domingo, 22 de junio de 2008

Asuntos pendientes antes de morir

Una de las cosas que siempre he detestado es la repetición. Algunas veces llegué a reacciones exageradas por esta animadversión. Así, recuerdo que cuando tenía 18 años bajaba a la universidad llegando al punto que tenía toda la intención de cambiar y cambiar de personalidad según la persona que se presentara a mi lado. Tener una sensibilidad y pensamiento tan maleables, hacía que desde que empezaba la mañana, aspirando toda esa humedad limeña que a mi me inspira más bien una sensación neta de libertad mojada, caminara hacia la universidad y a lo largo del día me desperdigara en tantos contactos humanos tan diferentes entre sí, vertiendo desde la personalidad más extrovertida y abierta que estrenaba por la mañana, hasta la enfundada melancolía y silencio hacia la tarde, todo vivo, discordante, un paseo por la galería de los tipos humanos frente al cual Dr. Jekyll y Mister Hyde eran una simplificación absurda de la vasta impronta de personalidades que, dado el caso, uno puede esgrimir en un solo día.

Después apareció esa película, Zelig, pero ese es el arte de la mimetización y la inseguridad, y de eso no se trataba. Se trataba de que en cada caso, en cada encuentro fortuito con un amigo o amiga, debía elaborar una nueva personalidad única y compleja, con sus manías, puntos de vista y disposiciones de ánimo particulares. Ser una especie de autor teatral improvisado de sí mismo, permanentemente, y de una forma verdaderamente exigente (sin que por eso, creo, dejara de ser divertido). ¿Por qué tener una sola personalidad si nadie te lo ha pedido? Repetirse a sí mismo, repetir una personalidad ya sustentada, era terriblemente aburrido, y en los vastos territorios humanos de la infinidad de presencias que tenían a bien seguir conmigo los cursos de historia universal y las varias introducciones a la filosofía, todos estaban dispuestos a ver el mundo como nuevo o al menos yo lo sentía así. Mis manos nerviosas llevaban el apunte de Thomas Kuhn y la explicación de la revolución copernicana, y el cambio de paradigmas en la lectura de los significados de la vida y del universo, y yo por mi cuenta, solventaba la amplia gama de los comportamientos humanos por el puro placer de nunca encontrarse en el mismo punto, siempre cambiar, siempre cambiar.

Bueno, eso no duró mucho porque por ese entonces siempre había otra cosa que hacer. Cuando estaba en Facultad me despertaba a las 3 de la mañana, prendía la luz muy amarilla del foco Phillips en mi cuarto, y sacaba de la mesita de noche el libro de Dumont “Homo Hierarchicus”, y estaba hasta las 6 o 7 de la mañana leyendo las explicaciones sobre las alianzas matrimoniales en el sistema de castas de la India, y la infinidad de cosas para aprender era tan infinita, que me quedaba dormido y cuando despertaba iba preocupado a la librería a comprar unos papelotes blancos y un plumón azul para escribir. Y es que quería copiar mi sueño y pegarlo en las paredes de la Facultad (Sí, el sueño que había tenido al quedar dormido captaba toda mi atención y entonces derivaba hacia eso.) Y escribía mis sueños sobre el papelote blanco, era tan fácil. Había soñado con un montón de latas de Pepsi-Cola que llovían del cielo, y en un momento, comenzaba a darme un miedo pavoroso que una de esas latas me cayeran en la cabeza y quedar ahí. Ahora que lo pienso no era un sueño extraordinario, pero lo cierto es que yo había quedado tan deslumbrado por el sonido hueco de las latas al pegar en el asfalto, por el brillo de ver toda la calle en una lluvia tan fragorosa de metales voladores, que bueno, me daba por escribir este y otros sueños, y si bien la gente se preguntaba qué diantres era eso, cuál era el objeto de escribir una cosa así entre los murales que anunciaban campeonatos de fulbito, tonos en Barranco y esas cosas que anuncian en todas las paredes de las universidades, lo único que yo hacía era juntar sobre un papel un montón de palabras escritas por mi letra muy bonita (siempre ha sido muy bonita mi letra), cosas inútiles que por suerte a alguien se le ocurría, porque pienso...¿porqué a los demás no se les ocurría deslumbrarse por sus sueños y escribirlos sobre las paredes? Hasta donde yo sé no hay ninguna razón para que no lo hagan. El asunto es que recuerdo que las últimas frases de mi sueño, cuando las latas brillantes de Pepsi Cola iban a golpearme y matarme acababa: “amenazaban caer sobre mi cabeza y prodigar mi sangre, vago y cálido alcohol, sobre el rostro negro de la ciudad”.

Sé que ha habido a lo largo de la historia muchos enemigos de la repetición. Soren Kierkegaard nunca pudo reducir su argumentación filosófica a un solo argumento, y el Kierkegaard ético y el Kierkegaard estético son irreductibles entre sí. Pueden llegar a sostener pensamientos ampliamente contradictorios entre sí, pero coherentes con la personalidad filosófica que le ha tocado asumir en uno de sus varios heterónimos. De Fernando Pessoa el asunto es demasiado conocido para entrar en detalles (que ni sé). Y están todas las historias que contaba Breton sobre Jacques Vaché, que luego de un trabajo duro en las minas salía al París nocturno vestido de bombero o de policia, o lo que quisiera, según el ánimo. Y así. Mijail Bajtin se detiene en la diversidad de puntos de vista de las personalidades que atraviesan la novelística de Dostoyevski, y santos enredos Batman, de aquí nace la idea de la novela polifónica, que es una idea tan luminosa por parte de Bajtín. En fin, aquí al lado están hablando del partido de Rusia y Holanda, y yo, como de costumbre, me distraigo, tan bien me parecía que jugó Arshavin ayer, ese sombrerazo a Van der Sart.

4 comentarios:

Blogger Chiqui lima ha dicho...

al comienzo de tu relato estaba pensando en Zelig, cuando lo has mencionado. es mi peli favorita de woosy allen. te envio un beso camaleónico
chiqui

25 de junio de 2008, 20:30  
Blogger pablo ha dicho...

En un libro de Bruno Schulz, un autor judío polaco de los años 30s, uno de los personajes sumamente fantásticos, solía reclamarle al Demiurgo (al Creador del Mundo): "Dame más forma y menos materia". Parece críptica esta idea pero es sencilla: es una lástima que si hay muchas mesas, todas se parezcan, así que con la misma cantidad de materia se puede conseguir todo tipo de formas. Lo mismo vale para las personas, es tristísimo si las identidades se uniformizan, y la diversidad se paraliza. Una especie de crisis cósmica si sólo hay un modelo de vida y los demás se van a la mierda. Ahora estás en Caracas, Chiqui, mañana en Lima, pasado en Madrid, es una buena vida la tuya.

26 de junio de 2008, 8:20  
Blogger Chiqui lima ha dicho...

si pablo es muy triste la uniformidad de las identidades, viva el multiculturalismo y la diversidad!
por esso es tan bueno viajar...te aleja de la crisis cósmica a la que tù aludes al ver tantas formas de vida diferentes y maneras de comportarse la gente
me gusta tanto como describes las cosas!!!!!!..besos y hasta un rato en el juanito de barranco
besos
chiqui

27 de junio de 2008, 17:37  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Viva el Juanito de Barranco, también. Se me ha hecho una heridita en el cachete con la caída de cara que tuve ayer.
Besos.
Pablo

28 de junio de 2008, 14:46  

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