Una amabilidad oculta trastorna mi conciencia
Tengo la sospecha que por estos días hay algo que ha cambiado definitivamente a un nivel interno. Me parece que uno puede saber cuando está viviendo experiencias contundentes y al mismo tiempo, tan inconscientes, que se puede anticipar que habrá un cambio, pero no así la naturaleza de ese cambio, o el modo cómo afectará el comportamiento.
Esta mañana me venían ganas de "hablar" sobre la amabilidad. Cuando John Updike, en el prólogo a "El Sanatorio bajo la clepsidra", libro escrito por Bruno Schulz, se refiere a otro escritor judío polaco, a Isaac Bashevis Singer, lo hace de una forma que siempre me ha parecido peculiar y precisa. Dice de él que es "un genio amable de la Polonia de entreguerras". Y lo es. Basta leer relatos como "Los misterios de la Cábala" o "Poderes", para sentir la amabilidad de sus diálogos y de las descripciones de situaciones. La amabilidad es algo que gana para sí al resto de personas hacia la persona amable. Como las ganas del asesinato al serial killer, así también la amabilidad se instala y si existen personas encantadoras, éstas expanden ese encanto a las situaciones y al todo de su entorno. No sé si en una referencia directa a la amabilidad pero recuerdo lo que escribió Hans Christian Andersen en su viaje a España, sobre fines del siglo XIX. Decía que las malagueñas tenían un tipo de alegría inabarcable e incomprensible que simplemente brotaba sin que hubiera un motivo especial para ello, brotaba y brotaba y hasta le parecía que siempre estaban de fiesta, y también se detenía a describir que el lecho del río de Málaga, seco en largas temporadas, y este servía para armar una feria que era una delicia de color y gitanería. En una estación se adelantó la avenida del río y había acabado con la feria en un santiamén. Pero este último punto, del lecho seco del río, la Barbacana, donde se instala la feria de Málaga, es algo totalmente accesorio, que mi vergonzante memoria informativa retiene y expone inútilmente, porque el asunto siempre, el atinado, es esa alegría irradiante y siempre amable que Andersen descubría en las malagueñas, y que no sé si extendía a las andaluzas todas, que ahora, de forma tan oblicua, en realidad es la materia poco secreta de este escrito.
La cosa es que el granizo nos coge en Cusco por la tarde y corremos a guarecernos, los chicos se escapan entre la lluvia a tratar de palpar las truchas en el lago, la coneja Lulú se caga a cada momento en las camas, y en el mercado, salen todas esas sopas humeantes y unos ojos muy verdes se esconden debajo de unas gafas grandes, marrones y oscuras, mirándome.
Esta mañana me venían ganas de "hablar" sobre la amabilidad. Cuando John Updike, en el prólogo a "El Sanatorio bajo la clepsidra", libro escrito por Bruno Schulz, se refiere a otro escritor judío polaco, a Isaac Bashevis Singer, lo hace de una forma que siempre me ha parecido peculiar y precisa. Dice de él que es "un genio amable de la Polonia de entreguerras". Y lo es. Basta leer relatos como "Los misterios de la Cábala" o "Poderes", para sentir la amabilidad de sus diálogos y de las descripciones de situaciones. La amabilidad es algo que gana para sí al resto de personas hacia la persona amable. Como las ganas del asesinato al serial killer, así también la amabilidad se instala y si existen personas encantadoras, éstas expanden ese encanto a las situaciones y al todo de su entorno. No sé si en una referencia directa a la amabilidad pero recuerdo lo que escribió Hans Christian Andersen en su viaje a España, sobre fines del siglo XIX. Decía que las malagueñas tenían un tipo de alegría inabarcable e incomprensible que simplemente brotaba sin que hubiera un motivo especial para ello, brotaba y brotaba y hasta le parecía que siempre estaban de fiesta, y también se detenía a describir que el lecho del río de Málaga, seco en largas temporadas, y este servía para armar una feria que era una delicia de color y gitanería. En una estación se adelantó la avenida del río y había acabado con la feria en un santiamén. Pero este último punto, del lecho seco del río, la Barbacana, donde se instala la feria de Málaga, es algo totalmente accesorio, que mi vergonzante memoria informativa retiene y expone inútilmente, porque el asunto siempre, el atinado, es esa alegría irradiante y siempre amable que Andersen descubría en las malagueñas, y que no sé si extendía a las andaluzas todas, que ahora, de forma tan oblicua, en realidad es la materia poco secreta de este escrito.
La cosa es que el granizo nos coge en Cusco por la tarde y corremos a guarecernos, los chicos se escapan entre la lluvia a tratar de palpar las truchas en el lago, la coneja Lulú se caga a cada momento en las camas, y en el mercado, salen todas esas sopas humeantes y unos ojos muy verdes se esconden debajo de unas gafas grandes, marrones y oscuras, mirándome.
1 comentarios:
Entonces, querido Pablo, será verdad lo de la malagueña salerosa, que como bien tú dices, cuando el río suena... Ahora recuerdo que en uno de esos libritos que vendían por doquier antes de el rollo de ayúdate tú mismo tomara las editoriales, esos, pues, de cien frases inmortales, suertes de pastillas para levantar la moral y demás necesidades humanas, leí algo así como que regalar una sonrisa no cuesta nada. Y qué cierto resulta, no?, amigo, que es una auténtica bendición a veces reconocer en el rostro del otro esa hermosa distensión de los labios que es no es más que un reflejo de un movimiento feliz y bienintencionado del alma
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