Cada vez que me sacan la mierda
Dicen en El Directorio que cada vez que me sacan la mierda mi conversación mejora, se hace más amplia, versada, e impredecible. Vaya, es estimulante que la gente disponga de esa capacidad de observación y tenga esa deferencia tan especial de observar los cambios que se producen en la conducta de uno. Ayer estaba en la Rockola de Quilca y un buen tipo que ni siquiera había visto se acercó por detrás mío y me tiró un silletazo en la cabeza. No tanto me llamó la atención que me cayera el silletazo, que fue lanzado con mucha violencia contra mi cabeza (lo digo en serio, a veces me vienen accesos de completa inmutabilidad en situaciones que para otros serían, supongo, extremas), sino lo que terminó captando mis pensamientos es que ningún impulso de venganza ni de indignación aflorara en mí. Ni indignación, ni tristeza ni alegría. Luego del silletazo estaba tranquilo como si el mundo girara en una órbita claramente designada, como si en ningún caso el eje magnético de la tierra estuviera en constante desplazamiento, como si los chinos no hubieran matado a ningún tibetano por estos días y no estuviéramos viviendo el pesado vaivén de este aburrido gobierno aprista, y más bien en la rockola, luego del silletazo, continué exponiendo ante los amigos los reproches que le hago al cineasta mexicano Carlos Reygadas, cuando en esa película "Batalla en el Cielo" se le ocurre poner sobre el final un asesinato macabro. Sentí que el despliegue de formalismo en planos largos y silencios que caracterizan la película se desvirtuaba no poco con ese asesinato final, el gran machete, que era de golpe un recurso trillado al extremo y si lo pienso bien, para ese entonces ya había una buena cantidad de silencios en la película que no me habían convencido. Había el intento no logrado de buscar esa magia narrativa que genera un sentimiento en quien observa por el cual siente que el tiempo ingresa dentro del tiempo, algo que sí consiguen Tarkovski, Bergman, y si uno lo piensa bien, lo hacen de forma casi milagrosa...Claro que asentía y Reygadas me despertaba simpatía, pero al ver "Japón" nunca he ido mucho más allá del momento en que el personaje se corre la paja, las veces que he intentado verla.
La noche continúo: luego del silletazo, como ya he señalado, no había ninguna tribulación interna, nada, más sentimientos contradictorios me había generado la lectura más temprano de una biografía de Ezra Pound (de Noel Stock), cuando William Carlos Williams decía que la conversación de Pound era tan viva, tan inteligente, que era hasta incomprensible que semejante cosa estuviera sucediendo delante de sus ojos; hubiera sido tan bueno conocerlo, me decía.
Después llegamos al Directorio, y dijeron eso de que se me veía mejor cada vez que me sacaban la mierda, que nunca como en esos momentos estaba tan radiante de contento, porque también el otro día en la Plaza San Martín cuando iba cruzando la pista, un huevón de pronto se puso atrás y se fue poniendo muy cerca blandiendo algo en la mano y yo cumplí con el ritual, muy religiosamente, de decirle "qué tienes conchatumadre", y bueno, me zampó un combo velozmente y de la nariz me comenzó a chorrear sangre a discreción y lo mismo, no tuve ningún pensamiento contrario para mi improvisado agresor, y hasta me empecé a reir de mí mismo, de ese intento barato de hacer un rol muy audaz en esa circunstancia, de tomar la actitud de quien apela a la idea de "choro no te tengo miedo un carajo y a ver atrévete".
Reseñaré otros pensamientos que he tenido el día de hoy:
En los artículos y ensayos sobre César Moro, que es una de las cosas que he estado leyendo por estos días, tarde o temprano recalan en una reflexión o una referencia a su "marginalidad". Debo decir que me parece una banalidad de idea, porque es redundar sobre una cosa que no podía ser de otra forma, más bien los comentarios de André Coyné se detienen en la proclividad de Moro hacia los oficiales y los militares en sus gustos sexuales, todo un asunto que ya había empezado con sus escapadas entre los oficiales rusos blancos en París, cuando los surrealistas estaban inclinados a pensar que podían dar lo suyo en la revolución mundial junto al Partido Comunista Francés, todo eso que hizo que Antonin Artaud se fastidiara, porque pensaba: ¿importan mucho las condiciones materiales de vida?, ¿cómo el surrealismo va a sujetar las posibilidades de cambio y transformaciones del hombre a una determinación señalada por las condiciones económicas? A Antonin Artaud le parecía una ridiculez ese fundamento indispensable del pensamiento marxista. Y más allá, Artaud se preguntaba, ¿no es algo muy triste que el hombre se sumerja en mecánicas y soberbias certezas sobre la vida y el ser humano? Eso de que las fuerzas económicas de la historia determinan o condicionan el devenir humano tenía para Artaud la característica propia de la indigencia imaginativa, una sosa, seca y vacía indigencia de las ideas y traía para Artaud el verdadero sabor de una derrota espiritual.
En fin, me distraje con Antonin Artaud, pero vuelvo a lo que contaba Coyné, quien dice que César Moro no la pasó mal en el colegio Leoncio Prado, y que es uno de los tantos mitos que la mentalidad limeña fue elaborando, que claro él no entendía bien de dónde surgió, si de la novela de Vargas Llosa "La ciudad y los perros" o de dónde, cómo así se construyó ese presunto sufrimiento de César Moro por ese entonces, y en fin, agotado cualquier otro pensamiento sobre lo que se refiere André Coyné quisiera hablar y escribir con admiración de la erudición de Ezra Pound, de sus ensayos sobre los trovadores de la poesía provenzal y los poetas latinos, pero seguro voy a poder hablar de esos temas cuando, por ese incuestionable azar que por fortuna me persigue, me vuelva a caer otro silletazo en la cabeza o a algún inspirado benefactor se le ocurra sacarme la mierda nuevamente.
La noche continúo: luego del silletazo, como ya he señalado, no había ninguna tribulación interna, nada, más sentimientos contradictorios me había generado la lectura más temprano de una biografía de Ezra Pound (de Noel Stock), cuando William Carlos Williams decía que la conversación de Pound era tan viva, tan inteligente, que era hasta incomprensible que semejante cosa estuviera sucediendo delante de sus ojos; hubiera sido tan bueno conocerlo, me decía.
Después llegamos al Directorio, y dijeron eso de que se me veía mejor cada vez que me sacaban la mierda, que nunca como en esos momentos estaba tan radiante de contento, porque también el otro día en la Plaza San Martín cuando iba cruzando la pista, un huevón de pronto se puso atrás y se fue poniendo muy cerca blandiendo algo en la mano y yo cumplí con el ritual, muy religiosamente, de decirle "qué tienes conchatumadre", y bueno, me zampó un combo velozmente y de la nariz me comenzó a chorrear sangre a discreción y lo mismo, no tuve ningún pensamiento contrario para mi improvisado agresor, y hasta me empecé a reir de mí mismo, de ese intento barato de hacer un rol muy audaz en esa circunstancia, de tomar la actitud de quien apela a la idea de "choro no te tengo miedo un carajo y a ver atrévete".
Reseñaré otros pensamientos que he tenido el día de hoy:
En los artículos y ensayos sobre César Moro, que es una de las cosas que he estado leyendo por estos días, tarde o temprano recalan en una reflexión o una referencia a su "marginalidad". Debo decir que me parece una banalidad de idea, porque es redundar sobre una cosa que no podía ser de otra forma, más bien los comentarios de André Coyné se detienen en la proclividad de Moro hacia los oficiales y los militares en sus gustos sexuales, todo un asunto que ya había empezado con sus escapadas entre los oficiales rusos blancos en París, cuando los surrealistas estaban inclinados a pensar que podían dar lo suyo en la revolución mundial junto al Partido Comunista Francés, todo eso que hizo que Antonin Artaud se fastidiara, porque pensaba: ¿importan mucho las condiciones materiales de vida?, ¿cómo el surrealismo va a sujetar las posibilidades de cambio y transformaciones del hombre a una determinación señalada por las condiciones económicas? A Antonin Artaud le parecía una ridiculez ese fundamento indispensable del pensamiento marxista. Y más allá, Artaud se preguntaba, ¿no es algo muy triste que el hombre se sumerja en mecánicas y soberbias certezas sobre la vida y el ser humano? Eso de que las fuerzas económicas de la historia determinan o condicionan el devenir humano tenía para Artaud la característica propia de la indigencia imaginativa, una sosa, seca y vacía indigencia de las ideas y traía para Artaud el verdadero sabor de una derrota espiritual.
En fin, me distraje con Antonin Artaud, pero vuelvo a lo que contaba Coyné, quien dice que César Moro no la pasó mal en el colegio Leoncio Prado, y que es uno de los tantos mitos que la mentalidad limeña fue elaborando, que claro él no entendía bien de dónde surgió, si de la novela de Vargas Llosa "La ciudad y los perros" o de dónde, cómo así se construyó ese presunto sufrimiento de César Moro por ese entonces, y en fin, agotado cualquier otro pensamiento sobre lo que se refiere André Coyné quisiera hablar y escribir con admiración de la erudición de Ezra Pound, de sus ensayos sobre los trovadores de la poesía provenzal y los poetas latinos, pero seguro voy a poder hablar de esos temas cuando, por ese incuestionable azar que por fortuna me persigue, me vuelva a caer otro silletazo en la cabeza o a algún inspirado benefactor se le ocurra sacarme la mierda nuevamente.
3 comentarios:
Pablo, gracias por poner el video de Cohen, me encantó. Es de noche aquí en Marsella, y me dieron ganas de leerte. Sigue escribiendo y cuídate de los silletazos. Yo creo que más bien que tu labia de oro se la debes a ese ir y venir entre el cúmulo de sensaciones de tanta buena película y las calles planas de Pueblo Libre, camino a bodega. Maritza
Para mi es un verdadero gusto también leer tu comentario.
Hola rey:
No recuerdo ahora quién me dijo que cada vez que le hacían daño sentía de pronto que estaba viva. Tremenda tía. Preferiría que te cuides más porque con tanto golpe vas a terminar como boxeador.
Beso.
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