La hermosa cantante calva
Vayamos directo
al año 1992. Para entonces, Sinéad O’Connor había sacado tres discos y se había
hecho famosa en todo el mundo gracias a –entre otras cosas– su versión de
“Nothing Compares 2 U”, el tema que terminó de hacer rico a Prince. Entonces,
año ’92, Bob Dylan cumplía 30 años en la música y lo homenajeaban en el Madison
Square Garden. Varios artistas se presentaban para hacer alguno de sus temas,
de lo que luego surgiría el álbum The 30th Anniversary Concert Celebration. “Me
enorgullece presentar a la próxima invitada, cuyo nombre se convirtió en
sinónimo de coraje e integridad”, dijo Kris Kristofferson cuando Sinéad –flaquísima,
rapada a cero, hermosa– salió al escenario. El público estadounidense no
opinaba lo mismo. Era esa irlandesa hereje la que, semanas atrás, había roto la
foto del Papa ante la cámara en Saturday Night Live, uno de los late shows más
vistos de ahora y de siempre. Años después tendrían que agachar la cabeza: el
Vaticano sabía de los casos de abuso sexual infantil por parte de sus curas y
nunca había abierto la boca. Eso en su país se conoció antes, aunque tampoco
allí le perdonaron fácilmente el exabrupto.
Al principio, el
abucheo se confundió entre gritos y aplausos (había quienes aplaudían también),
pero mientras arriba del escenario se preparaban para hacer “I Believe in you”,
estaba clarísimo: la odiaban. Ella se quedó inmóvil –la más digna de las Magdalenas–,
los brazos cruzados en la espalda y la mirada fija en el público que la
apedreaba. Kristofferson se acercó y le habló al oído; dijo algo así como “no
dejes que estos idiotas te pongan mal”. Su respuesta se oye perfecto: “No estoy
mal”. Entonces hizo callar a los músicos, se sacó los audífonos y cantó a
capella lo mismo que aquella noche en televisión: “War”, de Bob Marley. “Hasta
que la filosofía, que pone una raza por encima de otra, sea para siempre
desacreditada y abandonada, en todos lados hay guerra”, gritó y los miró
desafiante. Después sí, les dio lo que querían: se fue llorando y se abrazó con
Kristofferson. Veinte años después, esos cuatro encrespantes minutos de
filmación todavía la representan, porque en ese video está casi todo: la voz,
las convicciones, la locura, la sensibilidad.
Lo de rechazar
las nominaciones a los Grammy “porque la industria musical es materialista”, o
negarse a tocar en un concierto en Nueva Jersey si antes pasaban el himno
nacional (a lo que un muy correcto Frank Sinatra amenazó con “pegarle una
patada en el culo”), fueron simples pataleos contestatarios; pero frente a las
denuncias por pedofilia en las iglesias y las así llamadas guerras religiosas
no pudo hacerse la distraída. Entonces pasó lo que pasó en televisión. En el
backstage pidió que le hicieran un primer plano al finalizar la canción porque
iba a mostrar la foto de un chico desnutrido; la imagen terminó siendo la del
Papa, y el resto, bueno, lo saben todos: en la escena más rockera de los
últimos tiempos, no aturdía un solo de guitarra sino un silencio total.
Es que todo lo
que estaba sucediendo en el momento le tocaba nervios demasiado sensibles.
Primero estaba su propia religiosidad: Sinéad es una creyente apasionada en
Jesús y la Santísima Trinidad, y está convencida de que hay que salvar a la
Iglesia de los “demonios” que dicen representar a Cristo. Y después, la memoria
del maltrato que sufrió de chica. Según contó en todas partes, la madre la
golpeaba, la agredía verbalmente y hasta la incitaba a robar. En una carta
abierta (descarnada, más bien) publicada en el Irish Times en el ’93, pedía por
favor a los medios que dejaran de lastimarla, que cargaba con mucho dolor por
los efectos de la violencia en su vida, y que necesitaba liberarlo para que no
se volviera autodestructivo: “Sólo cuando pueda espantar las voces de mis
padres y adquirir un mínimo de autoestima, voy a poder cantar realmente”.
Cantar para borrar el dolor, para sanar, fue lo único que le interesó siempre a
Sinéad O’Connor, no lo que pasara después con el disco en la calle. Y aunque
nunca faltan los escépticos (la película del art pour l’art ya la vimos), o los
del discurso de que “ser controvertido” garpa, lo cierto es que no sólo ninguno
de sus discos posteriores fue tan exitoso como el segundo sino que ella misma
se encargó de hacer siempre todo lo contrario para que sí lo fueran.
(Micaela
Ortelli)
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