viernes, 7 de noviembre de 2008

Cómo escapar al amor en un bólido de kartismo

Muero por los hijos de N. No tengo la menor idea de por qué sucede esto, aunque parece que es un lugar común de la cultura humana que uno adquiera un cariño profundo por las personas. Claro, como yo soy una bestia, estos fenómenos andan un poco fuera de mi alcance. He de decir que los hijos de N. son 3: Waldir de 5 años, Dami de 12 y Américo de 15. Waldir se parece al tío Lucas de los locos Adams y tiene el peinado más punk de la ciudad del Cusco y suele llorar porque no se compró la Coca Cola, porque se compró la Coca Cola, porque está feo el chocolate, porque está rico el chocolate, es decir, es todo un amante del llanto y del berrinche, pero igual, suele lavarse las manos solo e ir donde su madre para decirle: "Ya tá, mami". Lo menos que se puede decir es que es encantador. Porque lo es. También a Paco, en uno de sus inadvertidos y geniales berrinches le arañó toda la cara, su mamá lo conminó a que le pidiera perdón, y Waldir fue a la cocina donde se encontraba Paco comiendo su pan con mermelada, y le dijo: "Peirshdón", y volvió donde su madre y le dijo: "Ya tá, mami".

Sin embargo, para mi este lugar común de la cultura humana, de encariñarse brusca e intempestivamente con las personas, desde hace mucho, se ha vuelto contradictorio y una especie de tabú mental incomprensible, y ya por estos días, suelo despertarme temprano en mi habitación y extraviarme en la música de los CDs de Leonard Cohen (qué sé yo) hasta que los rayos solares penetran por las ventanitas del balcón de mi cuarto y anuncian que, inexorablemente, un nuevo día se ha asomado con sus intranquilidades e impericias. Claro, recuerdo las noches de Buenos Aires. Ultimamente Buenos Aires viene siendo tema de mis pensamientos, aunque tan sólo estuve un mes allí. ¿Qué pasaba en Buenos Aires? Pasaba por ejemplo, que yo me despertaba a las 3 de la mañana y esperaba un poco y bajaba al kiosko porque sabía que los diarios llegaban recién a las 4, y en medio de la noche, el vendedor de diarios me invitaba un café e iniciábamos la charla sobre lo que viniere, sobre los Renault grandes que habían ensamblado en la Argentina hacía tiempo, o también estaba el insomne que se sentaba en la puerta de mi edificio a pasar la noche buscando conversación y decía: "-peruano, no? Ché, yo me sé de memoria una buena parte de los poemas de César Vallejo", y yo le respondía, "yo sólo los que me hicieron memorizar en el colegio, eso de los húmeros me he puesto a la mala y jamás me he vuelto con todo mi camino a verme solo". Y se reía y estaba feliz de tener un compañero de insomnio, aunque la verdad es que yo había dormido muy bien y como un bebé hasta las 3 de la mañana, todo un Napoléon Bonaparte.

El asunto es que una mañana estaba en lo más profundo de mi melancolía ocasional y llamó por teléfono una poeta que yo había convocado la noche anterior. Se llamaba Gabriela Bejerman y alguna vez me comentaron que era un portento físico, toda una femme fatale en ciernes de la poesía argentina. Me sonó tan mal su tono de voz, una cosa arrogante indescriptible en la noción que tenía de su propia importancia, que sencillamente fui a mi cuarto, a prender la radio que tenía como antena una birome (un lapicero Bic, algo así era la antena de mi radio), y simplemente la tal Gabriela Bejerman y su tono de voz me había producido un vacío espiritual de tal magnitud que me quedé viendo la pared del cuarto media hora, una hora, dos horas, perdí la cuenta en la abstracción de la tristeza y las sombras que suelen posarse en el alma de vez en cuando.

De ahí me repuse. En mi lista estaba una tal Claudia Masín y la llamé, temiendo que me diera otro ataque "bejerman". Pero esta chica era normal, la visité en su departamento de Paraguay (en Palermo), es más, tenía sed al encontrarme con ella y le dije que me esperara un momento que bajaría al almacén de abajo (la bodeguita, en peruano), a comprarme un agua mineral para aclararme la garganta y después charlamos. Todo bien. Esta Claudia Masín me entregó un poemario suyo que no estaba editado en la Argentina, sino que había obtenido el Premio Visor de España. El poemario se llamaba La Vista, y bueno, me despedí y otro día tomamos jugo de naranja entre las mesas del negocio de un viejo muy amargado y cascarrabias en el Parque de Almagro y nada más. La cosa es que en los días siguientes ya no vi tanto al insomne ni al vendedor de periódicos de calle Medrano, porque me las pasaba leyendo y releyendo los poemas de Claudia Masín. De otro lado, Gabriela Bejerman, la poeta de la voz ensombrecedora, resultó un fiasco tan grande que toda la tristeza que me había asolado esa mañana que me quedé mirando la pared estuvo plenamente justificada, es más, fue una tristeza plena de clarividencia y de talento telepático. Pero la cosa ya no era esa, la cosa es que los poemas de La Vista ocupaban todo mi tiempo, leía dos líneas desde las 4 de la mañana hasta las 5, las mismas dos líneas, de un poema por ejemplo "La Infancia de Iván", y así no más, seguro mi gusto andaba descaminado pero a mi me encantaba leer esos poemas, era como un vicio, como fumar o los vicios peores que todos ustedes ya conocen. Leía a Claudia Masín, la poeta de Resistencia, del Chaco argentino. Digo otra vez que probablemente mi gusto andaba descaminado (porque seguramente no he hecho otra cosa en la vida hasta ahora, que andar descaminado y equivocado, y no lo digo por poner una frase bonita, sino por lo poco que soporto las cosas que le suelen gustar a tanta gente), pero en este caso la arrogancia de la Bejerman me había curado de una arrogancia similar, y casi como un chimpancé o un gorila, o más amablemente como un gato tras un corcho, estaba entregado a mi juguete que eran esos poemas de Masín. Es más, cuando en Córdoba Silvio Mattoni me dijo que veía en los poemas de Masín un facilismo, una estructura de elaboración del poema que se repetía (luego me dijo que no compartía su estética,"esa poesía narrativa de Masín", vaya), y que a veces sentía que era un mismo poema en muchos poemas, algo decayó en mi y ya no le vi más gracia a la conversación con Mattoni, que me habló luego de Rodrigo Quijano y Martín Gambarotta, amigo común el primero de ambos. Todo había pérdido gracia de cualquier cosa que me pudiera decir Mattoni y hasta en mi recuerdo el rostro de Silvio Mattoni se me ha borrado y se me confunde con el de Pierre Bravo Gala, este último increíblemente generoso anfitrión de nuestras noches parisinas, avec Eric Vuillard, Eric entrañable entre los entrañables.

Se me vino la noche con los comentarios de Mattoni a la poesía de Claudia Masín. Aunque quizás haya una atingencia peligrosa respecto al comentario expuesto por Mattoni, y es que mucho tiempo después conocí en Cuzco a José Ramón, y de pronto me dijo que un buen día encontró en una librería de Alicante el libro La Vista de Masín, lo hojeó, se lo llevó y después tuvo el mismo síndrome extraño que a mi me había dado, de leer y releer líneas y líneas de esos poemas.

Es más, esta filiación tan grande por su poesía y el rato tomando el jugo de naranja en el Parque de Almagro, hizo que inmediatamente, para escapar a este lugar común de la especie humana, por el cual uno no hace sino pensar y pensar en la misma persona con obsesión, corriera a un bulín de calle Medrano esa misma noche, donde había una rockola y muchas putas que decir que eran una delicia física, es poco. Fue así que me enloquecí por una paraguaya de pelo rojo. A veces me bajaba del taxi a las 10 de la noche y corría desesperado al bulín de Medrano que estaba a 5 cuadras del departamento de Perón, para encontrarme con mi paraguaya de pelo rojo, que de pronto aparecía, se sentaba en la barra junto a mi, y me decía con su voz susurrante enloquecedora, que todavía tenía 4 clientes coreanos pendientes, que esperara, así que esperaba muy contento que acabara con sus 4 coreanos, mientras las otras chicas se acercaban a conversarme a la barra. Les invitaba cervezas, y creo que yo andaba muy feliz por esa época, yendo a la rockola a poner la canción que los Cadillacs tocan con la voz de Celia Cruz, les decía que Buenos Aires era una cagada frente a Bogotá, Bogotá una ciudad con un mar de colinas verdes, repleta de estudiantes recostados y en grupos en los parques, y no una imitación de París como esta ciudad de mierda, todo un asunto mío para ocultar lo feliz que estaba en Buenos Aires, y me soltaba a contar historias despertando las sonrisas siempre lúbricas de las otras chicas, que tampoco estaban mal, las sonrisas y las pañoletas sobre el pelo que varias de ellas llevaban y que con el tiempo se me han ido acomodando en mi particular paraíso de pensamientos y sentimientos de lujuria. Había una uruguaya alta y blanca, ya un poco mayor pero aún bella, de un cuerpo hermoso y grande, pelo negro y muy ensortijado, que fumaba mucho y parecía labrada por una experiencia más amargada, compleja y atractiva que las de los personajes de Onetti. Claro que yo andaba loco por la paraguaya, de solo escuchar su voz entraba en un trance sexual imposible de detener, una locura sexual que en realidad era una sinapsis inescrupulosa y excitadísima que atravesaba el cuerpo calloso, el aparato de Golgi, el hipotálamo, además de la fiesta que se armaba en las glándulas conocidas y por conocer, y con los vastos reales de dinero que me había dado la editorial francesa para la que trabajaba por esos días, en realidad podía estar con mi paraguaya horas de horas retozando en la cama (no tantas por supuesto, que por algo hay gente que dice con razón que soy un completo alfeñique).

A veces también me ponía en un plano analítico y visual, y como la sábana de la cama era roja sangre, recordaba en un golpe de intuición las fotos de Marylin Monroe desnuda, y entonces mi paraguaya pelirroja (de la que no tengo la menor idea de su nombre, aunque se lo pregunté varias veces y me lo dijo), doblaba más el codo, ponía el culo más acariciante y desplegado, según yo le iba indicando, los ratos con ella eran largamente mejor que cualquier película porno que siquiera hubiera imaginado.

Todo en ella era una delicia, una delicia en los extremos de la delicia, es tan sólo lo único que puedo comentar. Espigada, de una belleza inolvidable.


Por esos días, justo, escribí un correo que titulé: "Paraguaya de película porno", escrito para mi amigo el poeta Jorge Frisancho, que vive en Chicago, y él me respondió al día siguiente que no había podido pegar un ojo en toda la noche de leer mi relato sobre la pelirroja paraguaya, que tal era el poder de la prosa sexual que me había nacido. Peor: hace días aquí en Cuzco Fernando me comentó que había leído un escrito mío que se llamaba "Paraguaya de película porno", pero que yo recuerde, en ese entonces yo ni conocía a Fernando y personalmente, me es totalmente desconocida la forma en que este texto llegó a su poder. Habría circulado, qué sé yo. Es decir, Claudia Masín me había despertado un sentimiento sublime, y yo, desconocedor de los arrebatos más profundos y los móviles también más profundos de la conducta humana, en vez de ir a hablar con ella o buscarla, había ido corriendo al bulín de Medrano, y había escapado al amor como un bólido de kartismo, muy feliz eso sí, a escuchar la voz susurrante de la paraguaya, a disfrutar de su increíble desverguenza, porque la verdad y para concha, su chulo anterior habia sido un peruano y entonces sabía todo lo que hay que saber de nuestro dialecto peruano para excitarnos., y no sólo en el plano sexual que es el más obvio, sino también charlaba del ceviche, del arroz con pato y de Perico León (no, mentira, de Perico León no, esto último sería como ponerle la aceituna al ají de gallina)                                 

7 comentarios:

Blogger pablo ha dicho...

Me disculpas, Liz, pero no le veo el menor sentido a tu comentario y no lo entiendo. Qué puedo decir, nada más.

11 de noviembre de 2008, 8:05  
Blogger juanjo ha dicho...

Waldir. Chinchu. Américo.
¿Vacas, mami?
Estar con ellos no es lo mismo que cuidarlos.
¡Ánimo!

11 de noviembre de 2008, 9:38  
Blogger juanjo ha dicho...

N. me recomendó la lectura de tu blog.
Recuerdo cómo me explicaste si título.
Sólo he leido esta entrada.

11 de noviembre de 2008, 9:42  
Blogger pablo ha dicho...

Juanjo, gracias por leer el blog.

12 de noviembre de 2008, 6:18  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Sin duda que ese miniaristocrata del punk daría para un blog entero.. Me pasa con tus escritos que siempre me transmiten una sensación ambivalente, como la que me evoca Cusco, fascinación y angustia a un mismmo tiempo.

13 de noviembre de 2008, 2:20  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Jesús: Me apena que te produzcan angustia estos relatos, como el Cuzco dices, y en cambio me alegra que aparezca en ti la sensación de fascinación ante ellos, porque como contabas en las mañanas de Cuzco, llevaste por largo tiempo una página virtual que, creo, fue muy importante en el medio español, así que es todo un halago para mi que tal impresión se produzca.
pablo

14 de noviembre de 2008, 7:37  
Blogger LaHormiga ha dicho...

Pablo, me parte el alma que no hayas buscado a la Masín. Me alegra mucho que hayas encontrado a la paraguaya.
Tendras "Paraguaya de película porno" por ahí? Qué curiosidad...

14 de noviembre de 2008, 21:43  

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