lunes, 21 de abril de 2008

A la mierda

Hace un buen tiempo que estoy a contramarcha de las cosas importantes, de las cosas o autores que tienen homenajes y todos los grandes despliegues de ingenio que llenan la imaginación periodística de comentaristas de literatura y cine y música. Todos esos brillos me parecen un gran chicle falto de sabor que, ordinariamente, según mi criterio, deberían llevar a la depresión a toda la población. Pero, obviamente, la población ni se entera, nadie te chapa ni entiende una tristeza que provenga de sentir lo injuriosos o negros que son los oropeles hechos de vacío. Lo odiosos que son los escritores que quieren estar todo el tiempo bajo los reflectores. Vargas Llosa es para mi el ejemplo del escritor que quiere opinar sobre todo y tener una voz autorizada sobre cada proceso humano existente. Esa ansiedad del escritor arequipeño me sabe cargosa y todos lo aplauden como si fuera un genio. Y me parece que tan sólo es un poco idiota.

Me disculparán por esa opinión, pero las personas que quieren tener razón en todo y que quieren abordar todos los temas no veo, de verdad, cómo es que honestamente pueden estar del todo interesados por las cosas de las que escriben. Me refiero, por si acaso, al terreno de las opiniones públicas y los ensayos de opinión del escritor arequipeño. Es decir, sí, pero siempre que me pasa o veo que les pasa a las personas que están verdaderamente interesados en algo, hasta pierden su individualidad en la entrega a esos intereses. Es decir, a eso es a lo que yo llamo "estar interesado", la absorción de mi detective McNulty por descubrir la trama secreta de los complejos habitacionales negros de Baltimore, en The Wire (ya, se reirán de mi ejemplo bastardo, pero tanto me da), y lo otro, pontificar sobre el gobierno de Chávez, darle la mano a Alan García porque "ha madurado", eso más bien, pues, para mi, es un poco triste nada más.

Contrariamente, por estos días, los libros y autores cubiertos de una capa de olvido, me parecen del todo vivos, como si el olvido o la falta de atención que reciben les diera una claridad que la literatura más atendida no tiene. Y no veo que necesariamente sean razones subjetivas las que me llevan a disfrutar más en la inmensa libertad de estar perdido en estos mundos imaginarios. Hace un tiempo, por ejemplo, fue un deleite leer LA CASA DE MATRIONA, de Soljhenitsin, que trata de una anciana buena y solitaria que acoge a un profesor de matemáticas (qué importan todos los juicios y prejuicios acumulados en torno a Soljhenitsin y su literatura de campos de concentración). La vida de Matriona es una vida de privaciones. Y muere sin que nadie la llore aplastada por un tren, cuando una mala maniobra acaba con unas trabajadoras eventuales en los rieles. Nadie la recordaría ni hubiera pensado en ella si un escritor no hubiera contado su historia. Del mismo modo, EL VALLE DEL ISSA de Czeslaw Milosz es enteramente un gran libro donde se recrea la vida agraria de una familia terrateniente de Ginie, en Lituania. A la mierda, es un gran libro, y una zozobra grande se adueña del corazón cuando la suicida (que una noche aparece muerta y desnuda en el campo, un cuerpo sensual y muerto), llega como un fantasma a unos y otros en la aldea. Sobre la abuela de Tomás, la que no usa calzones, campesina de pies a cabeza, sería posible pasarse un día entero pensando en ella. Y eso.

Una cosa me asombró una vez en Santo Tomás, Chumbivilcas, en las provincias altas de Cuzco, donde viví un año. Un pueblo donde si bien no era extraño que la gente hablara en castellano, cuando nos ibamos a comer unas pequeñas truchas el sábado, en las calles cercanas al mercado, lo más común es que se hablara todo el tiempo en quechua. Una mañana al levantarme, vi sobre el piso de tierra del patio de casa un pedazo de periódico. Creo que debo señalar que a Santo Tomás no llegan muchos periódicos, y si quieres que te llegue uno, debes pedirlo con un día de anticipación. El periódico en el piso traía una noticia que decía: "Muere escritor Czeslaw Milosz, Nobel de Literatura". Y estaba su rostro son sus grandes cejas de buho. La gente pisaba el periódico y se iba llenando de barro. Lo recogí.

No sé a quién se lo digo, no sé a quién le digo el siguiente insulto, pero váyanse a la mierda. Quizás mando a la mierda a los que quieren que el mundo sea enteramente cool y que corren a hacer una reseña de cualquier cosa escrita o pensada. Un poco de silencio nos haría bien a todos. Los que hablan de los Premios Internacionales y los escritores que están todo el santo día resaltados en las páginas periodísticas. Hay una nociva acción del adjetivo, del calificativo, sobre cada circunstancia, cada publicación ¿Acaso cada escrito que aparece en libro está ansioso por su ubicación dentro del cánon literario?

Hay muchas pero muchas cosas, que considero que tienen prestigio inútil, sino enteramente equivocado.

Y ahora disfruto de los relatos de Carson Mc Cullers. "Reflejos del ojo dorado", o "La Balada del Café Triste", que son otras tantas vidas milagrosamente recogidas por una voz que sólo quiere contar. Qué parecido tiene ese soldado raso que monta desnudo los caballos al atardecer con el Joe Christmas de Luz de Agosto (Faulkner). En la historia de la literatura norteamericana de Bradbury se reflexiona sobre la aparición de los escritores sureños como Carson Mc Cullers o Truman Capote. Cuando ellos sacan a luz sus primeros libros, los escritores que habían llenado el firmamento anterior a la guerra habían pérdido fuerza narrativa y estaban en declive. El propio Faulkner o Hemingway (Fitzgerald había muerto en 1941), estaban en descenso, y éstos nuevos escritores sureños se centraban en el problema del mal o en problemas metafísicos, y en contar finas historias góticas que casi, o en cierto sentido, eran una respuesta al atosigamiento frente a las grandes intenciones literarias de los que los precedieron.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Lo más importante para un escritor es que su mensaje llegue a la mayor cantidad de público posible. Sin embargo, lo que se escribe no siempre es un determinante para que esto suceda. Todo está en función del grupo social al que pertenece o al que se dirige. La Literatura, el arte en general, ha sido siempre un patrimonio de la elite intelectual y los críticos sus cancerberos. Son ellos los que califican y determinan a quienes incluyen o excluyen de esos estrechos círculos. Las exigencias de este público lector se han convertido en lugares comunes y los literatos que escriben para ellos en borregos que, manejan la misma información y el mismo estilo como un patrón que no puede alterarse. Mario Vargas Llosa tiene una “cuchara grande” que mete sin discreción en cualquier lugar, inclusive, corriendo el riesgo de salir mal parado. Pero cuando escribe es notable y nunca lo encontramos interrumpiendo a mitad de un párrafo alardeando de su erudición. A pesar de que Charly García asegure lo contrario, el éxito sí te cambia y todos quieren, ahora, su pedazo de torta. Esta generación de autores narcisistas que escriben con plumas cargadas de esnobismo sólo busca la satisfacción de su ego y la de sus patrocinadores ¡A la mierda con ellos!
Hasa pronto.
Eduardo Catalán Flor-Bustamante.

19 de diciembre de 2008, 20:58  

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