domingo, 24 de noviembre de 2013

Franz Kafka en la playa e inhibido

Cosas que cuenta de él, Jacques Kohn, su amigo. 

“-Mi joven y querido amigo, la verdad es que soy prácticamente impotente. La impotencia siempre comienza con gustos en exceso refinados. Cuando uno tiene hambre de veras no necesita caviar y turrón. Y yo he llegado a un punto en que no hay mujer que me parezca realmente atractiva. No hay defecto que se oculte a mi vista. Y esto es impotencia. Los vestidos y los corsés con transparentes para mí. No hay perfume ni colorete que me engañe. No me queda ni un diente, pero en cuanto una mujer abre la boca veo hasta el más leve empaste. Lo cual, dicho sea de paso, era el gran problema de Kafka en cuanto escritor. Kafka veía todos los defectos, los ajenos y los propios. En su mayor parte, la literatura es obra de plebeyos y chapuceros como Zola y D´Annunzio. En el teatro, yo veía los mismos defectos que Kafka veía en la literatura, y esto nos unió mucho.  Kafka ensalzaba hasta el extremo nuestras lamentables obras en yiddish. Se enamoró locamente de una actriz pedante y melodramática, madame Tschissik. Cuando pienso que Kafka amó a aquel ser y lo hizo objeto de sus sueños, siento lástima hacia los humanos y sus ilusiones. En fin, la inmortalidad no es demasiado remilgada. Todos los que, por una razón u otra, han sido íntimos de un gran hombre entran con él en el ámbito de la inmortalidad, y a veces lo hacen calzados de las más burdas botas.

Ahora bien, es curioso que Kafka, pese a su juventud, vivía atormentado por las mismas inhibiciones que son la tortura de mi ancianidad. A Kafka estas inhibiciones lo tenían paralizado, tanto en materia literaria como en cuestiones carnales. Ansiaba amar, pero huía del amor. Escribía una frase e inmediatamente la tachaba. También Otto Weininger era así, loco y genial. Lo conocí en Viena. No cesaba prodigar aforismos y paradojas. Dijo una frase que jamás olvidaré: “Dios no creó las chinches.” Es preciso haber vivido en Viena para comprender estas palabras.



En realidad, pese a que las mujeres hacen cuanto pueden para poner de relieve los encantos de sus cuerpos, saben tan poco acerca del significado de la sexualidad como acerca del significado del intelecto. Por ejemplo, fijémonos en la señora Tschissik. ¿Qué tuvo aquella mujer, salvo su cuerpo? Ahora bien, más valía no preguntarle qué es un cuerpo, en realidad. Actualmente, es una mujer fea. Cuando era actriz, en los tiempos de Praga, aún conservaba un algo…Yo era el primer actor. Ella era una actriz de segundo orden, con apenas una chispita de talento. Fuimos a Praga con la idea de ganar algún dinero, y allí encontramos a un genio, a un homo sapiens en su cumbre de actividad de autotortura. Kafka quería ser judío, pero no sabía cómo. Quería vivir, pero tampoco sabía cómo. En cierta ocasión le dije: “Franz eres joven, haz lo que todos hacemos” Había en Praga un prostíbulo en el que me conocían bien, y convencí a Kafka que fuera conmigo a ese sitio. Kafka todavía era virgen. Prefiero no hablar con la muchacha con la que estaba prometido en matrimonio. Kafka vivía hundido hasta el cuello en el barro burgués. Los judíos de su círculo tenían un ideal, el ideal de convertirse en gentiles, y no en gentiles polacos, sino en gentiles alemanes.  En resumen convencí a Kafka de que debía intentar aquella aventura. Le llevé a una oscura calleja, en el ghetto antiguo, en donde se encontraba el prostíbulo. Subimos los empinados peldaños. Abrí la puerta. Parecía un escenario, con las rameras, los chulos, los visitantes y la madama. Jamás olvidaré aquel instante. Kafka se echó a temblar y me tiró de la manga. Luego dio media vuelta y bajó las escaleras tan de prisa que temí se quebrara una pierna. Al llegar a la calle se detuvo y vomitó como un colegial. De regreso pasamos ante una vieja sinagoga, y comenzó a hablar del golem e incluso estaba convencido de que el futuro nos depararía otro golem. Forzosamente tenía que haber palabras mágicas capaces de convertir un montón de arcilla en un ser vivo. ¿Acaso, Dios, según nos dice la Cábala, no creó el mundo por el medio de pronunciar sagradas palabras?


(Isaac Bashevis Singer, “Un amigo de Kafka”, pgs. 9, 13, 15-16)

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