pero así era mi mancha, no se puede hacer nada, un buen día a Tommy se le ocurría venir con todos los cohetes grandotes que había comprado en el barrio chino, en Calle Capón, y los colocaba en la boca de los diferentes hormigueros del jardín, en un área de 20 a 50 mts. cuadrados, y hacía volar en cadena todos los hormigueros, y las hormigas tenían así una verdaderamente triste navidad porque los cohetes los compraban para esta época. Era una gran masacre de hormigas pero a Tommy le divertía, también crucificaba polillas con un arte de miniaturista, pero no quiero darle tanta vitrina a estos episodios.

Con los sesos en la bolsita transparente, el asunto no acabó ahí, sino que se les ocurrió esconderlos dentro de una alcantarilla, una toma de agua en realidad pero que era una especie de alcantarilla, y ahí dentro de la bolsita consiguieron colocar un sapo, pensando que el sapo no escatimaría en gustos de gourmet y bueno, se dedicara a comer a sus anchas. Mi hermano Augusto dice que él sufría, que siempre estaba sintiendo que se cometían muchas injusticias, y sintiendo también que todo eso debía cambiar, el asunto es que Barboncito por ubicarse en la entrada de Miraflores desde San Isidro, y por prohijar a muchas familias con aspiraciones sociales (declinadas, varias de las familias decían haber perdido tierras durante la Reforma Agraria), era una especie de flor del arribismo social, aunque para mi ese no es el recuerdo, ni el de la violencia de la infancia, sino el hecho que el tiempo se pasaba volando en el verano, que nunca dejaban de ocurrir cosas la mar de interesantes, y me recuerdo escondido entre las matas de geranios (estaría jugando las escondidas o ladrones y celadores), oliendo el olor de los geranios que llegaba hasta el centro de mis pulmones, aunque en ese momento yo tan sólo estaba a la expectativa, nervioso, viendo con ojos de lince hacia todos lados, con un sentimiento perpetuo de miedo y de aventura, divisando inconscientemente las columnas de hormigas entre los terrones y también los pequeños chanchitos, en qué momento salir corriendo.

Es decir, estos no son sino hechos saltantes y la mancha no me parecía ni tan perversa, sino sólo los podía apreciar como incendiarios de la experiencia, de la pérdida constante de la noción de las cosas, porque todo ocurría rápidamente y en exceso. Lo mismo una vez llegó un patita al barrio y al toque lo aceptamos en los partidos de fulbito en el Patio de la Bomba y vaya, era un buen arquero. Pasaba lo de siempre en esos partidos de fulbito, que la pelota a veces se iba de un taponazo a la casa del costado de la cancha, y volaban los vidrios de una casa y todos salíamos picándola. Vaya, era una mierda eso. Todos a toda velo corriendo por los pasadizos entre los patios y cagándonos de risa, pero después nos devolvían la pelota desinflada y pidiendo chepa. Bueno, vino este pata a parar con nosotros y todo iba bien, hasta que un buen día alguien vino con la noticia que no era chico, que en realidad era una chica. Mierda. Pucha, si parecía un chico. Un pata de unos 13 a 14 años, pero un pata al fin, con el pelo corto y no sé si se parecía al chico de Boys don’t cries, porque en la memoria se me nubla el rostro que tenía. Ahí sacaron que con razón cuando le tiraban un taponazo en los huevos se quedaba medio desmayado, claro, si en realidad se trataba de una chica, pero yo creo que esa era la clásica de mi barrio, que no querían quedar como huevones, porque yo no había visto nada. Bien, normal. Todos estaban alterados con esta cosa de haber pasado jugando más de un par de semanas partidos de fulbito con este patita que ahora resultaba que había sido chica. Todo esto recuerdo que generó una gran conmoción y en los días siguientes todo el mundo anduvo a la espera para el gran desenmascaramiento. Ni más ni menos. Y un buen día estábamos jugando un partido en el Patio de la Bomba y el pata-chica apareció. Ni bien apareció por el horizonte todo el mundo salió despavorido en su persecución. Yo nunca había visto correr a tanta velocidad a mis patas, y también estaban “los grandes” (huevones que tenían 15 a 16 años, recuerdo que todos eran tablistas, surfers), así que la persecución se volvió inclemente porque el pata-chica salió volando y todos detrás corriendo como condenados. Yo también corría en la persecución y jamás mis piernas estuvieron tan atléticas como ese día cuando yo tenía 8 años. Fueron por la Virgen, que era el extremo de Barboncito con la Vía Expresa, y después volamos por Gervasio Santillana hasta llegar a Tacna en la persecución. Yo andaba bien botado pero seguía a la gente que iba delante. Hasta que encontré una pelotera de gente, me escabullí entre los brazos y piernas de esa pelotera de gente tan nutrida, y vi al pata-chica atrapado entre 2 de “los grandes”, que le preguntaban como si hubiera cometido un delito, si en realidad era pata o era chica, porque había gente de otro barrio que les había pasado la voz que era chica. Manya, qué duro, ahora que lo pienso. Creo que insistió en que era un pata, porque procedieron a sacarle el polo, y creo que esa es la primera vez que vi unos pezones y unas tetas tan blancas en la calle, porque hace poco estaba en un taxi por Nicolás Arreola, y ahí sobre las 11 o 12 de la noche, es normal ver a las locas que hacen la calle, también con unas tetas muy blancas y unos pezones tan granulados y granates, que impresionan de tanto pintarse la cara y las pelucas de colores que utilizan.

Para mi, estas no son nada respecto a las historias de mi barrunto, Barboncito, barrio siempre exagerado, vital, de un brinco mi memoria está en el momento en que todos los agentes de la PIP (la Policía de Investigaciones) rodeaban la casa en tercer piso de los mellizos Ubillús, unos de “los grandes”, los agentes de la PIP con sus pistolas cercando su departamento y después toda la mancha contando que los mellizos habían salido por las ventanas de atrás del edificio, se habían descolgado por las paredes cual Hombre Araña y habían dejado un montón de sábanas en el jardín de abajo, habían salido pitando hacia el Patio Central y después hacia Petit Thouars, todos contentos de tener una historia de narcotraficantes tan a la mano.

domingo, 22 de junio de 2008

La Nueva Calata

Esta mañana estaba por pegar una nueva calata en las paredes de mi cuarto. Hay 3 calatas titulares en la pared, que son una verdadera delicia, y que viven ahí pegadas hace unos meses. Inevitablemente, me acuerdo de huevadas: en los tiempos que andaba con Phoebe y subíamos por una escalera de un edificio en Surquillo, antes cuando subíamos al bus y el ómnibus arrancaba de golpe, tumbando a la mitad de los pasajeros, y ella se ponía a putear al cobrador, al chofer (era la línea 9, que me parece en un momento voltea hacia Angamos), y yo veía contento que todo el mundo volteaba a ver qué chica más foraja era la que hablaba con una voz de chiquillo. El pelo rubio dorado, unos ojos de gato que iluminaban todo el ómnibus. Vaya, era paja andar con Phoebe por ahí. Y lo recuerdo porque una vez había salido como modelo en los catálogos de Unique, estaba fotografiada con unos ojos evanescentes, como si desperatara a la poesía a las personas que buscaban elegir el mejor cosmético, y le dije que me regale el catálogo, y ella al toque: -No, no, no. Después las pones junto a las calatas de tu cuarto y te estás corriendo la paja con eso, qué asco. Y bueno, yo le decía con toda la exageración de las frases que nos salen en limeño: -Regálame el catálogo, te juro que nunca en mi vida me he corrido la paja. Ella me miraba como si no me creyese un carajo. Luego, decía: -Qué triste es tu vida, si nunca te has corrido la paja. Y así se discutía con ella toda la vida, qué hacer si una chica sale preciosa, y al mismo tiempo, tan previsora, y nos habla así todo el tiempo.

Asuntos pendientes antes de morir

Una de las cosas que siempre he detestado es la repetición. Algunas veces llegué a reacciones exageradas por esta animadversión. Así, recuerdo que cuando tenía 18 años bajaba a la universidad llegando al punto que tenía toda la intención de cambiar y cambiar de personalidad según la persona que se presentara a mi lado. Tener una sensibilidad y pensamiento tan maleables, hacía que desde que empezaba la mañana, aspirando toda esa humedad limeña que a mi me inspira más bien una sensación neta de libertad mojada, caminara hacia la universidad y a lo largo del día me desperdigara en tantos contactos humanos tan diferentes entre sí, vertiendo desde la personalidad más extrovertida y abierta que estrenaba por la mañana, hasta la enfundada melancolía y silencio hacia la tarde, todo vivo, discordante, un paseo por la galería de los tipos humanos frente al cual Dr. Jekyll y Mister Hyde eran una simplificación absurda de la vasta impronta de personalidades que, dado el caso, uno puede esgrimir en un solo día.

Después apareció esa película, Zelig, pero ese es el arte de la mimetización y la inseguridad, y de eso no se trataba. Se trataba de que en cada caso, en cada encuentro fortuito con un amigo o amiga, debía elaborar una nueva personalidad única y compleja, con sus manías, puntos de vista y disposiciones de ánimo particulares. Ser una especie de autor teatral improvisado de sí mismo, permanentemente, y de una forma verdaderamente exigente (sin que por eso, creo, dejara de ser divertido). ¿Por qué tener una sola personalidad si nadie te lo ha pedido? Repetirse a sí mismo, repetir una personalidad ya sustentada, era terriblemente aburrido, y en los vastos territorios humanos de la infinidad de presencias que tenían a bien seguir conmigo los cursos de historia universal y las varias introducciones a la filosofía, todos estaban dispuestos a ver el mundo como nuevo o al menos yo lo sentía así. Mis manos nerviosas llevaban el apunte de Thomas Kuhn y la explicación de la revolución copernicana, y el cambio de paradigmas en la lectura de los significados de la vida y del universo, y yo por mi cuenta, solventaba la amplia gama de los comportamientos humanos por el puro placer de nunca encontrarse en el mismo punto, siempre cambiar, siempre cambiar.

Bueno, eso no duró mucho porque por ese entonces siempre había otra cosa que hacer. Cuando estaba en Facultad me despertaba a las 3 de la mañana, prendía la luz muy amarilla del foco Phillips en mi cuarto, y sacaba de la mesita de noche el libro de Dumont “Homo Hierarchicus”, y estaba hasta las 6 o 7 de la mañana leyendo las explicaciones sobre las alianzas matrimoniales en el sistema de castas de la India, y la infinidad de cosas para aprender era tan infinita, que me quedaba dormido y cuando despertaba iba preocupado a la librería a comprar unos papelotes blancos y un plumón azul para escribir. Y es que quería copiar mi sueño y pegarlo en las paredes de la Facultad (Sí, el sueño que había tenido al quedar dormido captaba toda mi atención y entonces derivaba hacia eso.) Y escribía mis sueños sobre el papelote blanco, era tan fácil. Había soñado con un montón de latas de Pepsi-Cola que llovían del cielo, y en un momento, comenzaba a darme un miedo pavoroso que una de esas latas me cayeran en la cabeza y quedar ahí. Ahora que lo pienso no era un sueño extraordinario, pero lo cierto es que yo había quedado tan deslumbrado por el sonido hueco de las latas al pegar en el asfalto, por el brillo de ver toda la calle en una lluvia tan fragorosa de metales voladores, que bueno, me daba por escribir este y otros sueños, y si bien la gente se preguntaba qué diantres era eso, cuál era el objeto de escribir una cosa así entre los murales que anunciaban campeonatos de fulbito, tonos en Barranco y esas cosas que anuncian en todas las paredes de las universidades, lo único que yo hacía era juntar sobre un papel un montón de palabras escritas por mi letra muy bonita (siempre ha sido muy bonita mi letra), cosas inútiles que por suerte a alguien se le ocurría, porque pienso...¿porqué a los demás no se les ocurría deslumbrarse por sus sueños y escribirlos sobre las paredes? Hasta donde yo sé no hay ninguna razón para que no lo hagan. El asunto es que recuerdo que las últimas frases de mi sueño, cuando las latas brillantes de Pepsi Cola iban a golpearme y matarme acababa: “amenazaban caer sobre mi cabeza y prodigar mi sangre, vago y cálido alcohol, sobre el rostro negro de la ciudad”.

Sé que ha habido a lo largo de la historia muchos enemigos de la repetición. Soren Kierkegaard nunca pudo reducir su argumentación filosófica a un solo argumento, y el Kierkegaard ético y el Kierkegaard estético son irreductibles entre sí. Pueden llegar a sostener pensamientos ampliamente contradictorios entre sí, pero coherentes con la personalidad filosófica que le ha tocado asumir en uno de sus varios heterónimos. De Fernando Pessoa el asunto es demasiado conocido para entrar en detalles (que ni sé). Y están todas las historias que contaba Breton sobre Jacques Vaché, que luego de un trabajo duro en las minas salía al París nocturno vestido de bombero o de policia, o lo que quisiera, según el ánimo. Y así. Mijail Bajtin se detiene en la diversidad de puntos de vista de las personalidades que atraviesan la novelística de Dostoyevski, y santos enredos Batman, de aquí nace la idea de la novela polifónica, que es una idea tan luminosa por parte de Bajtín. En fin, aquí al lado están hablando del partido de Rusia y Holanda, y yo, como de costumbre, me distraigo, tan bien me parecía que jugó Arshavin ayer, ese sombrerazo a Van der Sart.