domingo, 22 de febrero de 2009

El café de Ada


Cuzco, quizás como algunas otras ciudades enteramente peculiares, concentra cada cierto tiempo una variedad de personas impredecible, la mayoría de ellas de paso o de viaje, gente que viene de todas partes del mundo. Cuando llegó Eric al Cuzco el café de Ada era pequeño, muy pequeño. Tenía una sola habitación y dos mesas. Habían períodos en que no entraba al café un solo cliente, y creo que ese hecho (es decir, que el café era prácticamente un absurdo y una entera paradoja en la ciudad turística), además de la inmensa bondad de la personalidad de Ada, hizo que pronto, una vez llegados Eric y su rubiecita hija Jeanne, adoráramos ese café, lo quisiéramos como si fuera nuestro, que viéramos en sus paredes todo el encanto que la comercialización, los horribles deseos de ganar dinero a toda costa, le han ido quitando al mundo. Y bueno, se fue dando una concentración de gente inesperadamente divertida alrededor del café y la vida fue una fiesta durante varias semanas.

El café de Ada, el que existió hace unos años, hacia el 2002 y 2003, el pequeño de dos mesas, era el café más entrañable, más vivo, más loco, más cuzqueño y más de puta madre que he conocido en mi vida, y creo que a estas alturas, ya no habrá reemplazo ni experiencia que se le asemeje, porque no, Paloma ya no será tan niña como era en ese entonces con sus ojazos llenos de vida y burla, ya no arrancara a hablar como entonces sin parar; Adita, que era una pequeña señorita seria y responsable (ahora es alta y espigada y universitaria), siempre ayudaba a su mamá y soltaba esas sonrisas tan naturales, y me recordaba la timidez de mi propia infancia. Ellos, Paloma, Chris, Adita, eran los hijos de Ada y fueron ellos y su mamá los que tuvieron que aguantarnos en nuestras borracheras felices. Porque eran felices.

Le debo al café de Ada dos viajes a Europa (a Eric, al café de Ada, a Eric, al café de Ada), viajes por Argentina, Colombia, Ecuador entrevistando escritores en los que muchos de mis amigos decían que era "el trabajo perfecto" (una editorial francesa me pagaba los viajes), caminar extraviado por Boulevard Sebastopol y sentarme y pendular las piernas tranquilo a orillas del Sena, atravesar un lago caminando mientras los robles rojizos y el cielo tenía un esplendor hermoso en el bosque de La Brenne, mientras una cámara filmaba y gritaban "Se tourne" para iniciar un nueva escena del rodaje (haber sido actor de una película francesa), pero en realidad puedo decir con entera sinceridad que son los ratos en el café de Ada los que son inolvidables, y la memoria puede recobrarlos como quien encuentra un tesoro.

Claro, si he de recordar el café de Ada de entonces tengo que referirme a la propia Ada, a Eric Vuillard mi amigo entrañable, a su hija Jeanne, a los muchos personajes que daban vueltas alrededor del café, y también a Nieves Medina, una andaluza de ojos enloquecedoramente verdes como los de un felino, a la que suelen ocurrirle todas las cosas imaginables y que en mi opinión, es de las mejores escritoras que caben (nadie lo sabe, o si lo saben, están demasiado envueltos en el asunto del día para recordarlo). El día que volví al café y encontré a Eric éste se hallaba discutiendo con un par de francesas y también departía con "la boliviana". Ada le había hablado de su amigo Pablo "que había leído todo", y la verdad es que en ese momento de mi llegada sentí que todo era atractivo: las francesas, que una era morena y la otra rubia, ambas guapas, y que luego pasaron a llamarse "las francesas junior", con quienes solíamos discutir; "la boliviana", que en realidad era una francesa de Nantes (le llamamos "boliviana" porque se fue a Bolivia para hacer montañismo con unos franceses, pero se aburrió tanto de los franceses, que volvió casi inmediatamente a seguir emborrachándose con nosotros)... atractiva también era la conversación que borboteaba de temas y saltaba con la demente ligereza que a mi me suele embargar de placer. Era muy dulce "la boliviana", que casi desde el primer momento sintonizó con nosotros, y que siempre terminaba dándonos la razón entre risas.En ese mismo rato ya Eric estaba hablando mal de Houellebecq, yo nunca había escuchado de Houellebecq pero le daba la razón, y cuando las chicas dijeron que se habían aburrido con Juan Rulfo yo les dije que qué culpa podía tener el pobre Rulfo, y ya había un tácito entendimiento con "mi colega" francés. Hubo una serie de casualidades porque justo por esos días yo estaba leyendo el "Ecce Homo" de Nietszche (también Eric), y Molloy de Samuel Beckett (también Eric) y en realidad creo que las coincidencias no fueron de índole intelectual aunque lo parezca, sino que las bromas fueron tomando desde el primer momento un matiz absurdo y feliz, algo crueles las bromas pero completamente irradiantes.

Cabe recordar a algunas de las presencias que matizaban la experiencia del Café de Ada por esos días. Estaba por ejemplo, "el sanpedrista". Es muy común que muchas personas del mundo, atraídos por la aureola mística del pasado incaico, consideren la llegada al Cuzco como momento de inicio para una serie de experiencias con el San Pedro o ayahuasca. "El sanpedrista" era un catalán que andaba buscando experiencias chamánicas con el San Pedro, obviamente. Ni recuerdo su nombre. Alguna vez me dijeron que el turismo místico representaba el 13% de las intenciones de los visitantes extranjeros, pero la verdad, creo que la cosa suele ser más complicada, y muchos de los amigos, pueden adosar estas experiencias chamánicas a una cotidianeidad más abierta, de modo que se puede ejercer muy responsablemente tareas serias y dedicadas a lo largo de la semana, del todo o absolutamente realistas, y luego, el fin de semana pasar a una toma de ayahuasca que abre ciertos linderos internos, y puede dar pie a alumbrar el sentido general de nuestros actos, que incluye esa cotidianeidad. Sin embargo, el misticismo de algunos de los visitantes de Cuzco puede volverse latoso, porque denota una excesiva ingenuidad o un afán de credulidad demasiado expuesto (y por tanto, molesto), y no han faltado las veces que a estos adictos a un conocimiento profundo y misterioso (que en muchos casos no es sino una forma especialmente extravagante del snobismo occidental), he tenido que decirles de manera directa que prefiero la religión del Vaticano, el Papa y el Opus Dei...o que una viejita rezando en quechua a las 7 de la mañana en Santa Clara me parece más espiritual que toda la gente que va al Templo de la Luna para dar la talla con las cosas esas de la Pachamama, pero que en realidad a menudo sólo tienen los ojos puestos en las tetas de las gringas. Bueno, pero ha sido larga la digresión para presentar al "sanpedrista", que en realidad sólo lo vimos por una noche, y que por una intolerancia natural producto de los efluvios del alcohol, resultó recibiendo una sonora palmada en el culo en premio de sus opiniones tan atinadas. Creo que una de las primeras cosas que dijo "el sanpedrista" (como digo un catalán, medio viejo ya y flaco) es que los españoles habían traido la homosexualidad al Perú, una cosa desdeñable que había viciado las tan sabias y grandiosas culturas nativas, y eso hizo que nos diera la tremenda alegría de poder llevarle la contraria doctamente: -Según dice el doctor Hermilio Valdizán en su libro "Paleopsiquiatría del Perú antiguo" -le dije-, en las localidades prehispánicas de Chilca y Cañete (Chilca, sí, donde aterrizan los OVNIS hasta la actualidad), se daba un fenómeno semejante al de la "cuvada", que había una tendencia genética en estas poblaciones que hacía que se reprodujeran mayoritariamente hombres, de modo que tenía que practicarse matrimonios o alianzas en los que los hombres hicieran el rol social de mujeres... El "sanpedrista" me miró casi bizco, Eric hizo un gesto con la mano y yo lo imité casi exactamente porque el gesto me había parecido divertido, y luego "la boliviana" también hizo el mismo gesto, con la cara radiante de contento, y el sanpedrista entonces nos acusó de monos, motivo más que suficiente para empezar a gruñir y hacer todo tipo de locuras propias de un mono, mientras nos servíamos más cerveza y se soltaba el CD de Clandestino de Manu Chao, que por ese entonces era el único disco con que contaba el local, y además, pronto sentimos que no necesitábamos otro.

Luego, comenzó a venir al café un tipo alto y blanco, y con los ojos celestes gélidos y claros, de una gran frente y ya aparente calvicie, al que yo pronto comencé a ver como un antiguo nazi de la Gestapo. Tenía toda la pinta. Venía diariamente al desayuno con una niña, evidentemente cuzqueña o peruana, que estaba entre los 10 y 13 años, y era cosa de verlos cuando se hallaban sentados. La niña era exigente, verdaderamente exigente. No pasaban ni cinco minutos y la niña ya le estaba diciendo al Gestapo: -Te dije que me pasaras la mermelada, qué haces que no me pasas la mermelada. Y el Gestapo le obedecía prestamente. En realidad, la intimidad del diálogo y la actitud misma del hombre comenzaron a ganar todas nuestras sospechas de encontrarnos frente a una relación que andaba bien fuera de cualquier vínculo filial, y casi se volvía perturbador, y había que callarse si se estaba cerca. El Gestapo le contó su historia a Ada pero hizo que le creyéramos aún menos, qué necesidad había de darle tantos detalles. Dijo por ejemplo que era suizo, que había tenido tierras en Limatambo o en una parte cercana a Cuzco, y que en esas tierras en los tiempos del terrorismo había sido asaltado y perpetuamente amenazado de muerte (contó muchas cosas del asalto de Sendero, pero como es obvio, se parecía tanto a tantas historias de asaltos de Sendero que se escuchan en la sierra...), y luego, era de verlos salir del café una vez habían terminado el desayuno. La niña se montaba a sus espaldas como en caballito y subían la cuesta de Arco Iris rumbo a Sacsayhuamán. ¿Debimos denunciarlo? Quizás, pero el asunto es que pronto se mandaron mudar y yo los vi meses después, de igual forma, la niña montada como en caballito caminando por el barrio de La Florida.

Sin embargo, una de las noches que pasamos en el café revela más la magia que tenía por esos días. Quizás ya de las líneas anteriores se haya podido desprender una particularidad de esta ciudad: que a diferencia de Lima, que en realidad es una gran urbe moderna con cinturones de pobreza gigantescos, la ciudad de Cuzco, si bien tiene un rasgo cosmopolita, también convive con una vigorosa idiosincracia tradicional, es decir, casi pega un salto de lo cosmopolita a lo tradicional sin solución de continuidad, sin que haya en la experiencia muchas veces, digamos, un estado intermedio en el que se hayan consolidado formas más modernas de relaciones económicas y sociales. Fuera de la plaza y el centro histórico (y como veremos, ni aún en el centro histórico), pero en general fuera de ellos, que es donde abundan los turistas, se da la lógica natural de una ciudad mediana en el Perú (de unos 200,000 habitantes), que se beneficia muy parcialmente del turismo a través de los pequeños negocios y los pequeños hostales (las grandes cadenas hoteleras, las principales agencias de viajes, muchos de los bares y locales que tienen mayor concurrencia pertenecen a extranjeros o a limeños), y este tipo de lógica natural es la de las actuaciones de los colegios, la importancia de los maestros en las provincias del Perú, los discursos chauvinistas en torno al pasado incaico, además de la vastedad de los cargos y los rituales de las festividades religiosas. Toda la gama de relaciones de prestigio en torno a la profesionalización de los grupos dirigentes, y también la importancia clave de la familia y de las redes familiares y de compadrazgo. Es en este último sentido que el café de Ada siempre ha respirado un ambiente familiar que es imposible no resentir con agrado, y como si paulatinamente, uno se integrara a una tácita familia de amigos. Los niños y chiquillos no forman parte del entorno, sino que son el entorno natural del café. Todos hemos sido orgullosos mozos en el café, hasta la actualidad que ahora el café se ha desplegado y es mucho más grande gracias a la iniciativa de Nick, el suizo de la familia que hizo realidad lo que todos siempre esperábamos, que el pequeño café se ampliara... Bien, una mágica noche en realidad los portagonistas fueron los niños. Jeanne, la hija de Eric que en ese entonces tenía 11 años, andaba tan desenfrenada por esos días, que salía a las calles portando unos anteojos oscuros, moviendo los brazos y dando toda la apariencia de una estrella de cine descuidada por el mainstream, y saludaba a todos los turistas que pasaban por calle Huaynapata diciendo Elou (que era su manera un tanto francesa de decir Hello), "je suis americaine aujourdhui", y todos sonreían desconcertados. Esa noche Jeanne había reunido en una mesa a Chris, Adita, Paloma, y les había asignado nombres provenientes de su vida personal: Paloma era Helene Achourie (que era el nombre de su abuela alcaldesa de Aix-en Provence, près de Marseille), Adita era Adeline Placcard... y bueno, alrededor de la mesa habían decidido jugar el juego de la seriedad. Era muy bonito verlos, nadie podía mostrarse sino serio ante los demás, y el primero que sonreía, perdía. Generalmente en este juego no pasan ni dos minutos y todos ya están desesperados aguantando la risa, así que todos iban presentando el intercambio de miradas, la tensión, la risa que ya se venía, luego un nuevo repunte de la seriedad, todos con los ojos muy concentrados, hasta que bueno, no les quedaba otra que reirse hasta morir, que esto es lo que genera la seriedad forzada. Pero esa seriedad había inspirado a Jeanne y había dicho que, mostrando su ingenuidad y vitalidad a toda prueba, eran como los políticos y debían jugar a tomar medidas para arreglar las cosas, que ya todos sabemos que las cosas en el mundo van de mal en peor. Así que las cosas llegaron a ese nivel y casi como Chris era el único chibolo (las demás eran chibolitas), se sintió en la obligación de plantear algo, y bueno iluminado él dijo que para mejorar el mundo había que ponerle un impuesto a la Coca Cola. Me pregunto si todos no pensamos lo mismo, es decir, ponerles impuestos mucho más dirigidos a resolver problemas a los grandes consorcios, y por esos días del 2002 todavía no había empezado la guerra en Irak (que dio inicio en marzo del 2003), y no era tan común que el internet planteara el boicot a la Coca Cola, pero esto luego alimentó las historias que contábamos acerca de "la boliviana", que nos había abandonado por unos montañistas franceses. Casi por naturaleza los grupos humanos tienden a los juegos de palabras, cuando trajeron CDs de salsa pronto pusimos esa canción de Willie Colón "Gitana", cuya letra alteramos en favor de algún tipo de alegría. Decíamos "sin serbesarte yo te serbeso", jugando con las palabras ser, beso y cerveza, que era una forma de seguir la letra de "sin quererte yo te quiero, sin amarte yo te amo". Del mismo modo, mi afición por un libro de cartas de María Bamberg de Brunswick, que escribe sobre la vida de la Patagonia a inicios del siglo XX hizo que me inclinara a pensar que "la boliviana" (se llamaba Karine Grelier) moriría en la Pata-agonía, habiendo sido atacada por unos cuyes asesinos y detectives que la habrían perseguido hasta ahí, desde las chullpas de Sillustani donde la habían encontrado hasta la Patagonia, a orillas del lago Ghia, cuando la asesinaban tarareaban la canción del Doctor Zhivago los cuyes nerviosos, y las últimas palabras de "la boliviana" claro está, habrían sido "impuesto a la Coca Cola". Cuyes hambrientos porque sobre las pampas argentinas ya no tendrían qué comer, habida cuenta que su manjar preferido eran las cámaras fotográficas de los turistas. Amores perros, amores alpacas, amores vizcachas, amores cóndores, amores cuyes. En fin, no cuento mayores disparates porque o sino me terminan insultando como otras veces.

Pero así era el café, muy emocionante por esos días, donde lo más natural del mundo era sonreir.
Jeanne

Arriba: Eric, Jeanne, Chris y Ale
Abajo: Chris, Adita y Jeanne. De medio rostro, Paloma.

jueves, 19 de febrero de 2009

De la comprensión y los actos

Penetrar en las razones de los actos, es muy distinto que juzgarlos. Es cierto, sin embargo, como dice Cioran, que una actitud comprensiva muy vasta, que se explica una a una las conductas humanas, y por tanto, de considerarlas y sopesarlas, lleva muy pronto a una dificultad para decidirse o para albergar convicciones. Se comprende tanto que no se decide nada. O se comprende tanto al otro, que se perdona todo. Creo que me pasó con la chica que estuve largos años -sobre fines de los 80s-, que tanto sentía sus problemas, que al final, siempre buscaba la forma de comprenderla, así su conducta fuera deplorable. Y me parece que fue un error grave. Pero, pienso, es importante decidir, actuar, y para tal naturaleza más activa en las personas se requiere de un grado de inconsciencia que dispare nuestros actos, tan identificados podemos estar con el criterio que llevamos respecto a las cosas. Porque muchos de nuestros actos para ser efectivos, para dar resultado, requieren de inmediatez, y sólo una convicción previa e interna puede darnos ese empuje que lleva a la acción directa (uno se siente bien de esa resolución, de ese paso rápido al acto).

Claro que hay actos que no provienen precisamente de la comprensión y los juicios, sino exactamente todo lo contrario, que provienen del deseo de no comprender, (y a veces ni siquiera eso, sino más bien del deseo de dañar, que también existe, aunque sea de manera fundamentalmente inconsciente) y cuando tal cosa se presenta, en principio, creo que uno no puede hacer gran cosa. La discrepancia muere o es imposible, un fanatismo de las propias razones subjetivas surge, y se escucha tan poco como una tapia o como viendo las cosas detrás de un cristal grueso. ¿Qué hacer en esos casos? Desconozco la respuesta. Ante la ira, paciencia, dicen los budistas y partidarios del Tao. Sobre todo si el asunto es relevante para uno. Si no es relevante, pasa.

Me pregunto porqué las personas quieren tener razón en una discusión. A mi a menudo me resulta relativamente indiferente tenerla, qué razón puede querer tener uno cuando se la pasa horas leyendo ALMAS MUERTAS, de Gogol por ejemplo. En esas horas sólo la comprensión funciona, y uno puede decirse internamente que es un libro muy sardónico, que trata fundamentalmente del autoengaño, y una apuesta literaria riesgosa porque las personas abundan en mediocridades y hábitos que por muy comunes y sosos son difíciles de describir, o que es un libro de una crítica social, una burla tan demoledora que inaugura una tradición que luego tiene otro punto alto en VIAJE AL FIN DE LA NOCHE, de Céline. O que es una imaginación rusa que después deviene en las novelas de Bulgakov. Pero en 6 u 8 horas que pasan mientras uno lee evidentemente está totalmente fuera de la competencia cotidiana, no está peleando por un puesto en la cola del Banco de la Nación, no está defendiéndose de un recorte laboral. Esto que es tan evidente, no lo es tanto, porque yo siento que hay gente que está más afiatada en el hábito de luchar por tener la razón, y una persona más meditativa como yo, puede no reconocerla -no reconocer a la persona, digo-, qué diablos le pasa -preguntarse-, desde cuándo es placentero tener una visión unilateral de las cosas.


Si la persona quiere un destino determinado, y nos expulsa del camino común, pues que tenga el destino que quiera. El sol ha vuelto a salir, hace calor en la ciudad de Lima, las mujeres atraviesan los pasillos de la universidad muy frescas y guapas, la música en la radio toca las canciones del momento, se atraviesa la pista, y tarde o temprano, una conversación amable nos refresca. Si en ese destino uno ya no tiene lugar, esa misma persona evaluará si es eso lo que más le importa o gusta.

sábado, 14 de febrero de 2009

Un poema en el cielo (momentos de idiota iluso)

El espíritu del café de Ada sigue intacto. Es precisamente de las conversaciones en el café, nuestro café sobre la calle Huaynapata en Cuzco, que se me ha ocurrido que alguien puede poner en el cielo de las ciudades un poema, algo bello desde una avioneta o un globo aerostático. Pero es muy difícil que yo pueda llevar a cabo esto y quizás no lo realice en vida. Es más, viendo mi dinámica de los últimos tiempos diría que es más que remoto que yo pueda materializarlo. Es bajo la misma idea que expresa la última escena del "Episodio de la Campana", de Andrei Rubliov de Tarkowski, cuando el niño llora doblado junto a una estaca y Andrei le dice rompiendo el voto de silencio: "Porqué lloras, la gente está feliz, el pueblo está feliz. Desde ahora iremos juntos por los caminos, tú fabricando campanas, yo pintando íconos".

Creo que el arte tiene sentido cuando brinda felicidad a las personas. Me dicen que esto también lo pensaba Aristóteles, que el sentido del arte estaba vinculado a la felicidad. Otra vez he vuelto a pensarlo leyendo el ensayo de Walter Benjamin sobre Baudelaire. Baudelaire escribe su poesía para el lector que no lee libros, al que todo le importa poco. Benjamin discurre en torno al endurecimiento de la recepción del arte y habla de los periódicos en términos que también hablabas, hay un desprecio por la "experiencia de la vida", los diarios son la muerte de la narración subjetiva. Es fácil percatarse que todo esto se ha complicado mucho con el advenimiento de la televisión, y toda la vastedad nueva de la actividad cinematográfica y radial, desde Walter Benjamin. Este endurecimiento. Por eso he pensado en la avioneta desde donde escribir un poema (en realidad he pensado en muchas avionetas colocando un poema elegido en simultáneo en ciudades como Barcelona, San Francisco, Chicago, Buenos Aires, Lima), unos poemas deslumbrantes como un amanecer en la selva del Perú. Atravesaría todas las barreras de la sensibilidad acostumbrada a la televisión, como los aviones sobre las Torres Gemelas. Una avioneta en el cielo desde donde se escribe un bello poema en pintura de color es un shock surrealista también.

Pensaba que se podía poner en el cielo el poema de Li Po, uno que dice: "Soy como un melocotonero que floreciera en hondo pozo...", es un bello poema que termina "Mi pensamiento, como el agua del río, corre y te sigue siempre", pero es un poema demasiado largo y muy poco práctico para copiar sobre el cielo de una ciudad. Lima es una ciudad fea, y por un momento pensé que tú, con todo tu atrevimiento, podrías hacerlo más fácilmente sobre París. Pero no sé en qué estás pensando, si sigues aburrido de Europa, si te has quedado dormido en la silla de la Eglise de Saint Sulpice, donde te miran atónitos todos los turistas seducidos por las rutas de Dan Brown y el Código da Vinci (un clochard dentro de la Iglesia de Saint Sulpice, hábrase visto!!!), y tú dormido ahí debajo del cuadro de Delacroix de Jacob y el Angel..o saber si estás conversando con la productora, esa señora muy gorda, con el pelo cortado al rape y rojo y que tiene grandes ataques de risa (Catherine Jacques?).

Estoy en Lima como te digo, pero tengo que salir para Cuzco. Hay otras cosas que me hacen pensar en las avionetas y aviones, o los globos aerostáticos, que es también nuestro modo de acercarnos y volvernos a ver. Jorge Chávez es un piloto peruano que intentó, el primero, de atravesar los Alpes en 1910. Murió en el intento. Su avioneta era un Bleriot. El vuelo partió desde París. Hay una crónica de Franz Kafka acerca de este vuelo de Jorge Chávez, pero se desconoce su paradero (dónde está la crónica, esto es algo que me dijo Gastón Garreaud y debe ser cierto)...pero seguro que conoces bien el texto de Franz Kafka sobre la feria de vuelos de avionetas en Rivoli, Italia. En los diarios de Franz Kafka él está en Italia en agosto de 1910, así que esto también hace probable la existencia de la crónica. Cuando Jorge Chávez atraviesa los Alpes hay un momento en que se desvía, y va hacia la casa de campo de Giacomo Puccini, cerca de Domodossola, él era aficionado a las óperas de Puccini...Sale de la casa y comienza a correr por el prado una niña rubia, que lo saluda...(es la hija de Puccini).

Estoy de acuerdo con las críticas que le hacen a Theodor Adorno de que su rechazo a la sociedad industrial lo llevó a refugiarse en las obras de arte más incomprensibles y difíciles, y no tiene mucho porqué ser así (estas críticas las hace Habermas, pero es cierto, demasiada atención se le ha brindado al enigmático Franz Kafka)...Yo quisiera que un poema copiado desde una avioneta en el cielo de una ciudad sea algo sencillo y hermoso.


Sé que Raúl Zurita, el poeta chileno, copió algo sobre el cielo de New York, pero en realidad, según he leído, era una necedad grande la frase que se le ocurrió.

(Carta escrita a París hace mucho tiempo)

The End

Siento que ha acabado una época de mi vida, que lo ocurrido en los últimos meses hacen un todo compacto de sucesos, pensamientos, presencias, y que todo eso ha terminado. Es más, viviendo ahora en casa de mis padres tengo precisamente las actitudes de quien ha finalizado un período de su vida: todas las mañanas estoy en el patio lavando ropa, casi sin ningún pensamiento, restregándola, escurriéndola, paso horas diariamente en ésto del lavado, dejando el chorro de agua sobre una pequeña batea verde (ya le tengo cariño a esa batea, hay otras de otros colores pero prefiero la batea verde), yendo al baño a botar el agua cuando ya está sucia para llenarla nuevamente. También, a veces, me da por escuchar el sonido lento de los burbujeos del agua tal como si estuviera en una película de Tarkovski, sin ninguna impaciencia, viendo como una tranquilidad mayor se va acentuando en mi. Y también tomo duchazos larguísimos, larguísimos (va a subir la cuenta de la electricidad porque prefiero hacerlo con agua caliente a pesar del verano limeño), y luego voy a mi cuarto a ver papeles y papeles, siempre los que me enorgullecen son los papeles en que escribo sobre las pequeñas localidades como Sicuani, Espinar, Santo Tomás, en las provincias de Cuzco. Aparecen esos papeles pero aparecen otros en que de pronto encuentro escritos de amigos tan antiguos, u otros mios en que tengo copiadas las cosas que me comentaban, como un amigo que sale al desayuno después de una noche de amor en casa de sus padres, y cuando regresa a su habitación ve a la chica desnuda sobre su cama: el culo totalmente levantado y grande, su rostro dormido contra la almohada, los pezones en punta y como parados. La piel blanca, muy blanca, y pigmentada de lunares muy marrones.

Y también voy leyendo libros como quien se toma vasos de agua. Terminé "El olor del heno" de Giorgio Bassani, y también avanzaba raudo con "La Garza" (del mismo Bassani, "El olor del heno" es de 1972, y La Garza de los 60s) , en el caso del primer libro mi identificación ha sido grande, el arte de la evocación en un relato como "Cuero graso" plenamente logrado...y después me ha alegrado que el libro de Giorgio Pullini sobre la narrativa italiana de posguerra tenga una amplitud que en la primera lectura no había percibido: me había centrado en el capítulo sobre Pavese, pero ya explorando he ido leyendo las opiniones de Pullini sobre "La noche del 43" (también de Bassani...para quienes quieran recordar algo de Giorgio Bassani, él es el autor de "El jardín de los Finzi Contini", y su temática está casi ceñida a las experiencias de las minorías judías en Ferrara, en la Emilia-Romaña italiana). Bueno, pero como digo, estoy leyendo libros como si fueran vasos de agua, porque también he leido "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury, muy intenso relato, pero que después de todo, me parece que sus metáforas se cierran en el argumento, que no vuelan demasiado. En realidad, como bien leí en alguna parte, la ciencia ficción ha marcado civilizatoriamente a Occidente a través de las películas de adaptación que se han hecho, pero los libros mismos de Philip Dick, Arthur C. Clarcke, no son tan de consideración.

El fin de una época tiene su lado triste, que tiene sus sonidos y resonancias en mi interior, pero oyendo el burbujear del agua en la batea, un sonido muy puro y claro, todas esas resonancias se van perdiendo en una bruma desconocida.

domingo, 8 de febrero de 2009

Ser un tonto no es una profesión desdeñable

He terminado de leer "Un día en la vida de Iván Denisovich", de Alexandr Soljenitsin, un libro duro si los hay. Un mundo cerrado y de privaciones, el de los campos de trabajos forzados en el régimen de Stalin, de jerarquías elaboradas sobre la fuerza y la inteligencia para la adaptación a un mundo magro, donde el aprendizaje significa saber de qué parte del caldero vienen los nutirentes de la sopa, y 20 gramos más de pan significan un suplemento privilegiado. Un libro duro como un candado o algún objeto contundente. Y un libro, también, de una calidad insobornable.

Debo decir, que este año 2009 estoy leyendo libros raros. Leo, en general, aquellos libros que intuyo que al resto de las personas no les dan ganas de leer (pareciera que en la actualidad para que un libro tenga el interés de las personas se tuviera que hacer campañas de seducción bastante estúpidas, y donde a menudo, como acto central, unos reverendos mediocres aparecen firmando autógrafos, y siendo así, los libros abandonados me resultan más personales, más reales). También, por ejemplo, leí "Matalaché", de Enrique López Albujar, y me fue imposible no pensar que se trataba de un pésimo escritor, o al menos una pésima obra, y también llegué a pensar que este libro debieran sacarlo de las currículas escolares (está en todas las currículas de literatura peruana).


Pero bueno, esto no es particularmente interesante, y no habla de mi. Son pensamientos que no hablan de mi. Tampoco hablaré de mi referirme a una pequeña reflexión sobre las personas dominantes. No son fáciles de ver, porque mientras el grueso de las personas andamos vagando por las calles, bastante tranquilas, éstas que sí tienen fuerza de temperamento, siempre vivirán dentro de una trama o red social que haga posible la expresión de su influencia. Para las personas que están en ese entorno, serán totalmente visibles, pero para el resto de las personas, ya mucho menos. Una cosa que he ido concluyendo es que toda persona dominante, casi sin excepción, tiene un conjunto más amplio de convicciones apodícticas que el resto de nosotros. Es decir, una mayor cantidad de cosas de las que se encuentran plenamente convencidas, y por añadidura, poseen muchísima capacidad de convicción. Esa capacidad de convicción les permite también autoconvencerse del todo de muchas cosas, y la verdad es que esa autoconvicción por lo general es atinada si se trata de una persona inteligente y perspicaz, y lleva a que las acciones se propongan con el mayor vigor, pero también pueda suceder que llegado el caso esa autoconvicción lleve a ideas disparatadas. Sin embargo, cómo saber cuáles de esas ideas son disparatadas y cuáles no, si el resto de las personas les vamos a la zaga. En un buen momento nos matamos a todos los judíos de un tirón, o se nos da por bombardear toda la franja de Gaza, pero en otro conseguimos determinar que el Alzheimer sólo es otro tipo de diabetes, el tercer tipo, y que la insulina debe aplicarse preventivamente a los adultos que estén presentando signos de pérdida de memoria. Creo que esta influencia de las personas que llevan la batuta en los grupos humanos es decisiva para los cambios del mundo, sean la cosa más atinada que cabe ocurrírsenos, o un disparate. Bueno, supongo que no siempre será así, que a veces todo el dominio se da a través de la fuerza bruta, pero en las sociedades complejas sucede así, ocurre que la forma de ser arrolladora o predominante suele estar nutrida de muchos componentes culturales. Sin embargo, cuando me he puesto a pensar en el sentido del humor, no he podido sino pensar que el más hermoso, el más flagrante y entretenido de las formas del humor y la diversión no es el que se da entre ellas, entre estas personas llenas de convicciones, sino en la inutilidad más irredenta de los parques, los vagabundos y los tontos. Creo que me voy a dedicar a ser un tonto, no me parece una profesión desdeñable.


De otro lado, en casa mi hermano Aldo suele decir por estos días "tienes que trabajar". Y la verdad, he estado tan desconcertado y como desnudo y sin nada ya en estas fechas, como si me hubiera despojado de mi vida, que ya no quedaría otra cosa de momento que trabajar, en silencio, recordando a Iván Denisovich, y valorando un plato de sopa.

viernes, 6 de febrero de 2009

Las Puertitas del Señor López

Me pregunto si ver sufrir a una mujer puede, además de hacerme sentir la solidaridad hacia ella, abrir las puertas desvencijadas de mi conciencia. O al revés, romper esas puertas muertas que me llevan a regiones ignotas de mi inconsciencia. Siempre he sostenido que padezco de un bloqueo, pero un bloqueo interior apenas si puede percibirse por la conducta exterior. Es un postulado que sólo puede sostener el propio sujeto que lo padece, y las otras personas no tienen porqué creer o confiar que así es. Finalmente, sólo ha sido uno quien ha vivido su propio pasado, y sabe que en ese pasado fue distinto. Que hubieron sucesos de la propia vida que hicieron que luego, toda una región del comportamiento habitual de esa persona, quedaran ocultos.

La zona oculta de mi comportamiento es vasta como lo es Rusia en el mapa del mundo. La intención, por ejemplo, que me llevaba desde tempranas horas gracias a un deseo profundo de conocimiento, a leer en la biblioteca libros en absoluto desorden pero en dirigido deseo, de Pierre Vilar, Witold Kula, Paul Sweeze, Cristopher Hill, Maurice Dobb, esa intención está desaparecida..Lecturas de las que en general sacaba poco en claro, por los saltos de angustia que perforaban y derrotaban la naturalidad de mis actos...Esa intención era tan aguda y clara, que casi me levantaba como un resorte de la cama, al desayuno y luego cruzaba las pistas que separan la casa de mis padres de la biblioteca. A la actualidad no sucede nada como eso, el deseo de conocimiento ha recibido un fuerte mazaso, una fuerte conmoción, y nada hay de la pureza de ese deseo. La verdadera perentoriedad casi desesperada de buscar el conocimiento por sí mismo.

Se ha aclarado un poco en esta época. Ya no desdeño, por ejemplo, "Un día de la vida de Iván Denisovich", de Alexandr Soljenitsin, aunque describa la vida opresiva de un campo de trabajos forzados en el regímen de Stalin (que es mencionado como "el gran patrono"). Antes rechazaba ponerme a leer un libro así porque daba por descontado que me adentraría en una oscuridad que no deseaba. Pero está claro que es un libro de escritor, un libro perfilado del todo a través de necesidades internas de quien narra, y como hablamos con mi gran amigo Daniel Soria, "el mejor pisco sour de Lima", más bien es del todo sospechoso que alguien escriba un libro que incluya un título como "Oreja de perro", sabiendo que casi no hay experiencia directa desde el que se origina el texto (esto lo suponemos con cierta certeza). De ver el título se abre la sospecha de que es un libro quizás configurado por la necesidad aleatoria del escritor, de "sentirse escritor". Pero nada de eso es observable en Denisovich, en donde hay que detenerse en cada una de las descripciones de una larga mañana monótona. R. ha señalado que es "indigno" que un escritor asuma el tema de la violencia política no habiendo dicho una palabra de ella durante todo el régimen de Fujimori, pero yo, menos apegado a reflexiones éticas, sólo consigno este pensamiento.

Hay muchos momentos de mi vida cotidiana actual que parecen abrir esas puertas desvencijadas y muertas que me llevan al interior de mi mismo, para escarbando, desatar quizás nuevas formas de felicidad o incertidumbre, no lo sé. Ayer por ejemplo, estando en el cuarto que tengo en la casa de mis padres, vi por la ventana y tenía la certeza de que mirando hacia lo alto, encontraría la casa de San Cristóbal en Cuzco, donde estuve viviendo últimamente. Tuve esa certeza casi onírica de combinación de los espacios, y como esa sensación fue totalmente primigenia, parecía abrir una puerta de vivencia más amplia, como en el pasado.

(En el mismo sentido escribí hace mucho tiempo, en una carta que nunca llegó a su destino. Escrita para una chica que tampoco conocí, ella se llamaba S.C. Sólo copiaré un pedacito. Escrito el año de 1997):
En general, las personas siempre intuyen qué pueden descuidar, cuándo pierden algo que necesitan mucho o conquistan algo preciado, a veces realmente precioso. La vida es un laberinto con infinidad de puertas, se abre el cancel de una puerta y estamos en medio de un paisaje glacial y un alud nos atropella del modo más sorprendente; abrimos otra y llueve suavemente en medio de una plaza y reconocemos a amigos queridos que nos cuentan la travesía que tuvieron hace años, cuando estuvieron encerrados en un cuartel de la Marina y se apiadaron de verlos dormir en el duro suelo y se las ingeniaron para alcanzarles una espuma, algo que sirviera de colchón. En otra puerta estás amando a una mujer que te canta al oido la barra del equipo de las grandes mayorías, y así. Y finalmente, uno se acostumbra a muchas cosas. Volviendo al pensamiento sobre la pérdida: sería una tontería pensar que la gente no va a seguir dañándose entre sí, se quieren, se odian o se vuelven completamente indiferentes. El abuelo de Mariana se pasea por el primer piso de la casa toda la noche, una noche de insomnio más. ¿cómo no estar irritable si nada está en orden, si los fantasmas de los amigos aparecen como sombras, si el viento bate las cortinas y la Argentina está gobernado por crápulas y apenas si se puede leer el periódico con la poca concentración que no ha minado la enfermedad? En la fiesta del otro día Henry había perdido 140 soles, terminé perdiendo también la chalina. Los tiempos idos se fueron definitivamente, las personas que llenaban mis pensamientos se fuern disipando en el olvido, una bruma desconocida se abre como una extensa pradera sombría...

martes, 3 de febrero de 2009

Cerrar el blog

Como siento que ya no tengo fuerza para mantener la amistad que le dio sentido a este blog, que me dio el tono y el respaldo para escribir los relatos que están contenidos en esta página (diría suspendidos) , es posible que lo cierre. Recuerdo cuando Claudia Ulloa cerró su blog y la tristeza que me dio, porque era un blog humano y vivo. En los días que pasé en Barcelona, España, caminaba por la ciudad y me subía al metro sin encontrar un sentido a mis actos, sin atinar a nada en realidad, sólo ir leyendo las placas con los nombres de las calles, sentir la profundidad del cielo mientras llovía, el calor, y en esos días, sólo la lectura de los escritos de Claudia Ulloa (leídos en la cabina de internet de un iraquí en una esquina de Conseil de Cent), sin embargo, resultaban plenamente reales a pesar de ser virtuales, estaban llenos y "los vivía". Despreciaba a los críticos literarios que decían que los escritos de Claudia Ulloa eran seudo-literatura, por el contrario, ellos me parecían seudo-críticos. Estoy escribiendo algo sobre el café de Ada en su tiempo entrañable del año 2002 y estaba quedando brillante y espléndido, o así me parecía. De acabarlo podría ya ser el último post.

Estaba pensando ponerle "zandeces" en homenaje a los insultos que me dirigieron en el relato "La Guerra del Cenepa", pero al final creo que un escrito sobre el café de Ada sólo amerita el título de "El Café de Ada". Por lo demás, abandono Cuzco para dentro de mucho tiempo, no tengo idea. Creo que también que en general me retiro de la escritura, y me voy a dedicar íntegramente a la lectura. Para quienes no valoraron estos escritos será un alivio.