domingo, 8 de febrero de 2009

Ser un tonto no es una profesión desdeñable

He terminado de leer "Un día en la vida de Iván Denisovich", de Alexandr Soljenitsin, un libro duro si los hay. Un mundo cerrado y de privaciones, el de los campos de trabajos forzados en el régimen de Stalin, de jerarquías elaboradas sobre la fuerza y la inteligencia para la adaptación a un mundo magro, donde el aprendizaje significa saber de qué parte del caldero vienen los nutirentes de la sopa, y 20 gramos más de pan significan un suplemento privilegiado. Un libro duro como un candado o algún objeto contundente. Y un libro, también, de una calidad insobornable.

Debo decir, que este año 2009 estoy leyendo libros raros. Leo, en general, aquellos libros que intuyo que al resto de las personas no les dan ganas de leer (pareciera que en la actualidad para que un libro tenga el interés de las personas se tuviera que hacer campañas de seducción bastante estúpidas, y donde a menudo, como acto central, unos reverendos mediocres aparecen firmando autógrafos, y siendo así, los libros abandonados me resultan más personales, más reales). También, por ejemplo, leí "Matalaché", de Enrique López Albujar, y me fue imposible no pensar que se trataba de un pésimo escritor, o al menos una pésima obra, y también llegué a pensar que este libro debieran sacarlo de las currículas escolares (está en todas las currículas de literatura peruana).


Pero bueno, esto no es particularmente interesante, y no habla de mi. Son pensamientos que no hablan de mi. Tampoco hablaré de mi referirme a una pequeña reflexión sobre las personas dominantes. No son fáciles de ver, porque mientras el grueso de las personas andamos vagando por las calles, bastante tranquilas, éstas que sí tienen fuerza de temperamento, siempre vivirán dentro de una trama o red social que haga posible la expresión de su influencia. Para las personas que están en ese entorno, serán totalmente visibles, pero para el resto de las personas, ya mucho menos. Una cosa que he ido concluyendo es que toda persona dominante, casi sin excepción, tiene un conjunto más amplio de convicciones apodícticas que el resto de nosotros. Es decir, una mayor cantidad de cosas de las que se encuentran plenamente convencidas, y por añadidura, poseen muchísima capacidad de convicción. Esa capacidad de convicción les permite también autoconvencerse del todo de muchas cosas, y la verdad es que esa autoconvicción por lo general es atinada si se trata de una persona inteligente y perspicaz, y lleva a que las acciones se propongan con el mayor vigor, pero también pueda suceder que llegado el caso esa autoconvicción lleve a ideas disparatadas. Sin embargo, cómo saber cuáles de esas ideas son disparatadas y cuáles no, si el resto de las personas les vamos a la zaga. En un buen momento nos matamos a todos los judíos de un tirón, o se nos da por bombardear toda la franja de Gaza, pero en otro conseguimos determinar que el Alzheimer sólo es otro tipo de diabetes, el tercer tipo, y que la insulina debe aplicarse preventivamente a los adultos que estén presentando signos de pérdida de memoria. Creo que esta influencia de las personas que llevan la batuta en los grupos humanos es decisiva para los cambios del mundo, sean la cosa más atinada que cabe ocurrírsenos, o un disparate. Bueno, supongo que no siempre será así, que a veces todo el dominio se da a través de la fuerza bruta, pero en las sociedades complejas sucede así, ocurre que la forma de ser arrolladora o predominante suele estar nutrida de muchos componentes culturales. Sin embargo, cuando me he puesto a pensar en el sentido del humor, no he podido sino pensar que el más hermoso, el más flagrante y entretenido de las formas del humor y la diversión no es el que se da entre ellas, entre estas personas llenas de convicciones, sino en la inutilidad más irredenta de los parques, los vagabundos y los tontos. Creo que me voy a dedicar a ser un tonto, no me parece una profesión desdeñable.


De otro lado, en casa mi hermano Aldo suele decir por estos días "tienes que trabajar". Y la verdad, he estado tan desconcertado y como desnudo y sin nada ya en estas fechas, como si me hubiera despojado de mi vida, que ya no quedaría otra cosa de momento que trabajar, en silencio, recordando a Iván Denisovich, y valorando un plato de sopa.

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