saisa
Relato dedicado a Augusto Del Valle Lizárraga, mi padre
Una vez llegué a trabajar a Puquio. Era difícil, muy difícil establecer un proyecto de desarrollo en una zona rural especialmente deprimida, con ingresos prácticamente inexistentes entre sus habitantes y una economía de trueque y autoconsumo. Producían maíz, papas, muy poco. Viajábamos a los pueblos aledaños, teníamos reuniones con las autoridades locales para definir las planes de desarrollo que beneficiarían a esta población.
Un día estuve frente a un muro derruido y todos decían que ahí había vivido José María Arguedas, el escritor. Era en un pueblo que quedaba en una quebrada, se llama Sondondo, y hay que dar la vuelta por toda la quebrada verde y soleada en la mañana, y al fondo se llega finalmente a lo que queda de la casa. Así que me senté en el muro, fumé un cigarro y sentí también de algún modo una ausencia, sin que pudiera precisar si esa ausencia era la del propio Jose María. Creo que no.
Los días pasaban y un buen día enrumbamos a Saisa, pero no sabíamos el viaje que nos esperaba. Para empezar, muy pocos en Puquio tenían idea siquiera que existiera un pueblo que se llamaba Saisa. Así que fuimos en un camión de esos destartalados, que tienen ese traqueteo tan peruano, y atravesamos Pampa Galeras. No Pampa Galeras rumbo a Nazca, sino Pampa Galeras cruzada de otra forma, en un camino que más que camino son las huellas que han ido dejando las llantas de los autos. Ya sabes, las vicuñas miraban con sus grandes ojos dulces y después rompían a correr con sus movimientos tan elegantes.
Cruzamos Pampa Galeras rumbo a Saisa y ya no volvimos a ver ni muchas casas ni gente y menos en la ruta supimos si había otro auto que hubiera pasado antes o después de nosotros. Con el pasar del día había algo silencioso que se fue apoderando del camión, añadido al motor recalentado. Atravesamos un bosque de piedras lunares, blancas, inmensas, colocadas ahí como ídolos solitarios. Nunca había visto un bosque de piedras semejante. La sierra del Perú, inexorable y remota. El asunto es que luego de un viaje largo llegamos a Saisa. Sorprendente. Era el último pueblo imaginable, porque uno podía detenerse a mirar hacia la costa y todo era una planicie blanca, arena blanca extensa, extensa por todos sitios y la vista se perdía en esa blancura indefinida y algo vaporosa; era, digamos, el último pueblo de la sierra, y después sólo quedaba el desierto. Cosa curiosa, los niños que jugaban en sus calles llevaban esclavas de oro en sus brazos, las mujeres pectorales de oro en sus cuellos. Toda la zona de Saisa estaba asentada sobre restos arqueológicos, y cuando te invitaban a almorzar servían en vasijas que llevaban dibujados pájaros granates de grandes picos. Saisa. Y lo singular es que había, un cuartito, una pequeña prisión en el centro mismo de la plaza de Saisa. Y la cerradura de la reja de la prisión andaba mal y así era una prisión que nunca encerraba del todo a quien hubiera cometido algún "desaguisado". Pasaba que quien entraba en la cárcel (por haberse emborrachado mucho y pegarle a su mujer, por ejemplo), generalmente tenía tal verguenza que ni pasaba por su cabeza escaparse, a pesar de que siempre la puerta estaba abierta.
Pero salimos de Saisa y fuimos rumbo a Cora Cora. Ya que los proyectos de desarrollo, trabajar en eso, no es precisamente una gran opción económica, cuando estábamos yendo a Cora Cora llevábamos varios días sin comer, y a la llegada a Cora Cora todo era una especie de remolino cansado en mi mente. Remolino porque el pueblo estaba patas arriba: había una corrida de toros y era la fiesta patronal. En vista de ser un visitante, el alcalde me invitó a sentarme en el palco de honor. Habían traído un torero de Lima, así que todo era un acontecimiento. Cora Cora era un acontecimiento. Y fui al palco. Me senté y vi a las autoridades del pueblo: risas, alboroto, el torero se acerca y le avienta la montera a una mujer extranjera en jeans, una turista. Y de pronto comienzan a pasarme la cerveza y empiezo a tomarla, luego mote, otra vez cerveza, y otra vez mote. Y entonces, tomando tragos después de tantos días sin comer, todo comenzó a cambiar de color: los rosados eran más rosados, la vestimenta indígena era más colorida de lo que ya es de por sí, y todo comenzó a volverse psicodélico y me salía una risa idiota de los labios, y un mareo perverso comenzó a hacer girar las cosas y a apoderarse de mi. Rarezas de la percepción: porque el toro se alejaba y se alejaba sin descanso, y la gente gritaba Ole Ole Ole y esas cosas que gritan en las corridas de toros. El asunto es que pronto me desvanecí. Tuve suerte: caí sobre la banda de música que siempre está bajo los palcos. Caí sobre la banda de música como una estrella de rock. Al caer hubo un murmullo general en la plaza, y todos voltearon a ver qué había pasado. Lamentablemente, también el torero volteó a ver qué había pasado, y en ese mismo instante el toro acometió y se llevó consigo al torero. Eso me lo contaron luego. Pero cuando desperté estaba en una habitación oscura, y a un lado estaba el torero ensangrentado. Quizás esté mal que lo diga pero me dio risa. Y cuando llegó la ambulancia, como era la única ambulancia del pueblo y sólo cabía una persona, se llevaron al torero y me dejaron botado en esa habitación oscura. Tampoco sabía que la gente andaba muy molesta conmigo porque era un torero de Lima y a la alcaldía le había costado traerlo a Cora Cora. Así que salir del pueblo se empezó a poner complicado, pero al fin lo hice. No supe de la suerte del torero.
Una vez llegué a trabajar a Puquio. Era difícil, muy difícil establecer un proyecto de desarrollo en una zona rural especialmente deprimida, con ingresos prácticamente inexistentes entre sus habitantes y una economía de trueque y autoconsumo. Producían maíz, papas, muy poco. Viajábamos a los pueblos aledaños, teníamos reuniones con las autoridades locales para definir las planes de desarrollo que beneficiarían a esta población.
Un día estuve frente a un muro derruido y todos decían que ahí había vivido José María Arguedas, el escritor. Era en un pueblo que quedaba en una quebrada, se llama Sondondo, y hay que dar la vuelta por toda la quebrada verde y soleada en la mañana, y al fondo se llega finalmente a lo que queda de la casa. Así que me senté en el muro, fumé un cigarro y sentí también de algún modo una ausencia, sin que pudiera precisar si esa ausencia era la del propio Jose María. Creo que no.
Los días pasaban y un buen día enrumbamos a Saisa, pero no sabíamos el viaje que nos esperaba. Para empezar, muy pocos en Puquio tenían idea siquiera que existiera un pueblo que se llamaba Saisa. Así que fuimos en un camión de esos destartalados, que tienen ese traqueteo tan peruano, y atravesamos Pampa Galeras. No Pampa Galeras rumbo a Nazca, sino Pampa Galeras cruzada de otra forma, en un camino que más que camino son las huellas que han ido dejando las llantas de los autos. Ya sabes, las vicuñas miraban con sus grandes ojos dulces y después rompían a correr con sus movimientos tan elegantes.
Cruzamos Pampa Galeras rumbo a Saisa y ya no volvimos a ver ni muchas casas ni gente y menos en la ruta supimos si había otro auto que hubiera pasado antes o después de nosotros. Con el pasar del día había algo silencioso que se fue apoderando del camión, añadido al motor recalentado. Atravesamos un bosque de piedras lunares, blancas, inmensas, colocadas ahí como ídolos solitarios. Nunca había visto un bosque de piedras semejante. La sierra del Perú, inexorable y remota. El asunto es que luego de un viaje largo llegamos a Saisa. Sorprendente. Era el último pueblo imaginable, porque uno podía detenerse a mirar hacia la costa y todo era una planicie blanca, arena blanca extensa, extensa por todos sitios y la vista se perdía en esa blancura indefinida y algo vaporosa; era, digamos, el último pueblo de la sierra, y después sólo quedaba el desierto. Cosa curiosa, los niños que jugaban en sus calles llevaban esclavas de oro en sus brazos, las mujeres pectorales de oro en sus cuellos. Toda la zona de Saisa estaba asentada sobre restos arqueológicos, y cuando te invitaban a almorzar servían en vasijas que llevaban dibujados pájaros granates de grandes picos. Saisa. Y lo singular es que había, un cuartito, una pequeña prisión en el centro mismo de la plaza de Saisa. Y la cerradura de la reja de la prisión andaba mal y así era una prisión que nunca encerraba del todo a quien hubiera cometido algún "desaguisado". Pasaba que quien entraba en la cárcel (por haberse emborrachado mucho y pegarle a su mujer, por ejemplo), generalmente tenía tal verguenza que ni pasaba por su cabeza escaparse, a pesar de que siempre la puerta estaba abierta.
Pero salimos de Saisa y fuimos rumbo a Cora Cora. Ya que los proyectos de desarrollo, trabajar en eso, no es precisamente una gran opción económica, cuando estábamos yendo a Cora Cora llevábamos varios días sin comer, y a la llegada a Cora Cora todo era una especie de remolino cansado en mi mente. Remolino porque el pueblo estaba patas arriba: había una corrida de toros y era la fiesta patronal. En vista de ser un visitante, el alcalde me invitó a sentarme en el palco de honor. Habían traído un torero de Lima, así que todo era un acontecimiento. Cora Cora era un acontecimiento. Y fui al palco. Me senté y vi a las autoridades del pueblo: risas, alboroto, el torero se acerca y le avienta la montera a una mujer extranjera en jeans, una turista. Y de pronto comienzan a pasarme la cerveza y empiezo a tomarla, luego mote, otra vez cerveza, y otra vez mote. Y entonces, tomando tragos después de tantos días sin comer, todo comenzó a cambiar de color: los rosados eran más rosados, la vestimenta indígena era más colorida de lo que ya es de por sí, y todo comenzó a volverse psicodélico y me salía una risa idiota de los labios, y un mareo perverso comenzó a hacer girar las cosas y a apoderarse de mi. Rarezas de la percepción: porque el toro se alejaba y se alejaba sin descanso, y la gente gritaba Ole Ole Ole y esas cosas que gritan en las corridas de toros. El asunto es que pronto me desvanecí. Tuve suerte: caí sobre la banda de música que siempre está bajo los palcos. Caí sobre la banda de música como una estrella de rock. Al caer hubo un murmullo general en la plaza, y todos voltearon a ver qué había pasado. Lamentablemente, también el torero volteó a ver qué había pasado, y en ese mismo instante el toro acometió y se llevó consigo al torero. Eso me lo contaron luego. Pero cuando desperté estaba en una habitación oscura, y a un lado estaba el torero ensangrentado. Quizás esté mal que lo diga pero me dio risa. Y cuando llegó la ambulancia, como era la única ambulancia del pueblo y sólo cabía una persona, se llevaron al torero y me dejaron botado en esa habitación oscura. Tampoco sabía que la gente andaba muy molesta conmigo porque era un torero de Lima y a la alcaldía le había costado traerlo a Cora Cora. Así que salir del pueblo se empezó a poner complicado, pero al fin lo hice. No supe de la suerte del torero.
19 comentarios:
tu desierto me lleva, sabe dios por que arbitraria u obvia asociación, al desierto de los tártaros de buzzati. en todo caso, parece que no cabe esperar nada de ambas extensiones de desolación y olvido
buen hierba te has metido para tu historia man, yo conozco Saisa no es como dices..
Gracias por el comentario, yo nun ca he estado en Saisa, simplemente escribí el relato que me contaron, y diré, que me sigue gustando el relato que me contaron. Ilústrame.
Yo tambien conosco Saisa, la gente es muy amigable hay algunas pequeñas minas, pero de cobre, y sobre la reja pues hay dos en la plaza, una es de la escuela primaria y la otra del colegio secundario.....
Bueno te felicito por tu imaginación, supongo que asociaste algunas cosas a lo que te contaron que por cierto como dice el amigo "anonimo" de seguro que el que te conto este relato si fumo de la buena.......o mmm bueno pero como critica te dire que deberias de apegarte un poco mas a la verdad de las cosas cuando escribas sobre algun pueblo
Mi nombre es Oscar
Sí, ella era politoxicómana (no estoy bromeando), fumaba hatchís, snifeaba lo snifeable, también consumía María, que así le llaman por los bares del bulevar, pero he de decir que yo le escuchaba fascinado horas de horas sus bellas historias, y las volvería a escuchar. No conozco Saisa, por Puquio siempre paso con el Molina por la carretera, y en la noche cerrada, pido que las señoras me alcancen esas botellitas de anís, q son riquísimas, y bueno, me parece un buen punto crítico el asunto de la semejanza, porque como bien establecían los griegos, la mimesis es tan relevante...
Muchas gracias por la crítica, de verdad.
En la plaza de Saisa, ademas de las grandes verjas de fierro de los colegios, una a cada lado, cierto, quedaba en un lateral a la altura del centro una puertita de rejas, de tamaño menor que el de la puerta de un cuartito de casa, rodeaga de una gran pared sin otras puertas ni ventanas..como turista me dijeron que era una utilizada como celda, la carcel del pueblo... Y si es cierto que es una zona para alucinar, no por sustancias sino por ambientes y energias de las gentes de allá.
moraleja "Cuando torees, no mires al borracho"
Bueno, también es cierto que la persona que me lo contó jamás imaginó que yo le escribiría, y la escribí muchos meses después. No creo para nada que en los días que estuvo en Saisa, más preocupada que por percibir las cosas que podían ocasionarle fascinación a un tonto como yo, tenía muchas preocupaciones con las dificultades quelas herramientas para ´plantear planes de desarrollo comunal tuvieran una respuesta favorable por parte de la población. El relato es un relato de tarde de una persona encantadora, que no estaba especialmente preocupada por una extrema veracidad de cada uno de sus recuerdos, sino de proceder con la frescura acostumbrada, entre las señales muy variadas de su memoria, y el caso es que el relato en la tarde, con chorros de luz cayendo sobre las colchas de los almohadones y colchones que permitían sentarse ante el televisor, sólo era un entusiasta juego de dar a conocer con embelesamiento lo sensacional que había sido la experiencia entre Saisa y Coracora, pero que, para el caso, la misma conversación derivó luego a otras muchas historias. Sin embargo, debo señalar, que de cualquier forma, me viene una sensación vaga de que la verdad siempre tiene un punto represivo que me agobia.
es decir, ya un poco más en serio, creo que las drogas tienen poco que ver en esta historia, o nada. Simplemente que la fantasía tiene razones que la razón desconoce, parafraseando a Blas Pascal.
alguien puede decirme mas sobre saisa... me interesaria saber algo de su historia....
En Google hay muchos enlaces al buscar bajo "Saisa, Ayacucho". Aquí, para muestra pongo un enlace:
http://puquiano.galeon.com/Saisa.html?title=Distrito_de_Saisa&action=edit&redlink=1
(espero que se abra), y muchas gracias por el comentario.
Saisa es de esos pueblos donde se ubican muy lejos de todo, casi no hay movilidad por alla y bueno la gente no es agresiva ni nada de eso pero si son bien avaros
saisa es un pueblo pequeño , escondido en las alturas, pero sus pobladores tienen un corazon tan inmenzo con costumbres mas apegadas a la costa.yo he trabajado un año en el puesto de salud de saisa , es ahi donde inicie mi vida profesional , asies que estoy muy agradecido por abrirme la puerta con mucho cariño y dejarme desempeñar en toda su amplitud mi trabajo. espero que las autoridad de la region de ayacucho nunca se olviden de dicho pueblo, con respecto a la luz que en ese entonces carecia de energia electrica electrica y sobre todo en la construccion de su carretera asfaltada para llegar confiadamente a ese lindo pueblo que nunca me olvidare, por que siempre lo llevare en mi corazon.de verdad muchas gracias atodos LAS AUTORIDADES , PROFESORES,Y TODOS los pobladores de saisa por brindarme su apoyo, con mucho cariño un servidor mas, LIC ENFERMERIA JOSE DIAZ GARAY.
POST DATA: SALUDOS A MI PATAZA CHENA, ESPERO QUE YA SE HAYA CONSEGUIDO SU PAREJA. JAJJAJAJJAJA
que tal ,ami me ofrecieron un trabajo para manejar una 4x4 pero me dijeron ayacucho y la verdad nunca pense manejar por sitios como saisa, san cristobal, puquio, santa luisa , villa tambo , uchuytambo , y muchos mas la pista es muy fea y con abismos que dan miedo , pero la gente de esos pueblos es muy gentil , asi no te conozcan te saludan , son muy buena gente.
hola yo soy de saisa, no es un desierto,vive poca gente,y jose maria arguedas era enamorado de una tia abuela...
bueno esperen un poquito que ya sabran la verdadera historia y riqueza de mi querido y añorado pueblo despues de 15 años de investigacion al respecto publicare un obra completa. hasta entonces. wmg.
Si quieren ver algo mas de Saisa, entren a panoramio:
http://www.panoramio.com/map/#lt=-14.928696&ln=-74.410400&z=4&k=2&a=1&tab=1&pl=all
Para el jove Jose dias, podrias indicar me como puedo llegar a Saisa aprovechando que esta el desierto, y si en caso en dificil, a donde debir ir primero, Yo esto en Lima.
Me llamo Fred Cherres
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