Nadie vive demasiado
Se puede ser adicto a los muslos y las piernas de una mujer y enloquecer por eso. Se puede vivir sin una puta idea en la cabeza y tan solo escuchar..."la estoy pasando muy mal, por un lado desespero cuando baten los huevos para preparar un omelette y me produce urticaria el olor del pescado, pero el sol me alcoholiza", y se puede ser absolutamente adicto a los muslos de una mujer y enloquecer por eso.
Me gusta escribir. En estos días ha bajado un poco mi gusto por las ideas y he vuelto al tren de las fantasías, leí Ehrengard de Isak Dinesen y luego algunos cuentos de Antonio Tabucchi en el "Juego del revés". Sentí que ambos libros dejaban que desear. No cubrieron mis expectativas. Me perdonarán, no quiero ser crítico ácido porque no va con mi ánimo esta mañana pero siento que Tabucchi debe demasiado a los cuentos de Julio Cortázar, hasta la forma oculta de ciertos acontecimientos que marcan "la verdad de la acción" parecen tan parecidos a la forma cómo se asumen las historias del escritor argentino, como en "El final del juego", ese tan bello relato en el cual las niñas juegan a las figuras en la esquina de una calle. El mundo tiene a los críticos literarios para eso, que pueden hacer este rol desmontador de los relatos, que yo no deseo, y por ánimo de contradicción expresaré mi admiración por el relato de Tabucchi "Paraíso Celeste" en esa colección de relatos.
Me da un poco de miedo el travestismo literario, aunque el de "La Romana" de Alberto Moravia me dio para todo: iba al kiosko que está a la entrada del muelle de Pimentel, pedía una cerveza, el sol caía por todos lados y las gaviotas se suspendían en el cielo (la verdad es que parece que quisieran conversar con uno, como en esas películas que los pájaros hablan...Uccellini...), estaba ahí leyendo La Romana, tendría 20 años en ese entonces y era tan bueno para mi vivir en la playa, en las mañanas muy temprano salíamos con el tío Kiko para conseguir lenguado entre los pescadores que estaban en la orilla, porque mi tío tenía tanto problema al comer con las espinas de los otros pescados, que daba un golpe en la mesa y su semblante se ponía tan colorado de la ira, rojo como un tomate, se volvía loco cuando le trincaba una espina cerca de la garganta. El lenguado era una garantía de pescado delicioso y un alivio anticipado para la garganta. Bueno y emocionante era vivir en la playa, quiero volver allí hacia noviembre, o ir a Paita (el puerto de madera de Piura), es tan claro el recuerdo que tengo de estar en el kiosko a la entrada del muelle de Pimentel, tomando una cerveza, leyendo a Alberto Moravia, el vacío interior de Giacomo que lo lleva a la traición, la personalidad irreductible y despiadada de Sonsogno, un placer que es el mismo placer de la lectura de el Gatopardo de Lampedusa por esos días, o La cronacha di poveri amanti, de Vasco Pratolini.
Enloquecido por los muslos de una mujer escribo que el sol me alcoholiza.
Me gusta escribir. En estos días ha bajado un poco mi gusto por las ideas y he vuelto al tren de las fantasías, leí Ehrengard de Isak Dinesen y luego algunos cuentos de Antonio Tabucchi en el "Juego del revés". Sentí que ambos libros dejaban que desear. No cubrieron mis expectativas. Me perdonarán, no quiero ser crítico ácido porque no va con mi ánimo esta mañana pero siento que Tabucchi debe demasiado a los cuentos de Julio Cortázar, hasta la forma oculta de ciertos acontecimientos que marcan "la verdad de la acción" parecen tan parecidos a la forma cómo se asumen las historias del escritor argentino, como en "El final del juego", ese tan bello relato en el cual las niñas juegan a las figuras en la esquina de una calle. El mundo tiene a los críticos literarios para eso, que pueden hacer este rol desmontador de los relatos, que yo no deseo, y por ánimo de contradicción expresaré mi admiración por el relato de Tabucchi "Paraíso Celeste" en esa colección de relatos.
Me da un poco de miedo el travestismo literario, aunque el de "La Romana" de Alberto Moravia me dio para todo: iba al kiosko que está a la entrada del muelle de Pimentel, pedía una cerveza, el sol caía por todos lados y las gaviotas se suspendían en el cielo (la verdad es que parece que quisieran conversar con uno, como en esas películas que los pájaros hablan...Uccellini...), estaba ahí leyendo La Romana, tendría 20 años en ese entonces y era tan bueno para mi vivir en la playa, en las mañanas muy temprano salíamos con el tío Kiko para conseguir lenguado entre los pescadores que estaban en la orilla, porque mi tío tenía tanto problema al comer con las espinas de los otros pescados, que daba un golpe en la mesa y su semblante se ponía tan colorado de la ira, rojo como un tomate, se volvía loco cuando le trincaba una espina cerca de la garganta. El lenguado era una garantía de pescado delicioso y un alivio anticipado para la garganta. Bueno y emocionante era vivir en la playa, quiero volver allí hacia noviembre, o ir a Paita (el puerto de madera de Piura), es tan claro el recuerdo que tengo de estar en el kiosko a la entrada del muelle de Pimentel, tomando una cerveza, leyendo a Alberto Moravia, el vacío interior de Giacomo que lo lleva a la traición, la personalidad irreductible y despiadada de Sonsogno, un placer que es el mismo placer de la lectura de el Gatopardo de Lampedusa por esos días, o La cronacha di poveri amanti, de Vasco Pratolini.
Enloquecido por los muslos de una mujer escribo que el sol me alcoholiza.
2 comentarios:
Bueno no me parece mal un poco de adicción a los muslos de una mujer, y menos cuando se da en un desierto en el desierto.
Vive la caletitud
Los muslos de una mujer, Pablos, pueden ser la entrada al paraíso o el umbral del infierno, todo depende de la mujer con la que te topes, pero el solo hecho ese de toparse con ese par y su vertiginoso vórtice a la corta o a la larga siempre será bueno por sí mismo, y más si nos quedamos en la entrada, sin hacer caso a lo que puedan prometer para mañana o pasado. Sírvete, agradece y márchate. Quizá estas sean una buenas instrucciones para salvarse y vivir para contarla
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