vagando por la Argentina (el magún)
Hay cosas divertidas, siempre las hay. Me tocó llegar al pueblo de Balnearia, en la llanura cordobesa. Córdoba, Argentina. Iba sentado en el ómnibus viendo el brillo del cielo blanco; todo se extendía blanco interminablemente desde la ventana. No me di cuenta de mucho, pero en el momento menos pensado estaba conversando con mi compañero de viaje, la persona sentada a mi lado. Era el psiquiatra del pueblo, que llegaba a Balnearia una vez por semana. Yo, muy tramposo, lo convencí para que me diera una receta médica de Rivotril, un ansiolítico. Claro, para que no fastidiaran luego en las farmacias de Buenos Aires, que no son el paraíso bioquímico que sí representan las farmacias de nuestra desalmada Lima, que te venden por unos centavos un kilo de diazepanes, y que a las chicas rápidas, atontadas de tantas horas de manejar su auto, les sueltan las anfetas así, sin una muy noble receta médica. Buenos Aires-receta médica.
Vaya con el psiquiatra argentino en la ruta al pueblo de Balnearia. De pronto, y sin un motivo aparente, se puso a hablarme del Che Guevara y sus viajes, y sólo de escucharme hablarle cosas raras, haciendo teatro e inventándole historias que había sacado de mis DVDs de "Kolchak, the night stalker", ya me dijo que quería hacer un libro con mis historias. Y se presentó de voluntario para ser mi editor. Ya quisiera el mundo tener gente tan voluntariosa, psiquiatras tan voluntariosos. Los que yo he conocido en Lima te escuchan 45 minutos con el rostro serio, te hablan un par de chapucerías, sobre el final de la sesión te garabatean en un papel sellado las pepas para la semana, y uno sabe que para lo único que sirven es para tener tranquilos a tus viejos, que se rayan cuando uno pasa la semana ido, balbuceando palabras con un automatismo psíquico tan automático que ese león bello que fue André Breton te miraría con una mirada cómplice. Y los psiquiatras de Lima cobran, y cómo cobran esos grandes peruanos.
Y bueno, vamos llegando a Balnearia puesto que el ómnibus no ha parado de avanzar. Y se descubre un velo que toda una teleplatea ansiosa estaba esperando. ¿Me creerán? Yo creo que sí, que es una suerte que exista Google, y este dato que voy a referir a continuación lo pueden comprobar en un santiamén. Me lo dijo este doctor que me acompañaba. Sucede que Balnearia tiene el más alto índice de suicidios en la Argentina, es el pueblo con más suicidios en toda la República que, desde las Cataratas de Iguazú se explaya hasta ese sitio remoto, remoto, que lleva por nombre Ushuaia, un poco más allá del Bolsón, poblado hippie de la Patagonia donde encuentras aún repuestos a los extraños radios Tesla, que algún abuelo genial consignó para escuchar la BBC de Londres cuando la aurora boreal anunciaba vientos de guerra.
Y es verdad aunque no me crean. No me importa que me crean, llegado el caso. Me lo contó el psiquiatra pero es vox populi. En la colonia piamontesa de Balnearia (todos rubios, del norte de Italia, pero hablando "argentino"), existe un extraño fenómeno: el magún. Así lo llaman. Los agricultores descendientes de piamonteses, luego de labrar la tierra durísimo, años íntegros, de formar una familia, se despiertan -teniendo de 40 a 45 años- e imprevistamente descubren en sí mismos una abrumadora melancolía, se encierran en sus habitaciones, y nadie lo puede evitar. Se suicidan. Es inexplicable. Los libros de psiquiatría de la Argentina abundan en razones y cifras respecto al magún, pero lo cierto es que ninguna explicación es lo suficientemente satisfatoria. Los piamonteses son excesivamente individualistas -dicen-, excesivamente trabajadores -dicen-, y un desafuero interno que surge de una vida de trabajo brota inesperadamente y viene la muerte y tendrá tus ojos. Lo curioso, y obvio, es que el Piamonte, también tierra de agricultores como Balnearia, tiene también la más alta tasa de suicidios en Italia.
Bueno, la vida sigue y llegamos a Balnearia. Y mientras me empachaba de pizzas en casa de las Bagarolo (pizzas hechas en casa; las pastas, arte culinario tan cotidiano para los italianos), me contaron que el psiquiatra era un tipo raro y yo no me inmuté. Y salí a la noche húmeda de Balnearia tarareando "Adiós, Nonino", de Piazzola, junto con Ariel, mi amigo baterista, y con los ojos tranquilos, afianzados en el brillo de una locomotora negra y reluciente que hay en el centro de la plaza, recuerdo de los pioneros.