viernes, 6 de febrero de 2009

Las Puertitas del Señor López

Me pregunto si ver sufrir a una mujer puede, además de hacerme sentir la solidaridad hacia ella, abrir las puertas desvencijadas de mi conciencia. O al revés, romper esas puertas muertas que me llevan a regiones ignotas de mi inconsciencia. Siempre he sostenido que padezco de un bloqueo, pero un bloqueo interior apenas si puede percibirse por la conducta exterior. Es un postulado que sólo puede sostener el propio sujeto que lo padece, y las otras personas no tienen porqué creer o confiar que así es. Finalmente, sólo ha sido uno quien ha vivido su propio pasado, y sabe que en ese pasado fue distinto. Que hubieron sucesos de la propia vida que hicieron que luego, toda una región del comportamiento habitual de esa persona, quedaran ocultos.

La zona oculta de mi comportamiento es vasta como lo es Rusia en el mapa del mundo. La intención, por ejemplo, que me llevaba desde tempranas horas gracias a un deseo profundo de conocimiento, a leer en la biblioteca libros en absoluto desorden pero en dirigido deseo, de Pierre Vilar, Witold Kula, Paul Sweeze, Cristopher Hill, Maurice Dobb, esa intención está desaparecida..Lecturas de las que en general sacaba poco en claro, por los saltos de angustia que perforaban y derrotaban la naturalidad de mis actos...Esa intención era tan aguda y clara, que casi me levantaba como un resorte de la cama, al desayuno y luego cruzaba las pistas que separan la casa de mis padres de la biblioteca. A la actualidad no sucede nada como eso, el deseo de conocimiento ha recibido un fuerte mazaso, una fuerte conmoción, y nada hay de la pureza de ese deseo. La verdadera perentoriedad casi desesperada de buscar el conocimiento por sí mismo.

Se ha aclarado un poco en esta época. Ya no desdeño, por ejemplo, "Un día de la vida de Iván Denisovich", de Alexandr Soljenitsin, aunque describa la vida opresiva de un campo de trabajos forzados en el regímen de Stalin (que es mencionado como "el gran patrono"). Antes rechazaba ponerme a leer un libro así porque daba por descontado que me adentraría en una oscuridad que no deseaba. Pero está claro que es un libro de escritor, un libro perfilado del todo a través de necesidades internas de quien narra, y como hablamos con mi gran amigo Daniel Soria, "el mejor pisco sour de Lima", más bien es del todo sospechoso que alguien escriba un libro que incluya un título como "Oreja de perro", sabiendo que casi no hay experiencia directa desde el que se origina el texto (esto lo suponemos con cierta certeza). De ver el título se abre la sospecha de que es un libro quizás configurado por la necesidad aleatoria del escritor, de "sentirse escritor". Pero nada de eso es observable en Denisovich, en donde hay que detenerse en cada una de las descripciones de una larga mañana monótona. R. ha señalado que es "indigno" que un escritor asuma el tema de la violencia política no habiendo dicho una palabra de ella durante todo el régimen de Fujimori, pero yo, menos apegado a reflexiones éticas, sólo consigno este pensamiento.

Hay muchos momentos de mi vida cotidiana actual que parecen abrir esas puertas desvencijadas y muertas que me llevan al interior de mi mismo, para escarbando, desatar quizás nuevas formas de felicidad o incertidumbre, no lo sé. Ayer por ejemplo, estando en el cuarto que tengo en la casa de mis padres, vi por la ventana y tenía la certeza de que mirando hacia lo alto, encontraría la casa de San Cristóbal en Cuzco, donde estuve viviendo últimamente. Tuve esa certeza casi onírica de combinación de los espacios, y como esa sensación fue totalmente primigenia, parecía abrir una puerta de vivencia más amplia, como en el pasado.

(En el mismo sentido escribí hace mucho tiempo, en una carta que nunca llegó a su destino. Escrita para una chica que tampoco conocí, ella se llamaba S.C. Sólo copiaré un pedacito. Escrito el año de 1997):
En general, las personas siempre intuyen qué pueden descuidar, cuándo pierden algo que necesitan mucho o conquistan algo preciado, a veces realmente precioso. La vida es un laberinto con infinidad de puertas, se abre el cancel de una puerta y estamos en medio de un paisaje glacial y un alud nos atropella del modo más sorprendente; abrimos otra y llueve suavemente en medio de una plaza y reconocemos a amigos queridos que nos cuentan la travesía que tuvieron hace años, cuando estuvieron encerrados en un cuartel de la Marina y se apiadaron de verlos dormir en el duro suelo y se las ingeniaron para alcanzarles una espuma, algo que sirviera de colchón. En otra puerta estás amando a una mujer que te canta al oido la barra del equipo de las grandes mayorías, y así. Y finalmente, uno se acostumbra a muchas cosas. Volviendo al pensamiento sobre la pérdida: sería una tontería pensar que la gente no va a seguir dañándose entre sí, se quieren, se odian o se vuelven completamente indiferentes. El abuelo de Mariana se pasea por el primer piso de la casa toda la noche, una noche de insomnio más. ¿cómo no estar irritable si nada está en orden, si los fantasmas de los amigos aparecen como sombras, si el viento bate las cortinas y la Argentina está gobernado por crápulas y apenas si se puede leer el periódico con la poca concentración que no ha minado la enfermedad? En la fiesta del otro día Henry había perdido 140 soles, terminé perdiendo también la chalina. Los tiempos idos se fueron definitivamente, las personas que llenaban mis pensamientos se fuern disipando en el olvido, una bruma desconocida se abre como una extensa pradera sombría...

1 comentarios:

Blogger Unknown ha dicho...

muy lindo maestro, sueños y pasado son tan verdad y tan dolorosamente lejanos que nadie los quiere perder.

27 de febrero de 2009, 14:45  

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