viernes, 22 de febrero de 2008

Natalia Bondarchuk

Obviamente, este texto escrito por Natalia Bondarchuk, la actriz de "Solaris", la película de Andrei Tarkovski, sólo puede ser comprendido efectivamente por quienes han visto la película. Ahora es fácil de conseguir: se encuentra en el Pasaje 18, Tercer Stand (cerca de unas escaleras) de Polvos Azules. Antes, cuando la vi en una pantalla gigante, jamás me imaginé que podría tener entre mis manos el disco que la reproduce, y a veces sin ninguna voluntad siquiera uno puede verla otra vez, porque un DVD es tan sencillo de activar, la tecnología tan servicial, que ni siquiera necesitas pensar o desear. Es posible que estés viendo 20 o 30 minutos de Solaris sin haberlo deseado, porque insertar una película se puede volver algo parecido a la irreflexión o el lapsus verbal. Para mi la anécdota que narra aquí, Natalia Bondarchuk, de su encuentro con Stalin, es deliciosa.



En el verano de 1970 la estación de Solaris había situado sus corredores artificiales, magníficamente cósmicos en los Estudios Mosfilm. Los decorados fueron creados por Mijail Romadin, un creador excelente que era amigo del director. Tarkovski no podía soportar que los decorados tuvieran el más mínimo indicio de falsedad, y quería que todos los detalles estuvieran representados gráficamente. Así, en la fría funcionalidad del ser cósmico existiría siempre el toque de las islas de espiritualidad, mundos de personas deseosas de abandonar la tierra a la búsqueda de contacto universal.

Las habitaciones de los eremitas cósmicos, que estaban realizando experimentos con sus propias almas , tenían que contener objetos cercanos a su corazón. Por lo tanto, de acuerdo con los deseos de Tarkovski, se colocó una antigua alfombra armenia hecha a mano en la habitación de Gibarian.

La biblioteca era el centro de la vida social, la vida del espíritu humano. La apariencia paradójica en el espacio de muebles pasados de moda, velas en candelabros de bronce, ventanas iluminadas con cristales de colores y las pinturas de Brueghel subrayaban el deseo profano de la gente.

"No necesitamos espacio, necesitamos el Espejo", predicaba el amable y desgraciado Snaut, interpretado brillantemente por Yuri Varvet.

La novela de Stanislaw Lem y la la película de Tarkovski tienen una diferencia esencial: Lem escribió una historia sobre el posible contacto con la razón cósmica; Tarkovski hizo una película sobre la tierra, sobre las cosas terrenales.
En la construcción de su "futuro", los problemas principales permanecen inevitablemente como los problemas de la conciencia humana, como el pago eterno por los pecados que se materializaron antes que los personajes en Solaris.
El arte de los creadores terráqueos entrando en la consciencia del molde cósmico de un ser vivo, que es lo que era mi heroína, da forma al alma del ser humano condenado a sufrir y amar. La máscara de la muerte de Pushkin, los volúmenes de libros viejos y el dragón de porcelana, son detalles que Tarkovski ideó con gran cuidado y que infundieron en la heroína cósmica una calidez humana, con la luz de la Cultura Terrenal.

Andrei Tarkovski raramente ensayaba con sus actores antes de un rodaje, pero sí que nos preparó para la escena definitiva en la biblioteca, empezando por las pruebas de pantalla. Su trabajo con nosotros estaba basado en delicadas vibraciones del inconsciente, que eran muy difíciles de detectar para un observador exterior. Durante el ensayo se acercaba a mi, inesperadamente, y me sacaba de mi sentimiento trágico con lo que me parecía un comentario absurdo: "¿Ven?, ella está hablando como si estuviera cerrando de golpe las puertas de un viejo armario. Las palabras no significan nada. Y, en general, por favor, no interpreten!"
Cuando me dirigía en la toma de primerísimos planos, me hablaba suavemente, como una adivina de un pueblo:

"No interpretes, no actúes. ¡Vive! ¡Respira! Imagina lo maravilloso que estás viviendo ahora; tus pestañas están agitándose; así, te has reido de ti misma.
Un minuto después ordenaba: ¡Acción!.

La actitud de Tarkovski hacia Anatoli Solonitsyn era bastante diferente. Le sobreexcitaba, le agotaba físicamente, a menudo le reprendía, lo que para Anatoli, que estaba absolutamente loco por Tarkovski, era literalmente insoportable. Sólo cuando las lágrimas aparecían en los ojos de Anatoli, cuando todos sus resortes internos empezaban a funcionar, Tarkovski empezaba a rodar. El único director, aparte de Tarkovski, que comprobé que trabajaba con el inconsciente era su director favorito, Robert Bresson. En "Diario de un cura rural" y "Moúchette", ambas del director católico francés, los actores no interpretan, sino que meditan ante la cámara. Todo lo superficial se elimina, el alma es el que habla. Esto no quiere decir que Tarkovski introdujera en el rodaje el espíritu del misticismo. Al contrario, parecía evitar que los actores se concentraran en el "contenido de su papel", incitándoles a que abandonaran esa actitud diciéndole cosas como ésta:
"Actúen brillantemente". Su actuación está rompiendo mi corazón".

Temía, sobre todo, a la artificialidad e incluso a las frases pronunciadas claramente. Las imágenes de Tarkovski se desarrollaban a través de alegorías, una cadena de comportamiento del inconsciente que convertía la secuencia en única.
Raramente Tarkovski efectuaba más de una toma. Casi la totalidad de Solaris fue hecha en tomas únicas. El material Kodak que se adjudicó a la película era muy escaso. Tarkovski y Yusov hicieron lo inconcebible cuando decidieron rodar con solo una toma, pero de una gran calidad. Se enfrentaba a los momentos más importantes de un papel inesperadamente, generalmente al fin del día, cuando el actor estaba cansado y no podía ya "actuar". Una vez, al mismísimo final de un día muy laborioso en "la biblioteca", cuando casi todo nuestro tiempo se había empleado en rodar pequeños detalles anunció de repente.
"Hagamos ahora tu monólogo".
Le rogué que no lo filmáramos al final del día.
"¡Qué! ¿Estás cansada? Supongo que tienes hambre. ¡No importa! ¡Un actor debe estar enfadado y hambriento!".
Tarkovski no se sentaba nunca delante de un actor que estuviera de pie. Permanecía muy cerca y no permitía que ningún detalle, ni ninguna emoción del espíritu del actor se le escapara. Y de nuevo, como en las pruebas previas al rodaje, Andrei hacía varias puntuaciones con una voz serena:
"Escucha, ¡eres un molde, no un ser humano!"
"Pero me estoy convirtiendo en un ser humano", protestaba yo. "Y siento exactamente lo mismo que tú, créeme. No puedo vivir sin él...Lo amo...Soy un ser humano...Tú, tú eres muy cruel".
Mi cara se humedecía de lágrimas y aunque apenas podía sostenerme en pie, intentaba encontrar aquel estado que él me pedía. Pensaba que si actuaba correctamente Andrei se compadecería de mi heroína y prácticamente lloraría con ella. En lugar de eso, permanecía en pie, junto a mi y parecía generalmente feliz y satisfecho.
"¡Queso!, dijo, y se fue a tomar un té.


Por supuesto estas escenas eran difíciles de hacer y nos causaban gran tensión. Recuerdo un rodaje nocturno. Tardaron una hora y media en maquillarme para una escena en que se suponía que mi heroína iba a traspasar una puerta de acero. caminaba por los pasillos solitarios de Mosfilm con un vestido andrajoso que chorreaba "sangre" hecha con mermelada de frambuesa. Mosfilm por la noche, con sus largos pasillos, estaba inundado de silencio. Algo blanco apareció inesperadamente delante y avnazando hacia mi. Levanté los ojos. Quien se acercaba con una chaqueta militar blanca, era Stalin. Me estremecí. Stalin también me miró sorprendido. Mi aspecto también le asustó probablemente. Cubierta de sangre y atormentada, personificaba la eterna víctima del terror. Stalin y yo nos cruzamos y aceleramos el paso.
"¡Así que tenemos compañía!"
"¡De verdad que lo vi!". Insistí.
"¡Por supuesto que lo viste! Se rió el director. "Era Bujuri Zakariadze. Está interpretando a Stalin en La Liberación.
Durante un descanso Tarkovski describió un episodio de la vida de su madre, que trabajaba como correctora en una imprenta. Más tarde, vi aquella escena en EL ESPEJO. Quedé impresionada por el sorprendente y preciso detalle que simbolizaba la época de Stalin: un cortador de papel que se asemejaba a una guillotina y un retrato de Stalin espiando a través del aparato.