De la comprensión y los actos
Penetrar en las razones de los actos, es muy distinto que juzgarlos. Es cierto, sin embargo, como dice Cioran, que una actitud comprensiva muy vasta, que se explica una a una las conductas humanas, y por tanto, de considerarlas y sopesarlas, lleva muy pronto a una dificultad para decidirse o para albergar convicciones. Se comprende tanto que no se decide nada. O se comprende tanto al otro, que se perdona todo. Creo que me pasó con la chica que estuve largos años -sobre fines de los 80s-, que tanto sentía sus problemas, que al final, siempre buscaba la forma de comprenderla, así su conducta fuera deplorable. Y me parece que fue un error grave. Pero, pienso, es importante decidir, actuar, y para tal naturaleza más activa en las personas se requiere de un grado de inconsciencia que dispare nuestros actos, tan identificados podemos estar con el criterio que llevamos respecto a las cosas. Porque muchos de nuestros actos para ser efectivos, para dar resultado, requieren de inmediatez, y sólo una convicción previa e interna puede darnos ese empuje que lleva a la acción directa (uno se siente bien de esa resolución, de ese paso rápido al acto).
Claro que hay actos que no provienen precisamente de la comprensión y los juicios, sino exactamente todo lo contrario, que provienen del deseo de no comprender, (y a veces ni siquiera eso, sino más bien del deseo de dañar, que también existe, aunque sea de manera fundamentalmente inconsciente) y cuando tal cosa se presenta, en principio, creo que uno no puede hacer gran cosa. La discrepancia muere o es imposible, un fanatismo de las propias razones subjetivas surge, y se escucha tan poco como una tapia o como viendo las cosas detrás de un cristal grueso. ¿Qué hacer en esos casos? Desconozco la respuesta. Ante la ira, paciencia, dicen los budistas y partidarios del Tao. Sobre todo si el asunto es relevante para uno. Si no es relevante, pasa.
Me pregunto porqué las personas quieren tener razón en una discusión. A mi a menudo me resulta relativamente indiferente tenerla, qué razón puede querer tener uno cuando se la pasa horas leyendo ALMAS MUERTAS, de Gogol por ejemplo. En esas horas sólo la comprensión funciona, y uno puede decirse internamente que es un libro muy sardónico, que trata fundamentalmente del autoengaño, y una apuesta literaria riesgosa porque las personas abundan en mediocridades y hábitos que por muy comunes y sosos son difíciles de describir, o que es un libro de una crítica social, una burla tan demoledora que inaugura una tradición que luego tiene otro punto alto en VIAJE AL FIN DE LA NOCHE, de Céline. O que es una imaginación rusa que después deviene en las novelas de Bulgakov. Pero en 6 u 8 horas que pasan mientras uno lee evidentemente está totalmente fuera de la competencia cotidiana, no está peleando por un puesto en la cola del Banco de la Nación, no está defendiéndose de un recorte laboral. Esto que es tan evidente, no lo es tanto, porque yo siento que hay gente que está más afiatada en el hábito de luchar por tener la razón, y una persona más meditativa como yo, puede no reconocerla -no reconocer a la persona, digo-, qué diablos le pasa -preguntarse-, desde cuándo es placentero tener una visión unilateral de las cosas.
Si la persona quiere un destino determinado, y nos expulsa del camino común, pues que tenga el destino que quiera. El sol ha vuelto a salir, hace calor en la ciudad de Lima, las mujeres atraviesan los pasillos de la universidad muy frescas y guapas, la música en la radio toca las canciones del momento, se atraviesa la pista, y tarde o temprano, una conversación amable nos refresca. Si en ese destino uno ya no tiene lugar, esa misma persona evaluará si es eso lo que más le importa o gusta.
Claro que hay actos que no provienen precisamente de la comprensión y los juicios, sino exactamente todo lo contrario, que provienen del deseo de no comprender, (y a veces ni siquiera eso, sino más bien del deseo de dañar, que también existe, aunque sea de manera fundamentalmente inconsciente) y cuando tal cosa se presenta, en principio, creo que uno no puede hacer gran cosa. La discrepancia muere o es imposible, un fanatismo de las propias razones subjetivas surge, y se escucha tan poco como una tapia o como viendo las cosas detrás de un cristal grueso. ¿Qué hacer en esos casos? Desconozco la respuesta. Ante la ira, paciencia, dicen los budistas y partidarios del Tao. Sobre todo si el asunto es relevante para uno. Si no es relevante, pasa.
Me pregunto porqué las personas quieren tener razón en una discusión. A mi a menudo me resulta relativamente indiferente tenerla, qué razón puede querer tener uno cuando se la pasa horas leyendo ALMAS MUERTAS, de Gogol por ejemplo. En esas horas sólo la comprensión funciona, y uno puede decirse internamente que es un libro muy sardónico, que trata fundamentalmente del autoengaño, y una apuesta literaria riesgosa porque las personas abundan en mediocridades y hábitos que por muy comunes y sosos son difíciles de describir, o que es un libro de una crítica social, una burla tan demoledora que inaugura una tradición que luego tiene otro punto alto en VIAJE AL FIN DE LA NOCHE, de Céline. O que es una imaginación rusa que después deviene en las novelas de Bulgakov. Pero en 6 u 8 horas que pasan mientras uno lee evidentemente está totalmente fuera de la competencia cotidiana, no está peleando por un puesto en la cola del Banco de la Nación, no está defendiéndose de un recorte laboral. Esto que es tan evidente, no lo es tanto, porque yo siento que hay gente que está más afiatada en el hábito de luchar por tener la razón, y una persona más meditativa como yo, puede no reconocerla -no reconocer a la persona, digo-, qué diablos le pasa -preguntarse-, desde cuándo es placentero tener una visión unilateral de las cosas.
Si la persona quiere un destino determinado, y nos expulsa del camino común, pues que tenga el destino que quiera. El sol ha vuelto a salir, hace calor en la ciudad de Lima, las mujeres atraviesan los pasillos de la universidad muy frescas y guapas, la música en la radio toca las canciones del momento, se atraviesa la pista, y tarde o temprano, una conversación amable nos refresca. Si en ese destino uno ya no tiene lugar, esa misma persona evaluará si es eso lo que más le importa o gusta.
1 comentarios:
Este parece escrito por un cirujano
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