Una educación de primera
Llegar a Cuzco en 1995 fue un modo de olvidarme de la afasia, si es posible olvidarse de eso. Afasia es un modo de decirle, porque lo que realmente estaba sucediendo es que, concentrado sobre mi mismo y esperando algún pensamiento, éste no llegaba a aparecer. No había nada. No había nadie dentro mi. Si no habían rastros de pensamientos, menos aún habían señales de emociones o sentimientos. No era algo simpático. Por ese entonces, hacía el trabajo de campo con el que culminaba la carrera de antropología, y un poco antes, aún en Lima, había dado vueltas por Cieneguilla acompañado por una rubia de labios carnosos, que estudiaba conmigo en la Facultad, lo más parecido a una Kim Bassinger peruana, una rubia dorada que tenía una belleza que te cortaba el aliento, como si estuvieras en un sueño, indagando precisamente sobre los sueños entre los Israelitas del Nuevo Pacto. Para ellos los sueños no resultaban una cuestión secundaria, sino que muchas de las veces, eran avisos divinos del fin de los tiempos como una señal sobre el cielo de Chernobyl, o también órdenes sagradas, que los inducían a coger sus bártulos y mandarse mudar a la selva, a la frontera con Brasil. Este grupo religioso proclamaba la autoridad del Antiguo Testamento, sus miembros vestían túnicas coloridas y, en el caso de los hombres, se dejaban crecer la barba semejando los grandes profetas de la ley, y por ese entonces tenían un viejo mesías de grandes barbas blancas que acudía muy de vez en cuando para dar el sermón en el Templo. Ezequiel Ataucusi Gamonal era su nombre.
Creo que hasta me envidiaron andar de investigaciones antropológicas con esta Kim Bassinger local, y luego ella formó parte de un grupo pop muy conocido, pero para ese entonces anímicamente yo venía en picada, ni la mujer más bella del mundo detenía mi debacle.
Así que establecida esta afasia y silencio inexplicable en mi conducta, viajé a Cuzco y decidí continuar con el tema, esta vez me propuse explorar la identificación que tenía este movimiento religioso con el pasado incaico (que era algo que los estudios sobre el tema ya habían señalado), aunque sabía que probablemente, dados mis conflictos internos, no consiguiera nada, que si concluía la investigación el estudio resultaría, en el mejor de los casos, menos que mediocre.
El asunto es que para no toparme demasiado con las personas y para no sentir lo descarrilado que me encontraba en el tren de la vida, caminaba por Cuzco como solo un ser desolado e inútil puede caminar por una ciudad. Caminaba por todas partes. Llegaba casi a diario por calle Ayacucho, después subía Belén y pasaba todas las ópticas, y luego todo se empinaba hacia arriba por calle Belén hasta llegar a la misma Iglesia. No era gratuito: por allí estaban los restaurants de menú más baratos, y acostumbraba comer olluquito, o matasca, o capchi de habas, a veces rodeado de otras mesas en las que más bien parecían estar continuando la borrachera del día anterior. Para mi era difícil pasar el arroz en cada plato, llevaba la boca seca, y con el tiempo me acostumbré a dejar esa mitad de arroz de la que está compuesto todo segundo que se sirve en el Perú. Y luego, seguí vagando, las reuniones con los Israelitas eran los sábados, y entre semana espaciaba las entrevistas con los hermanos. Y las entrevistas que tenía dispuestas se ponían complicadas, porque me interrogaba: ¿llegaré a formularles las preguntas? ¿no me quedaré trabado antes de decirles una palabra?
Entre tanto, me fui haciendo amigo de los artesanos que llegan de todas partes a la ciudad turística. Claro está, lo peor que me podía suceder es que un amigo de la universidad me encontrara, y me invitara o dijera para almorzar, porque es entonces que sufría. Se creaban tales vacíos y silencios en mi conducta durante el almuerzo que yo no sabía dónde esconderme. Y por eso me fui haciendo amigo de los artesanos, ellos no exigían nada, no sabían nada de mi y me la podía pasar mudo un par de horas y ni cuenta se daban, o no les importaba. Estaba bien sentarse con ellos en los arcos de la Plaza para protegerse de la lluvia, porque en ese entonces los artesanos podían estar sentados, tranquilos, vendiendo sus productos en las veredas que dan a la Plaza, en lo que en la Plaza Haucaypata se llaman los Portales, para el lado de Plaza Regocijo, y aún no se había enviado como quien envía una jauría de perros a ese ogro necio que en Cuzco se llama Policía Municipal, los azules, que vienen en sus camiones para corretear a los artesanos de Procuradores, e incautarles sus efectos, y tienen ese placer tan sádico de emprendérselas con los lustrabotas y hacerse de sus cajitas como un botín. Desgraciados. Mal paridos.
A veces llegaba la noche de Cuzco y todos esos faroles de tungsteno tan emocionantes, como unas bolas de luz, se prendían y una ligera alegría se insinuaba dentro de mi, era como una luciérnaga que aleteaba entre mis pulmones, pero ni bien se prendía se apagaba, tantas cosas muertas traía en mi. No reaccionaba. En las noches, trataba de darme cabezasos contra las paredes. Cuándo acabaría el suplicio de no poder articular palabra, de no poder expresarse libremente. Y fue por esos días que conocí a Raúl. Raúl dormía en la Plaza. Llevaba una casaca rosada de pluma, de un rosado encendido que estaba siempre lleno de carca, unas manos encostradas en las palmas y de uñas muy sucias y crecidas, el rostro tostado por el sol, y una barba raída bajo sus ojos enrojecidos y brillantes. Qué ojos. Por mi lado, cuidaba el local de una ONG, era una especie de guardián informal de una oficina en un edificio. Llegaba por las noches, desplegaba mi colchón y sleeping bag, y todo bien, en realidad era amigo de la directora y nos salía cómodo a ambos el trato. Pero a las mañanas al desayuno, en el mercado de Rosaspata o en el de San Pedro, siempre era posible encontrarse con Raúl que me comentaba sus preocupaciones. Primero, al encontranos, siempre me daba un papel con la mano izquierda. Tenía que recibirlo también con la mano izquierda. Un papel que sacaba de su prodigioso saco de yute sucio muy sucio y que estaba poblado de artículos y recortes provenientes de alguna edición del Popular, el Chino, la Chuchi, pero que Raúl sabía leer en sus signos secretos, de una manera siempre lúcida y sorprendente. Un día su preocupación podía ser: "Necesito un escarpín del Barcelona de España, lo necesito urgente, a ver si me lo consigues, porque es necesario para mejorar la calidad de la nata que producen en la Planta Lechera de San Jerónimo". O también, cuando los universitarios cuzqueños en huelga por los maltratos en la actividad turística iban subiendo por la Cuesta de Santa Ana, una marcha nutrida de jóvenes universitarios que pretendían cerrar por unos días las vías del tren a Machu Picchu, materializando de esta forma su protesta, Raúl aparecía a mitad de la Cuesta y los sentenciaba: "Aguirre, la ira de Dios, con Klaus Kinski".
Otro día estaba también indignado, porque había tenido un camioncito de marca Raudi, con el que trasladaba material de construcción, que había sido confiscado por el gobierno municipal de Ricardo Belmont Cassinelli en Lima. Qué tal raza, esos limeños.
Apareció un buen día con una gran hinchazón en uno de sus tobillos, y habría sido bueno traerle un chisguete de Hirudoid o Calorub y habérselo obsequiado, pero en el momento no se me ocurrió. Sin embargo, él me explicó rápidamente lo que estaba sucediendo: "Son las del Seguro, no las enfermeras que están demasiado ocupadas con los pacientes, sino las empleadas que manejan las computadoras, las de la administración, esas me están telepatizando en el pie".
Otra noche que salía partiéndome de frío del Kamikase u otra disco, iba conmigo Valderrama, un amigo artesano, un gringo de Lima igualito al Pibe Valderrama, (el crack colombiano que le puso ese pase magistral a Rincón para el empate con Alemania en Italia 90). El se dedicaba por esos días a modelar unos pequeños duendes en duropox y ese día había conseguido su última proeza: había elaborado un duende viejo al que había llamado Odín, y que según la leyenda se presentaba en los sueños de las personas, los dirigía, y a un lado de Odín había esculpido también la marmita con el fuego, símbolo de la eternidad y el conocimiento. Fue esa noche que al acercarnos a Raúl con el duende Odín en las manos de Valderrama (era su "gran obra"), que éste, echado y cubierto con sus plásticos en un rincón de la Plaza, y algo adormilado, nos contó su historia.
"En realidad, ustedes creen que soy de aquí, porque me ven durmiendo en las noches en la plaza me subestiman, creen que soy así no más, pero yo nací en otra parte, en Egipto, en Cafarnaúm. Es necesario mantener en secreto esta información. Yo he venido al mundo para cumplir una misión, para eso estoy en el Cuzco. Me están mandando la información desde el satélite. Tengo que implementar doce módulos educativos. Centrarme en la educación, esa es la directiva, y yo lo comprendo porque a la vista se ve que los adultos y las mujeres que trabajan en las oficinas ya no sirven para nada. Hay que chambear duro para mejorar las cosas en este mundo. Para eso me han preparado. En Cafarnaúm yo vivía en un castillo, ahora vivo aquí en la plaza pero yo vivía en el castillo de niño, y me acostaba a las nueve de la noche. Todo era así porque ya desde entonces me estaban preparando para lo que va a venir. Me pusieron los mejores profesores, tú pensarás que así no más era la educación en Cafarnaúm. Pues te equivocas. Por ejemplo, mi profesor de matemáticas era realmente bueno pero bien distraído, a veces desaparecería y había que buscarlo por todos lados, grande era el castillo, y se le encontraba vagando en medias, sin zapatos no más paraba y se iba por un lado y otro, de tanto pensar se perdía y se chocaba contra las armaduras de las habitaciones del castillo. Aparecía a la tarde con su pelo blanco todo desordenado, con su bigote blanco un poco tirado hacia un lado. Albert Einstein se llamaba. Había otro que me enseñaba física atómica, era italiano, Enrico Fermi, el del ciclotrón, la máquina que bombardea las moléculas para que los electrones de los átomos salgan volando. Pero había otro de mis profesores que me causaba inquietud y me costaba asistir a sus clases. Me producía muchas dudas y me angustiaba. Era Heisenberg, el del Principio de Incertidumbre. Una mierda sus clases. Pero en realidad, mi maestro, mi verdadero maestro, era el profeta Saúl. Bien borracho era el profeta. A las mujeres a la mitad de la calle ya las quería estar empujando...Lo fui corrigiendo".
Ese día me interesé y balbuceé las palabras que me permitieron formularle una pregunta. Pero de tonto, de querer hacerle saber que lo escuchaba (tal como estaba sucediendo) le dije: -"Entonces habiendo vivido en Egipto, debes haber conocido las pirámides: Keops, Kefrén, Micerino?". Me miró de mala gana y como si yo fuera un estúpido. -"¿Las pirámides?. Estás sonso tú, no te he dicho que yo soy de Cafarnaúm?, nunca las conocí porque soy de provincias".
Creo que hasta me envidiaron andar de investigaciones antropológicas con esta Kim Bassinger local, y luego ella formó parte de un grupo pop muy conocido, pero para ese entonces anímicamente yo venía en picada, ni la mujer más bella del mundo detenía mi debacle.
Así que establecida esta afasia y silencio inexplicable en mi conducta, viajé a Cuzco y decidí continuar con el tema, esta vez me propuse explorar la identificación que tenía este movimiento religioso con el pasado incaico (que era algo que los estudios sobre el tema ya habían señalado), aunque sabía que probablemente, dados mis conflictos internos, no consiguiera nada, que si concluía la investigación el estudio resultaría, en el mejor de los casos, menos que mediocre.
El asunto es que para no toparme demasiado con las personas y para no sentir lo descarrilado que me encontraba en el tren de la vida, caminaba por Cuzco como solo un ser desolado e inútil puede caminar por una ciudad. Caminaba por todas partes. Llegaba casi a diario por calle Ayacucho, después subía Belén y pasaba todas las ópticas, y luego todo se empinaba hacia arriba por calle Belén hasta llegar a la misma Iglesia. No era gratuito: por allí estaban los restaurants de menú más baratos, y acostumbraba comer olluquito, o matasca, o capchi de habas, a veces rodeado de otras mesas en las que más bien parecían estar continuando la borrachera del día anterior. Para mi era difícil pasar el arroz en cada plato, llevaba la boca seca, y con el tiempo me acostumbré a dejar esa mitad de arroz de la que está compuesto todo segundo que se sirve en el Perú. Y luego, seguí vagando, las reuniones con los Israelitas eran los sábados, y entre semana espaciaba las entrevistas con los hermanos. Y las entrevistas que tenía dispuestas se ponían complicadas, porque me interrogaba: ¿llegaré a formularles las preguntas? ¿no me quedaré trabado antes de decirles una palabra?
Entre tanto, me fui haciendo amigo de los artesanos que llegan de todas partes a la ciudad turística. Claro está, lo peor que me podía suceder es que un amigo de la universidad me encontrara, y me invitara o dijera para almorzar, porque es entonces que sufría. Se creaban tales vacíos y silencios en mi conducta durante el almuerzo que yo no sabía dónde esconderme. Y por eso me fui haciendo amigo de los artesanos, ellos no exigían nada, no sabían nada de mi y me la podía pasar mudo un par de horas y ni cuenta se daban, o no les importaba. Estaba bien sentarse con ellos en los arcos de la Plaza para protegerse de la lluvia, porque en ese entonces los artesanos podían estar sentados, tranquilos, vendiendo sus productos en las veredas que dan a la Plaza, en lo que en la Plaza Haucaypata se llaman los Portales, para el lado de Plaza Regocijo, y aún no se había enviado como quien envía una jauría de perros a ese ogro necio que en Cuzco se llama Policía Municipal, los azules, que vienen en sus camiones para corretear a los artesanos de Procuradores, e incautarles sus efectos, y tienen ese placer tan sádico de emprendérselas con los lustrabotas y hacerse de sus cajitas como un botín. Desgraciados. Mal paridos.
A veces llegaba la noche de Cuzco y todos esos faroles de tungsteno tan emocionantes, como unas bolas de luz, se prendían y una ligera alegría se insinuaba dentro de mi, era como una luciérnaga que aleteaba entre mis pulmones, pero ni bien se prendía se apagaba, tantas cosas muertas traía en mi. No reaccionaba. En las noches, trataba de darme cabezasos contra las paredes. Cuándo acabaría el suplicio de no poder articular palabra, de no poder expresarse libremente. Y fue por esos días que conocí a Raúl. Raúl dormía en la Plaza. Llevaba una casaca rosada de pluma, de un rosado encendido que estaba siempre lleno de carca, unas manos encostradas en las palmas y de uñas muy sucias y crecidas, el rostro tostado por el sol, y una barba raída bajo sus ojos enrojecidos y brillantes. Qué ojos. Por mi lado, cuidaba el local de una ONG, era una especie de guardián informal de una oficina en un edificio. Llegaba por las noches, desplegaba mi colchón y sleeping bag, y todo bien, en realidad era amigo de la directora y nos salía cómodo a ambos el trato. Pero a las mañanas al desayuno, en el mercado de Rosaspata o en el de San Pedro, siempre era posible encontrarse con Raúl que me comentaba sus preocupaciones. Primero, al encontranos, siempre me daba un papel con la mano izquierda. Tenía que recibirlo también con la mano izquierda. Un papel que sacaba de su prodigioso saco de yute sucio muy sucio y que estaba poblado de artículos y recortes provenientes de alguna edición del Popular, el Chino, la Chuchi, pero que Raúl sabía leer en sus signos secretos, de una manera siempre lúcida y sorprendente. Un día su preocupación podía ser: "Necesito un escarpín del Barcelona de España, lo necesito urgente, a ver si me lo consigues, porque es necesario para mejorar la calidad de la nata que producen en la Planta Lechera de San Jerónimo". O también, cuando los universitarios cuzqueños en huelga por los maltratos en la actividad turística iban subiendo por la Cuesta de Santa Ana, una marcha nutrida de jóvenes universitarios que pretendían cerrar por unos días las vías del tren a Machu Picchu, materializando de esta forma su protesta, Raúl aparecía a mitad de la Cuesta y los sentenciaba: "Aguirre, la ira de Dios, con Klaus Kinski".
Otro día estaba también indignado, porque había tenido un camioncito de marca Raudi, con el que trasladaba material de construcción, que había sido confiscado por el gobierno municipal de Ricardo Belmont Cassinelli en Lima. Qué tal raza, esos limeños.
Apareció un buen día con una gran hinchazón en uno de sus tobillos, y habría sido bueno traerle un chisguete de Hirudoid o Calorub y habérselo obsequiado, pero en el momento no se me ocurrió. Sin embargo, él me explicó rápidamente lo que estaba sucediendo: "Son las del Seguro, no las enfermeras que están demasiado ocupadas con los pacientes, sino las empleadas que manejan las computadoras, las de la administración, esas me están telepatizando en el pie".
Otra noche que salía partiéndome de frío del Kamikase u otra disco, iba conmigo Valderrama, un amigo artesano, un gringo de Lima igualito al Pibe Valderrama, (el crack colombiano que le puso ese pase magistral a Rincón para el empate con Alemania en Italia 90). El se dedicaba por esos días a modelar unos pequeños duendes en duropox y ese día había conseguido su última proeza: había elaborado un duende viejo al que había llamado Odín, y que según la leyenda se presentaba en los sueños de las personas, los dirigía, y a un lado de Odín había esculpido también la marmita con el fuego, símbolo de la eternidad y el conocimiento. Fue esa noche que al acercarnos a Raúl con el duende Odín en las manos de Valderrama (era su "gran obra"), que éste, echado y cubierto con sus plásticos en un rincón de la Plaza, y algo adormilado, nos contó su historia.
"En realidad, ustedes creen que soy de aquí, porque me ven durmiendo en las noches en la plaza me subestiman, creen que soy así no más, pero yo nací en otra parte, en Egipto, en Cafarnaúm. Es necesario mantener en secreto esta información. Yo he venido al mundo para cumplir una misión, para eso estoy en el Cuzco. Me están mandando la información desde el satélite. Tengo que implementar doce módulos educativos. Centrarme en la educación, esa es la directiva, y yo lo comprendo porque a la vista se ve que los adultos y las mujeres que trabajan en las oficinas ya no sirven para nada. Hay que chambear duro para mejorar las cosas en este mundo. Para eso me han preparado. En Cafarnaúm yo vivía en un castillo, ahora vivo aquí en la plaza pero yo vivía en el castillo de niño, y me acostaba a las nueve de la noche. Todo era así porque ya desde entonces me estaban preparando para lo que va a venir. Me pusieron los mejores profesores, tú pensarás que así no más era la educación en Cafarnaúm. Pues te equivocas. Por ejemplo, mi profesor de matemáticas era realmente bueno pero bien distraído, a veces desaparecería y había que buscarlo por todos lados, grande era el castillo, y se le encontraba vagando en medias, sin zapatos no más paraba y se iba por un lado y otro, de tanto pensar se perdía y se chocaba contra las armaduras de las habitaciones del castillo. Aparecía a la tarde con su pelo blanco todo desordenado, con su bigote blanco un poco tirado hacia un lado. Albert Einstein se llamaba. Había otro que me enseñaba física atómica, era italiano, Enrico Fermi, el del ciclotrón, la máquina que bombardea las moléculas para que los electrones de los átomos salgan volando. Pero había otro de mis profesores que me causaba inquietud y me costaba asistir a sus clases. Me producía muchas dudas y me angustiaba. Era Heisenberg, el del Principio de Incertidumbre. Una mierda sus clases. Pero en realidad, mi maestro, mi verdadero maestro, era el profeta Saúl. Bien borracho era el profeta. A las mujeres a la mitad de la calle ya las quería estar empujando...Lo fui corrigiendo".
Ese día me interesé y balbuceé las palabras que me permitieron formularle una pregunta. Pero de tonto, de querer hacerle saber que lo escuchaba (tal como estaba sucediendo) le dije: -"Entonces habiendo vivido en Egipto, debes haber conocido las pirámides: Keops, Kefrén, Micerino?". Me miró de mala gana y como si yo fuera un estúpido. -"¿Las pirámides?. Estás sonso tú, no te he dicho que yo soy de Cafarnaúm?, nunca las conocí porque soy de provincias".
8 comentarios:
Recuerdo una antigua entrevista a un alto lider religioso israelita. Decia que los ricos no podian ir al cielo y que se iban a quemar eternamente hasta quedar como Perico Leon. Que ademas era injusto, porque ellos tienen de todo mientras nosotros no tenemos colchon ni 'Chaide y Chaide'.
JJJJJjaaaaaaaaaaaaaa!!!! Genial!!!!
Cómo no conocí yo a ese loco...q lindo mi querido Pablo. Valderrama, es verdad. Ahora es titiritero. Q tipazo. Gracias por este recuerdo compartido.
Abrazos sin tiempo.
K.
Recuerdo que salí de Cuzco un domingo. Era en la tarde, y venías K. cruzando la Plaza de Armas y el taxi en el que iba yo en ese momento, se acercó, iba a abrir la ventanilla y gritarte, pero no lo hice y finalmente vi que entrabas hacia Plaza Regocijo. Ibas con un lienzo grande en los brazos, un lienzo blanco para pintar, el pelo rojo desplegado y un pantalón color ladrillo. Mejor era tener una pintora entregada a su arte, así que no te pasé la voz desde el taxi. Días después, en Lima, milagrosamente comencé a hablar otra vez, luego de 2 años de no hacerlo. También recuerdo cuando volabas hacia la pared porque salías disparada en el pogo de Mamá Africa, y sí, Valderrama es titiritero y no sé si te preguntas como yo en qué lugar estará parchando. ¿Bogotá?, ¿Buenos Aires?, ¿Cochabamba? Esa red intrincada de lugares de parche, porque cuando estaba en Córdoba (Argentina) me dijeron por donde estaban parchando y lo miré con simpatía. ¿Y Max? Max Martell. ¿Dónde estás ahora? ¿En Buenos Aires?
Sobre los Israelitas del Nuevo Pacto lo primero que diré es que extraño mucho a la chica con la que hice las investigaciones sobre los sueños. No la he visto desde hace años y no creo que lea estas líneas de gratitud. Una vez en Sargento Pimienta a las mil y quinientas de la madrugada alguien me armó o yo armé la bronca y ella vino a separarnos. Te lo agradezco. Seguro la gente preguntaba de dónde la estrella pop conocía a semejante desharrapado e inútil como yo. Si usted tiene niños, deles a leer "Colores para franela", editado por Santillana, un encantador relato. Una niña que es en blanco y negro en un mundo de color.
Lo segundo que digo sobre los Israelitas es que si bien pueden observarse muchas cosas, y se han dicho muchas cosas pintorescas acerca de ellos o ellos mismos las han dicho, lo cierto es que tienen una manera de ver el mundo religiosa que es compleja, de mucha cooperación entre los hermanos, y también con ellos viví momentos entrañables, como toda la tarde que estuve comiendo unas papas pequeñas de una olla con el hermano Lorenzo en uno de los cerros de Cuzco. El hermano Lorenzo ya no está entre nosotros y en ese entonces ya era un anciano, y me contaba las historias de su infancia en Cotabambas, sus sueños también, los sueños de infancia que ya adelantaban su destino, una sensibilidad que buscaba a Dios. Creo que debemos dejar de observar sólo el lado pintoresco de los Isrealitas, aunque reconozco que era divertido que le digan "semejanza" a la barba. "¿Te has cortado tu semejanza?", me decía un niño, y también era tristísimo que el chivito que había estado pastando en la ladera del cerro Huancarpata toda la semana, fuera sacrificado en el holocausto, el ritual que tienen ellos en sus grandes celebraciones acordes al Antiguo Testamento. El cerro Huancarpata, en Compone, Cuzco. La pampa de Anta.
...y los Israelitas han seguido su camino, y han ido peregrinando más allá de las fronteras. Ahora los encuentras también en la Amazonía norte de Bolivia, en Pando, donde son tal vez más incomprendidos y discriminados que nunca (y donde - a falta de saber hacerlo diferente - tumban el monte y los árboles más bellos a diestra y siniestra)... No sabía lo del Pibe, pero había algo marionético en su semblanza, algo irreal (más allá del rubio de su cabellera)... Afasia...creo recordar que te fue creciendo desde dentro y de a pocos (tuvimos entonces algunos silencios...), como una liana estrangulante que buscaba tu garganta o tal vez tu cerebro, no lo sé... Tal vez es el invierno de la afasia...
Los Israelitas del Nuevo Pacto, al menos aquellos con los q yo conviví en el cerro Huancarpata de Compone, en Cuzco, tomaban decisiones a cada momento, y muchas de ellas de orden "territorial". Por esos días de 1995, se decía q estaban desplazándose en lo q se llamaban "fronteras vivas", hacia la zona de Madre de Dios q da a la frontera con Brasil. La idea de la selva como el lugar para esperar el fin del mundo, todos los elegidos reunidos. Ayer veía un capítulo de la Ley y el Orden (serie gringa de policías, jueces y abogados), y el caso q se ventilaba tenía q ver con personas q llegaban a un crimen por esta misma escatología apocalíptica. Como eran gringos, la idea de reunir a los elegidos, para el retorno de Cristo, más bien estaba centrada en reunir a los judíos, y entonces estaban pagándoles pasajes a los judíos de Ucrania, para su retorno a Israel, ambientada en la crisis financiera actual la serie.
Bueno, yo siento q estas historias de migraciones y desplazamientos por motivos religiosos están como sumergidas, para el caso de los Israelitas, q tú ves en Pando, sabe Dios cómo se han ido desplazando. Las historias q contaban ya sobre la frontera con Brasil en 1995, tenía bastante riqueza anecdótica y vivencial, me contaban de la flojera de los nativos amazónicos, de su incapacidad de trabajo, las cosas q tenían q ver los Israelitas en la convivencia con otros en Madre de Dios, porq algunos iban y venían hacia Cuzco para encontrarse con "los hermanos de la ciudad del Cuzco".
El mismo desplazamiento de los Israelitas por la Ciudad del Cuzco se parecía al Informe sobre Ciegos de Sábato, porq andabas por un mercado y te podías quedar a conversar con una hermana q vendía pescado fresco, y aparecía otro contacto y se manifestaba como una red secreta de espacios y lugares q los israelitas compartáin en Cuzco. En fin, mi cabeza sólo bota humo esta tarde, quizás ninguna idea de interés (verborrea, verborrea).
Pero en fin, la afasia se instaló por dos años, y parecía que nunca nunca iba a salir de ella. Fue el exceso de fármacos, de diazepanes el q me llevó a ella.
el maestro ezequiel solo dice la verdad
yo pienso hay q ser caso conforme la biblia y ese honbre solo hizo lo q dice la escritura nada e s inventado como los catolicos q solo asen cosas q no existe ningun testimonio biblico no sean ciegos
los catolicos son idoldratas la cual sera condenados a l infiernos cristo nunca dijo q adoran a imagenes y ademas nunca uso rosarios ni crusificos
debes de ser realistas el final esta cerca estamos en los tienpos de afliccion si cunples los diez mandamientos te salvaras decir alas demas personas el s eñor es misericordioso y bueno
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