viernes, 28 de noviembre de 2008

El extranjero desvaído

Llamé a mi hermano Augusto para que aloje a Juan en su departamento de Lima. Probablemente lo haga, porque Augusto es muy bueno y servicial, y claro, es desesperante que en estos días que Juan va a estar en Lima tenga que movilizarse desde el Callao a Miraflores, que está muy lejos, y esté un poco varado respecto a otros lugares donde caer. Va por la Feria del Libro Ricardo Palma de Miraflores representando a una editorial cuzqueña.

Por estos días ha reaparecido mi tendencia a la soledad, (en realidad, sólo está encubierta por la fluoxetina, pero creo que es una realidad cuasi-absoluta mía, la misantropía) y una serie de malentendidos se han ido sucediendo. Importan poco o nada estos malentendidos porque hay cosas claramente más importantes, de verdad mucho más importantes en las que pensar. Malentendidos del tipo de los que aparecen en El Extranjero, de Albert Camus, pero sin hundir a nadie lo suficiente. Por ejemplo, el otro día estaba verdaderamente cansado y me dieron ganas de visitar a Hernán, y la verdad que fue una alegría verlo, pero N. interpretó que yo me había molestado por algo porque no fui a casa. En realidad no me había molestado con nadie y por nada, pero me parecía totalmente inútil decirle que estaba cansado y me iba a dar una vuelta (porque.. ¿para qué ocupar a los otros en uno, cuando uno sabe que el otro tiene la cabeza revuelta por miles de cosas?) y total fui caminando muy campante donde Hernán y chévere, me recibió contento en su depa y me dijo que había hecho el camino a pie y mula por las comunidades campesinas de Haquira y ahora tenía muchísimas ideas más claras respecto al tiempo de la violencia política en la zona. Al rato, en casa de Hernán, me quedé dormido de cansancio.

Al día siguiente estuve más cansado todavía, no sé bien porqué, y más bien sentía que mi presencia no tenía mucho sentido en general (sin derivar en una reflexión existencial ni nada por el estilo), así que me la pasé sin hablar con nadie y hasta con un poco de sociopatía (no veía porqué había de ser cordial con gente que apenas conocía, cuando iba vagando y encontrándome con personas por las calles de Cuzco, y después me di cuenta que iba a estar con un poco de mal humor si iba a ingresar en conversaciones que apenas deseaba) y parece que con ese distanciamiento de todo, con el silencio y desaparición, para N. confirmé que estaba molesto. En fin, soy muy malo ahora para los vínculos humanos de cualquier tipo, aunque creo que no lo era en el pasado. Un pasado que se remonta a fines de los años 80s, por eso creo que es un recuerdo que ya no cuenta. Malo, pésimo, para los vínculos humanos, y en realidad siempre he dicho eso últimamente, que soy malo para los lazos personales, y no miento, pero comprendo muy bien que esto siempre se olvide. Hasta de vez en cuando lo olvido también yo.

Me doy cuenta que sí hay algo que me ha molestado, muy lateral y secundario, pero no es comentable. Mi pregunta ahora es si el altruismo es una cosa parecida al ansia de poder pero en sentido inverso, es decir, si las personas entregadas admirablemente a acciones altruistas llegan a un punto que convierten ese sentir solidariamente a los otros en la única dimensión posible de vida. Comienzo a pensar que sí. Y bueno, es inevitable que casi el grueso de los seres quedemos descoloridos y desvaídos frente a la fuerza de generosidad que han sabido labrar en sí mismos.

Me refiero a esto porque mi entorno es precisamente de personas excepcionalmente generosas, para las que las actitudes altruistas forman parte de su cotidianeidad hace demasiado tiempo.

Quizás este enclaustramiento en la solidaridad que, curiosamente, convive en el presente con toda la cultura hedonista que campea en la televisión y en las noches de las ciudades -no sólo noches-, es un fenómeno absolutamente necesario, un asunto muy profundo de nuestros tiempos, inadvertido (se habla poco en la actualidad de la gente que se rompe el lomo por los demás, quizás justamente porque una de las características de estas personas, es la gratuidad de sus actos)... Aunque resulte un poco torpe señalarlo, desde la Cábala judía se dice que siempre, cada tiempo, cada época de la humanidad, necesita 34 justos (siempre secretos, la mayoría de las veces son absolutamente desconocidos para los demás, y es enteramente difícil que aparezcan en los diarios) para que el mundo se mantenga palpitante y vivo.


Y pienso también, adicionalmente, que no cabe, realmente no cabe, un ensimismado y misántropo en el mundo de un altruista de los verdaderos.

lunes, 24 de noviembre de 2008

"E vero, amore mío"

Días y días, meses e inclusive, años enteros, tuve la suerte de viajar permanentemente al interior de las provincias de Cusco. Se llega a acostumbrar uno tanto a los viajes en omnibus interprovinciales que, pasado el tiempo, se hace amistad con otros pasajeros que hacen continuamente las mismas rutas, y de mis recuerdos de viajes hay muchas pero muchas imágenes alucinantes o al menos especiales. Recuerdo por ejemplo llegar a la 1 de la mañana al terminal terrestre de Espinar (una localidad a 3,900 metros de altura, a mitad de camino entre Cusco y Arequipa, donde se encuentran las minas de cobre de Tintaya), y ver en las afueras de ese terminal, un enjambre de mototaxis estacionadas y luego un montón de gente, en medio de un frío inclemente, totalmente inclemente, durmiendo bajo muchísimas frazadas, con sus niños desperdigados y dormidos, y también cubiertos de mantas. Había toda una población durmiendo en plena calle bajo ese frío, un hecho que se configuraba como profundamente irreal porque luego dentro del mismo terminal también todos estaban cubiertos con mantas en una sala grande donde había dispuesto un televisor, y todos dormidos o hipnotizados ante el televisor, como si a esa hora el mundo estuviera verdaderamente compuesto de muertos vivientes. Una humanidad alelada por el frío, que mientras no salía o entraba ningún bus al terminal, estaba como entregada al sueño o a algún tipo de hipnotismo.

Una de las cosas que me causa mucha perplejidad, es lo pronto, lo casi inmediatamente después de mi llegada a Cusco el 2001, que hubieron 2 zonas por las que empecé a viajar, y que no se han separado de mi demasiado todos estos años: la zona de Chumbivilcas, una de las provincias altas del Cusco, y el pueblo de Haquira, en Cotabambas, Apurímac. En la actualidad, cuando uno viaja hacia allí se puede percatar de la inmensa mescolanza entre rasgos tradicionales y modernos existentes en esos pueblos, que por cierto rebasan la imaginación de los sociólogos y antropólogos que se llenan la boca y de tinta libros enteros discutiendo el aserto correcto, si las distinciones étnicas tienen una alta volatilidad (Marisol de la Cadena señalando que "las mujeres son más indias", y que un indio de Taray cuando va al camal de Cusco a vender ganado pasa a ser mestizo, que la definición de los roles y características étnicas tienen más ambiguedades de las que suelen suponer los analistas), o se preguntan también si los cambios de la sociedad rural son tan vastos y significativos que muchas de las precisiones en torno a ellas están caducas (he visto burlarse a los campesinos de Písac de los pagos a la tierra, como un asunto de los ancianos), si la movilidad económica observable en ciudades intermedias como Juliaca o Sicuani están generando redefiniciones de todo tipo en la mentalidad campesina, al emplear a los jóvenes de medio rural del entorno en empleos múltiples como tricicleros, mecánicos, cobradores en los transportes, y que debido a la estacionalidad de la producción agrícola, siempre tienen que migrar hacia otros puntos (las chacras de Arequipa, los lavaderos de oro de Madre de Dios), y esta migración permanente está cambiando totalmente las costumbres y las concepciones del mundo rural del sur peruano.


Al viajar por estos pueblos uno se acostumbra a situaciones peculiares. Aunque recientemente en España han hecho una película con este mismo punto (el de gente de "sociedades tradicionales" viendo televisión, y fútbol, en el Himalaya y las islas de Oceanía), con lo curioso y divertido que a veces son los contrastes, no me inhibo de escribir una cosa similar que ocurrió en la sierra sur peruana. Ocurrió para el partido de ida de la final de la Copa Sudamericana, la final del 2004, entre Cienciano, el equipo cusqueño, y River Plate, que es hipersabido que es uno de los grandes clubes de la Argentina. Entre Llusco y Quiñota (provincias de Chumbivilcas, aledañas a Santo Tomás, capital de la provincia), los campesinos de la zona se organizaron para poder ver el partido, habida cuenta la dificultad o la gran imposibilidad de contar con señal de televisión en estos pueblos. La expectativa en Cusco por esos días era amplia, y los cusqueños señalaban con un orgullo totalmente justificado que estaban al borde de superar la historia de los clubes de fútbol limeños, como la U, el Alianza o el Sporting Cristal, que nunca habían ganado una copa continental. Entonces, para ese partido los pobladores de Llusco y Quiñota, que sabían bien los cerros por los cuales corre la señal de televisión y la ubicación de las antenas, resolvieron que las combis de esos pueblos podían subir hasta un punto determinado para coger la señal. He de señalar que en los pequeños pueblos rurales de Cusco generalmente siempre hay una persona o dos que son dueños de una combi, con la que hacen transportes interprovinciales, que por la distancia y alejamiento, resultan viajes bastante caros que han de pagarse mancomunadamente por los pasajeros, puesto que de otro modo, no se puede viajar. Y  es que debido a que no existe ningún servicio regular de transporte que lleve aún entre dos pueblos muy cercanos de la zona, sin esas combis, el viaje es sencillamente imposible de realizar durante varios de los días de la semana. Así, un viaje entre Santo Tomás y Haquira, por ejemplo, que distan uno del otro 2 horas en auto, puede llegar a costar 250 soles, o por ahí, puesto que necesariamente al pagársele el viaje de ida se le tiene que pagar también el viaje de vuelta. Así que los campesinos se habían trasladado a pie o como fuera hasta la zona donde pasaba la señal de televisión y donde las combis se habían estacionado para captar la transmisión, les habían sacado las baterías a los autos, y conectándolas al aparato, habían conseguido hacer irradiar desde el pequeño televisor los rayos catódicos que, a veces, constituyen un efluvio de vida tan potente, como el de aquella noche entre los cerros de Chumbivilcas.

Conseguida la emisión de la señal de televisión activada por las baterías de las combis, una multitud de campesinos, con sus chullos y abrigados por varios ponchos imprescindibles, puesto que la ventisca o la tormenta en Chumbivilcas hacia las 6 de la tarde es algo demasiado cotidiano como para no tenerlo en cuenta. Grandes tormentas, uno imagina la zona de Yavi Yavi -una extensa puna chumbivilcana- azotada por los vientos, y no cabe otra cosa que sentir un respeto profundo por las fuerzas de la naturaleza. Así que todos estos campesinos fueron ubicándose en un abra, hasta donde habían llegado las combis, con toda la expectativa de ver una final, que probablemente, tenía sabor argentino. El partido se jugaba en el Monumental de River, el equipo argentino era amplio favorito, y el equipo cusqueño estaba hecho de remiendos, de jugadores que habían pasado por todos los equipos del campeonato peruano, para recalar o ir a morir finalmente en el Cienciano, aunque también es cierto que varios de los jugadores del equipo cusqueño tenían una calidad comprobada. Básicamente, era un equipo que tenía mucho pundonor y que a lo largo de la Copa Sudamericana se había beneficiado de la altura de Cusco. Es decir, ningún otro equipo peruano había aprovechado tanto la condición de local, y en gran medida la ayuda de la altura no era un factor desdeñable. Pero hacer un buen papel contra River en el Monumental, en Buenos Aires, era una cosa bastante dudosa. Por más que se tuviera toda la fuerza mental de los hinchas de Boca Juniors a favor del Cienciano, seguramente la dura realidad se impondría, y como de costumbre, los argentinos nos darían una buena catana.


Pero paradójicamente, las cosas no ocurrieron así, y al menos en Llusco y Quiñota fue una noche de júbilo campesino. Milagrosamente, Cienciano empató con River y hasta estuvo al borde de ganarle 3 a 2, la noche que Germán Carthy hizo célebre el baile del avestruz, moviéndose todo desconyuntado luego de anotarle a los argentinos, y con la cabeza completamente cubierta por la camiseta. Probablemente los campesinos de la zona, habrían llevado mucho alcohol metílico como suelen hacerlo para estas ocasiones, estarían picchando su coquita tranquilos y viendo la pantalla, y claro, más de uno al finalizar el partido no estaría muy consciente de lo que había pasado, o también seguramente algunos eran miopes y no podían seguir bien las escenas del partido, dada la masa campesina que se hallaba reunida frente al pequeño televisor, pero el asunto es que en el pueblo de Santo Tomás (que como capital de provincia, sí tiene electricidad) hubo apagón, y todos los pequeños funcionarios del Estado que pululan en los pequeños pueblos del Perú, dispuestos en las pantallas gigantes de las pollerías cercanas a la plaza, se quedaron sin partido de fútbol, y las estrellas en el cielo despejado nunca titilaron tan angustiosamente en la conciencia de la gente de Santoto. La cosa es que mientras el pueblo de Santo Tomás estaba mudo, ciego y sordo, desde los cerros aledaños llegaban los gritos desaforados de la felicidad indígena, un despliegue de risas y gritos de gol, que no podían sino producir una envidia profunda en los privilegiados asistentes a las pollerías de pantalla gigante.

Cienciano empató ese día y luego en Arequipa le ganó 1 a 0 a River, y ese fue un día absolutamente extraño en el Perú. En Iquitos suspendieron un matrimonio hasta después del partido, y la gente salió a las calles a celebrar, lo mismo en Piura, Chiclayo, "y a lo largo y ancho del territorio nacional", cayeron algunas lágrimas y como si de alguna forma, el Perú se hubiera quitado un peso de encima. Un equipo peruano jamás había campeonado compitiendo con todos los otros equipos de Sudamérica.

Ahora bien, esta historia quizás sólo sirva como anécdota y en el fondo no haga gran cosa en la demostración del punto inicial, por el cual es difícil determinar en la actualidad cuán moderna o tradicional es la población de la sierra sur del Perú. Es más, creo que el punto no lo tengo definido en mi pensamiento, y a veces todo se vuelve un entrevero indescifrable para mi conciencia analítica. El asunto es que de otro lado, recuerdo una noche en Haquira, una de las lindas, hermosísimas noches del pueblo de Haquira, con la iglesia relumbrando de luz gracias a la iluminación financiada por la Cooperación Japonesa, que se ha encargado de resaltarle su única torre, sus columnas tan impresionantemente barrocas, la pequeña iglesia de Haquira que dicen que tiene su gemelo de iglesia en Mamara (no conozco esta última), y que el Obispo Mollinedo, gran gestor de la fisonomía religiosa y urbana de la ciudad del Cusco, mandó construir sobre fines del siglo XVII.


Hacia las 8 de la noche y ya un poco antes, los niños del pueblo se congregaban junto a la bodega de la plaza, para poder ver a través de la ventana, las telenovelas entonces en boga. Hacía frío en la plaza de Haquira sobre esa hora, pero no era impedimento para que los niños estén apostados y concentradísimos, en lo que emitía el televisor por esas horas. Veían la telenovela brasilera de Red O Globo,"Terra Nostra", que trataba de los inmigrantes italianos en Brasil. En esa novela, doblada al castellano, se solían colocar en boca de estos inmigrantes expresiones propias de los ciudadanos de la bella Italia. Lo curioso y especial es que luego de la telenovela ya la bodega cerraba y los niños salían despavoridos a continuar con sus juegos en la plaza, hablando y gritando a todo dar en quechua. Como al pueblo de Haquira y a su plaza, sólo llegan camiones bastante conocidos (los chóferes de camiones son muy conocidos en todos los pueblos) y el bus que parte de Cusco desde el barrio de Santiago llega a Haquira sólo martes y sábados, los peligros que corren los niños en la plaza son mínimos, y como todo el mundo se conoce, ellos la pueden pasar jugando hasta las 11 de la noche, sin que los padres se desesperen demasiado en reclamarlos. Esto de que los chibolos se queden hasta las 11 de la noche en la calle, quizás sea otro de los tantos signos de que hacia el 2004, año en que yo presenciaba esto, en la sierra sur peruana los fantasmas del tiempo de la violencia política habían ido mermando. La cosa es que los niños jugaban fulbito, discutían en quechua las jugadas y todo como cualquier partido de fulbito, y las niñas liga, los niños corrían tras la pelota y a veces cuando esta se escapaba y se iba hacia la zona donde las niñas jugaban, los niños les decían: "Permiso, amore mío". O al discutir mezclaban la lengua general de los incas con otras expresiones menos quechuas, como "capicci", "me piace", "niente", y así. Creo que en las condiciones actuales no soy capaz de hablar demasiado del "Perú profundo", la expresión del historiador Jorge Basadre para referirse a la sierra tradicional, sino más bien del Perú profuso, en su vitalidad y noches espléndidas de cielo estrellado en Haquira, Cotabambas, Apurímac, Perú.

NOTA O ADDENDA: Me parece interesante hacer en este punto una pequeña digresión respecto al idioma quechua, o runa simi. Cuando trabajé en Chumbivilcas y Cotabambas, todo el equipo que trabajaba conmigo sobre derechos en las poblaciones de comunidades campesinas dominaba el quechua (yo era el único bestia que, a pesar de las condiciones favorables -ya que se hablaba quechua en el mercado de Santo Tomás, en las calles, al desayuno y al anochecer-, no lo sabía y no lo aprendí).


 Es sabido que el quechua se ha castellanizado mucho, el desarrollo de la radiodifusión en los años 50s y 60s, con emisiones predominantemente en castellano, con la migración masiva de la gente del campo a las ciudades desde la década del 60, donde se habla la mayor parte del tiempo en castellano, generaron un cambio en la lengua nativa (respecto a la radio, ahora ya no es así, es impresionante la cantidad de programas radiales en quechua, y a veces me hace dudar completamente que haya alguna crisis en la difusión de esa lengua, como señalan algunos), y si mi percepción no es equívoca una de las palabras más comunes del castellano "peruano", es la palabra o las palabras "de repente" (que en la forma peruana es equivalente a "quizás"), se le escucha a cada paso en muchas de las formulaciones en quechua. 

Sin embargo, mis compañeros de trabajo, de ADEAS Qullana (institución muy seria de trabajo de promoción de derechos ciudadanos a la cual estoy profundamente agradecido, siempre lo estaré), que hablaban quechua, me decían que cuando estábamos en localidades como Tambobamba o en la propia Haquira, no entendían el quechua que se estaba hablando, o no lo entendían bien, y decían reconocer giros idiomáticos que ya en otras partes habían desaparecido. Esto para mi fue revelador, que adentrándose en los pueblos que habían permanecido más aislados, el quechua tiene aún una vastedad desconocida en los lugares más cercanos a las ciudades, más vinculados a los centros urbanos con mayores servicios y comercio.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Cerros de cocaína

Al negro Mateo se le vio poco por las cantinas del centro de Lima. En realidad, sólo lo traté una o dos veces pero porque estaba sentado en una mesa del Queirolo con Juan Ramírez Ruiz -a quien conocía-, seguramente con una botella de media res y la Coca Cola para el cuba libre de rigor. Ahora que Juan Ramírez ha muerto hablan mucho de él ("el teórico del movimiento poético Hora Zero" suelen decir), pero en fin, yo lo que más recuerdo es una noche que salí del cine club del Museo de Arte, de ver El Angel Azul de Von Sternberg, director del que decía Marlene Dietrich que ella se ponía a sus órdenes y que tan sólo era una marioneta de sus intenciones visuales o fílmicas. Yo estaba hecho polvo por esas escenas tan humillantes, en las que el profesor Unrat termina haciendo el ridículo en un teatro, cacareando como un gallito y con sus buenas plumas en el trasero, y la verdad es que había salido del cine literalmente arrastrándome por el piso, de la humillación compartida, humillación frente a la mujer, frente a su poder sexual, a su atractivo enloquecedor, y había llegado a Las Rejas (uno de los bares más concurridos por los amigos del jirón Quilca), y había encontrado a Juan Ramírez Ruíz que me había servido del trago corto que había en la mesa, y creo que un cuarto de hora después yo ya había pérdido la conciencia y simplemente lloraba, lloraba desamparado sin saber a qué atenerme. Con esto, y aunque no tenga que ver directamente, quiero expresar en este momento mi desprecio por los críticos de cine, que si bien tienen sensaciones, sentimientos y todo, creo que están demasiado pendientes de las palabras y que gracias al movimiento de su espíritu hacia los adjetivos calificativos pueden seguir viviendo una aburrida vida de comentaristas. Juan Ramírez estaba a mi lado, y con los lentes resplandecientes llenos del reflejo de la luz de los fosforescentes de Las Rejas, me abrazó sin saber el motivo de mis penas y aflicciones. Ese es el recuerdo más claro que tengo de él y también de mucho antes, del 84 o 85, cuando nos botaban a la madrugada del Chino Chino, el bar que estaba junto al Parque Universitario. Los empleados empezaban a fregar el piso echando aserrín y pasando el trapo como signo de que ya estaban cerrando el bar, que la noche había terminado y que había que largar a los clientes o borrachos ocasionales, los borrachos que suelen ir hasta las últimas consecuencias. Nos botaban como si fuesemos la peor porquería a esas horas, pero creo que ni nos inmutábamos. Pero bueno, las veces que vi al negro Mateo fueron tomando en Queirolo con Juan Ramírez Ruiz, y hasta recuerdo que hablaron en esas noches de un documental que habían hecho juntos, algo que habían hecho hacia el año 70 donde dibujaban la pobreza de Lima, un cortometraje en blanco y negro, que pretendía ser un duro retrato neorrealista de Lima y sus extensísimos cinturones de pobreza.

Sin embargo, fuera de lo que hablaron ellos dos nunca he vuelto a oir que ese documental siquiera exista. El negro Mateo había estudiado cine en Río de Janeiro a fines de los 60s, y cuando estaba en Lima vivía en Barrios Altos. El decía que había parado bastante con Chico Buarque de Holanda y la belha genti, todos los genios del bossa nova eran sus patas que lo tenían por algo exótico hasta el mundial de México 70, porque como era un negro peruano y ellos ignoraban que habían negros en Perú, entonces resultaba un elemento exótico indispensable para hacer de las tardes y noches de música toda una vasta mescolanza de influencias y diversiones. Claro, en México 70 ya salieron a flote Julio Baylón, el Nene Cubillas y Perico León, jugadores de la selección peruana de fútbol que enfrentó a Brasil en ese mundial, y el negro Mateo perdió un poco del exotismo que lo hacía atractivo a la mancha que ha dado esa música tan increíble en Brasil. También solía bajar a la playa en Ipanema y en una pequeña cabaña, encontraba siempre solitario, a las diez de la mañana o así, a Vinicius de Moraes que tenía el hábito de sentarse diariamente en la playa a tomar cervezas en esa cabaña, y de otro lado, como había sido embajador de Brasil en España, gustaba mucho de hablar en castellano, así que la compañía del negro Mateo le resultaba del todo grata para practicar nuestra lengua.

Yo no había conocido en las cantinas de Lima ninguna persona con tan amplios lazos con la cultura brasileña, que con el tiempo uno va sabiendo que es un tremendo universo vistoso y de una riqueza cultural fascinante, múltiple y viva, en los relatos de Clarice Lispector, Joao Guimaraes Rosa, Graciliano Ramos, Joao Ubaldo Ribeyro, Jorge Amado, los relatos policiales de Rubem Fonseca, la literatura de cordel del nordeste con sus remembranzas de las romanzas medievales, el candomblé de Salvador, Bahía de todos los Santos, el país donde la vanguardia de Mario de Andrade había gestado "Macunaíma", país de donde brotaba todo ese sabor pastoso en la boca de los cangaceiros y los duelos de los delincuentes cuchilleros de las favelas de Sao Paulo o Río, a punta de capoeira. Así que lo que venía diciendo el negro Mateo era una revelación, es más, era amigo personal de Glauber Rocha, el cineasta de Dios y el Diablo en la tierra del sol, y contaba Mateo que cada vez que Glauber Rocha llegaba a Lima, del aeropuerto directamente tomaba un taxi a Barrios Altos, a la calle Maravillas, para algunos antro de los mayores delincuentes de la ciudad, donde vivía el negro Mateo, y Rocha no salía de casa de Mateo y más bien se enfrascaban en el consumo de cerros de cocaína que ponían sobre la mesa de la sala para disfrutar el encierro. Muchas chelas, charla amena y variada, gente del barrio que entraba y salía, y cerros de cocaína durante 3 o 4 días. Es decir, Glauber Rocha llegaba a Lima a ver a su amigo el negro Mateo y toda esa huevada de pasear por San Isidro, Miraflores o Barranco, los barrios residenciales de Lima, quedaba totalmente fuera de la agenda, por aburrida.

Sin embargo, esto no es todo. Varias de sus aventuras en Brasil fueron siendo expuestas porque llamado por teléfono, acudió a la mesa del bar un contertulio que había vivido con el negro Mateo en Brasil. Y contó de una vez que, desesperados y sin dinero, y con todas las ganas de viajar a Buenos Aires habían ideado que la mejor manera no era otra que la de colarse de polizones en un barco, que según sabían, viajaba para Buenos Aires. Se metieron a las bodegas interiores del barco, y estuvieron ahí entumidos entre cantidades de racimos de plátanos verdes. Sin embargo, esa vida de polizones escondidos entre plátanos verdes comenzó a cansarlos al segundo o tercer día, ¿tanto tardaba el barco en llegar a Buenos Aires? Así que el contertulio del que no recuerdo el nombre decidió salir a cubierta, fingir una taradez total, poner rostro y comportarse con una idiotez más exacerbada que la del jorobado de Notre Dame, buscando la piedad del capitán del barco para que no lo desembarquen sino hasta Buenos Aires. Estrategias de peruano en el extranjero, dirán ustedes. La cosa es que efectivamente el capitán del barco se apiadó, y lo puso a fregar pisos, y no sé si el negro Mateo más bien eligió quedarse entre los plátanos o hacer un rol semejante, la cosa es que al pasar la tarde y la noche el mudo e idiota fregador de pisos peruano se percató, por los diálogos de la tripulación, que el barco lejos de ir a Buenos Aires, en realidad se dirigía a Ciudad del Cabo o algún otro puerto del Africa del Sur. Conchasumadre, se dijo, o como escribe mi pata Picón en el messenger, "csm". Lo cierto es que algo entre la alarma y la risa le vino al jorobado de Notre de Dame peruano y otro tanto al negro Mateo, y a la primera de bastos saltaron al mar, cuando supieron que estaban por llegar a una isla poblada, nadaban a todo correr mientras el capitán y la tripulación del barco les gritaban, y ellos le extendían los pulgares al capitán desde el mar, que es la clásica forma peruana de decir "pinga" o "pichula", una forma bastante clara de mandar a la mierda a los demás pero que no sé si un capitán de barco brasilero entendería.

También he de informar que otra de las grandes actividades del negro Mateo, aparte de fraternizar con los grandes artistas del Brasil, era la de dealer de cierta magnitud. Aunque no lo señaló, creo que no hubiera sido nada extraño que estuviera en el corazón del narcotráfico en Brasil, porque como es lógico, de qué otra manera un negro peruano podría financiar sus proyectos fílmicos en una tierra extraña?. Así que siempre llegaba a muchos de los locales de moda de Río con elegantes maletines James Bond, y proveía a toda la intelectualidad brasileña del polvillo blanco. Ocurrió una buena vez, que en todas estas andanzas comerciales, el negro Mateo y "el contertulio", habían conseguido una socia que era una hembra tan espectacular, rubia, de un cuerpo grande y voluptuoso, un gran jale para que el rendimiento de compras y ventas subiera como la espuma, y la garotinha despampanante, paseaba por los locales con ellos cimbreando su maravilloso culo y el negocio florecía y todos eran felices. Qué le había visto la garota rubia y hermosa a los peruanos, es algo difícil de determinar, quizás el negro Mateo tendría habilidades sexuales desconocidas, o simplemente la adicción manda y a menudo se sobrepone a la belleza de las personas. Hasta que de ser tan vistosos y exóticos y "peruanos con rubia" la noticia del tráfico corrió hasta las comisarías y oficinas ad hoc, y una buena mañana, cuando estaban aún soñolientos y apenas habían prendido el televisor para ver las noticias, les tocaron la puerta con particular énfasis y al preguntar quién llamaba, la policía dio a conocer sus credenciales a través de la puerta. Mierda. Tenían dos de esos elegantes maletines James Bond llenos de merca y la policía afuera, dispuesta a tirar la puerta. Pusieron una silla junto a la puerta para retardar el ingreso y se hicieron a los soñolientos, y trataron de pensar lo más rápidamente posible donde esconder los maletines. La garotinha también estaba en la habitación, y de momento temblaba como una hoja, esconder a esa belleza en una prisión quizás sería un delito de lesa humanidad peor que los de Pinochet o Francisco Franco, y en ese momento el tiempo corrió lento como en cámara lenta y la desesperación fue presionando sobre la imaginación, dónde esconder los maletines. El closet parecía demasiado obvio, los colchones y debajo de las camas eran una idea espeluznantemente mala. Y cuando los huevos se les habían puesto absolutamente de corbata porque la policía ya pugnaba por entrar tirando la puerta, nuestra hermosa garotinha se había vestido de golpe con uno de esos vestidos deslumbrantes, como el de Isabella Rossellini cuando canta la canción en Blue Velvet, e inmediatamente había roto parte del escote que se forma en las piernas (no sólo hay escote en los pechos, eso es algo que toda mujer deliciosa sabe), y dejaba ver buena parte de sus hermosos muslos... y con la velocidad del rayo había puesto los maletines sobre una silla y su voluminoso y bello culo garotinho encima.

Cuando entró la policía ella estaba hecha una furia, diciéndoles arrebatada que seguro estaban buscando a este par de imbéciles peruanos, que seguro estarían dedicándose a alguna actividad ilegal, una buena burra había sido al alternar con negros de otro país, tamaños ignorantes que nada sabían del trato con una mujer del Brasil, que sólo de lástima ya los acompañaba por estos días, llenos de deudas, unos idiotas de marca mayor, y por favor, señores policías, busquen por todo el cuarto y encuentren lo que sea para que puedan llevarlos por fin a la cárcel y deportarlos a su país de mierda. Los policías escuchaban un poco aturdidos, tantas tetas de golpe y muslos les habían hecho olvidar algo su propósito antinarcóticos, y entonces buscaron por toda la habitación, el negro Mateo y "el contertulio" casi orinándose de miedo fingieron una pelea de celos y amor con la garota, algo tortuosa para lo que el castellano que utilizaban favorecía mucho, amores rotos e historias de ese estilo se inventaron para olvidar los maletines bajo el trasero de la garota, y la verdad es que los policías hicieron un trabajo de búsqueda y rastreo impecable, closet, camas, cada rincón de la habitación fue registrado al detalle, pero nada, no pudieron encontrar nada, y de vez en cuando miraban de reojo los bellos muslos de la rubia, y después de un par de horas de peleas, dolor de estómago, calambre, actuaciones impecables después de todo, la policía abandonó la habitación y nunca antes unos peruanos fueron tan felices de los buenos servicios, de la belleza, de la increíble incondicionalidad de
un culo brasileño.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Cómo escapar al amor en un bólido de kartismo

Muero por los hijos de N. No tengo la menor idea de por qué sucede esto, aunque parece que es un lugar común de la cultura humana que uno adquiera un cariño profundo por las personas. Claro, como yo soy una bestia, estos fenómenos andan un poco fuera de mi alcance. He de decir que los hijos de N. son 3: Waldir de 5 años, Dami de 12 y Américo de 15. Waldir se parece al tío Lucas de los locos Adams y tiene el peinado más punk de la ciudad del Cusco y suele llorar porque no se compró la Coca Cola, porque se compró la Coca Cola, porque está feo el chocolate, porque está rico el chocolate, es decir, es todo un amante del llanto y del berrinche, pero igual, suele lavarse las manos solo e ir donde su madre para decirle: "Ya tá, mami". Lo menos que se puede decir es que es encantador. Porque lo es. También a Paco, en uno de sus inadvertidos y geniales berrinches le arañó toda la cara, su mamá lo conminó a que le pidiera perdón, y Waldir fue a la cocina donde se encontraba Paco comiendo su pan con mermelada, y le dijo: "Peirshdón", y volvió donde su madre y le dijo: "Ya tá, mami".

Sin embargo, para mi este lugar común de la cultura humana, de encariñarse brusca e intempestivamente con las personas, desde hace mucho, se ha vuelto contradictorio y una especie de tabú mental incomprensible, y ya por estos días, suelo despertarme temprano en mi habitación y extraviarme en la música de los CDs de Leonard Cohen (qué sé yo) hasta que los rayos solares penetran por las ventanitas del balcón de mi cuarto y anuncian que, inexorablemente, un nuevo día se ha asomado con sus intranquilidades e impericias. Claro, recuerdo las noches de Buenos Aires. Ultimamente Buenos Aires viene siendo tema de mis pensamientos, aunque tan sólo estuve un mes allí. ¿Qué pasaba en Buenos Aires? Pasaba por ejemplo, que yo me despertaba a las 3 de la mañana y esperaba un poco y bajaba al kiosko porque sabía que los diarios llegaban recién a las 4, y en medio de la noche, el vendedor de diarios me invitaba un café e iniciábamos la charla sobre lo que viniere, sobre los Renault grandes que habían ensamblado en la Argentina hacía tiempo, o también estaba el insomne que se sentaba en la puerta de mi edificio a pasar la noche buscando conversación y decía: "-peruano, no? Ché, yo me sé de memoria una buena parte de los poemas de César Vallejo", y yo le respondía, "yo sólo los que me hicieron memorizar en el colegio, eso de los húmeros me he puesto a la mala y jamás me he vuelto con todo mi camino a verme solo". Y se reía y estaba feliz de tener un compañero de insomnio, aunque la verdad es que yo había dormido muy bien y como un bebé hasta las 3 de la mañana, todo un Napoléon Bonaparte.

El asunto es que una mañana estaba en lo más profundo de mi melancolía ocasional y llamó por teléfono una poeta que yo había convocado la noche anterior. Se llamaba Gabriela Bejerman y alguna vez me comentaron que era un portento físico, toda una femme fatale en ciernes de la poesía argentina. Me sonó tan mal su tono de voz, una cosa arrogante indescriptible en la noción que tenía de su propia importancia, que sencillamente fui a mi cuarto, a prender la radio que tenía como antena una birome (un lapicero Bic, algo así era la antena de mi radio), y simplemente la tal Gabriela Bejerman y su tono de voz me había producido un vacío espiritual de tal magnitud que me quedé viendo la pared del cuarto media hora, una hora, dos horas, perdí la cuenta en la abstracción de la tristeza y las sombras que suelen posarse en el alma de vez en cuando.

De ahí me repuse. En mi lista estaba una tal Claudia Masín y la llamé, temiendo que me diera otro ataque "bejerman". Pero esta chica era normal, la visité en su departamento de Paraguay (en Palermo), es más, tenía sed al encontrarme con ella y le dije que me esperara un momento que bajaría al almacén de abajo (la bodeguita, en peruano), a comprarme un agua mineral para aclararme la garganta y después charlamos. Todo bien. Esta Claudia Masín me entregó un poemario suyo que no estaba editado en la Argentina, sino que había obtenido el Premio Visor de España. El poemario se llamaba La Vista, y bueno, me despedí y otro día tomamos jugo de naranja entre las mesas del negocio de un viejo muy amargado y cascarrabias en el Parque de Almagro y nada más. La cosa es que en los días siguientes ya no vi tanto al insomne ni al vendedor de periódicos de calle Medrano, porque me las pasaba leyendo y releyendo los poemas de Claudia Masín. De otro lado, Gabriela Bejerman, la poeta de la voz ensombrecedora, resultó un fiasco tan grande que toda la tristeza que me había asolado esa mañana que me quedé mirando la pared estuvo plenamente justificada, es más, fue una tristeza plena de clarividencia y de talento telepático. Pero la cosa ya no era esa, la cosa es que los poemas de La Vista ocupaban todo mi tiempo, leía dos líneas desde las 4 de la mañana hasta las 5, las mismas dos líneas, de un poema por ejemplo "La Infancia de Iván", y así no más, seguro mi gusto andaba descaminado pero a mi me encantaba leer esos poemas, era como un vicio, como fumar o los vicios peores que todos ustedes ya conocen. Leía a Claudia Masín, la poeta de Resistencia, del Chaco argentino. Digo otra vez que probablemente mi gusto andaba descaminado (porque seguramente no he hecho otra cosa en la vida hasta ahora, que andar descaminado y equivocado, y no lo digo por poner una frase bonita, sino por lo poco que soporto las cosas que le suelen gustar a tanta gente), pero en este caso la arrogancia de la Bejerman me había curado de una arrogancia similar, y casi como un chimpancé o un gorila, o más amablemente como un gato tras un corcho, estaba entregado a mi juguete que eran esos poemas de Masín. Es más, cuando en Córdoba Silvio Mattoni me dijo que veía en los poemas de Masín un facilismo, una estructura de elaboración del poema que se repetía (luego me dijo que no compartía su estética,"esa poesía narrativa de Masín", vaya), y que a veces sentía que era un mismo poema en muchos poemas, algo decayó en mi y ya no le vi más gracia a la conversación con Mattoni, que me habló luego de Rodrigo Quijano y Martín Gambarotta, amigo común el primero de ambos. Todo había pérdido gracia de cualquier cosa que me pudiera decir Mattoni y hasta en mi recuerdo el rostro de Silvio Mattoni se me ha borrado y se me confunde con el de Pierre Bravo Gala, este último increíblemente generoso anfitrión de nuestras noches parisinas, avec Eric Vuillard, Eric entrañable entre los entrañables.

Se me vino la noche con los comentarios de Mattoni a la poesía de Claudia Masín. Aunque quizás haya una atingencia peligrosa respecto al comentario expuesto por Mattoni, y es que mucho tiempo después conocí en Cuzco a José Ramón, y de pronto me dijo que un buen día encontró en una librería de Alicante el libro La Vista de Masín, lo hojeó, se lo llevó y después tuvo el mismo síndrome extraño que a mi me había dado, de leer y releer líneas y líneas de esos poemas.

Es más, esta filiación tan grande por su poesía y el rato tomando el jugo de naranja en el Parque de Almagro, hizo que inmediatamente, para escapar a este lugar común de la especie humana, por el cual uno no hace sino pensar y pensar en la misma persona con obsesión, corriera a un bulín de calle Medrano esa misma noche, donde había una rockola y muchas putas que decir que eran una delicia física, es poco. Fue así que me enloquecí por una paraguaya de pelo rojo. A veces me bajaba del taxi a las 10 de la noche y corría desesperado al bulín de Medrano que estaba a 5 cuadras del departamento de Perón, para encontrarme con mi paraguaya de pelo rojo, que de pronto aparecía, se sentaba en la barra junto a mi, y me decía con su voz susurrante enloquecedora, que todavía tenía 4 clientes coreanos pendientes, que esperara, así que esperaba muy contento que acabara con sus 4 coreanos, mientras las otras chicas se acercaban a conversarme a la barra. Les invitaba cervezas, y creo que yo andaba muy feliz por esa época, yendo a la rockola a poner la canción que los Cadillacs tocan con la voz de Celia Cruz, les decía que Buenos Aires era una cagada frente a Bogotá, Bogotá una ciudad con un mar de colinas verdes, repleta de estudiantes recostados y en grupos en los parques, y no una imitación de París como esta ciudad de mierda, todo un asunto mío para ocultar lo feliz que estaba en Buenos Aires, y me soltaba a contar historias despertando las sonrisas siempre lúbricas de las otras chicas, que tampoco estaban mal, las sonrisas y las pañoletas sobre el pelo que varias de ellas llevaban y que con el tiempo se me han ido acomodando en mi particular paraíso de pensamientos y sentimientos de lujuria. Había una uruguaya alta y blanca, ya un poco mayor pero aún bella, de un cuerpo hermoso y grande, pelo negro y muy ensortijado, que fumaba mucho y parecía labrada por una experiencia más amargada, compleja y atractiva que las de los personajes de Onetti. Claro que yo andaba loco por la paraguaya, de solo escuchar su voz entraba en un trance sexual imposible de detener, una locura sexual que en realidad era una sinapsis inescrupulosa y excitadísima que atravesaba el cuerpo calloso, el aparato de Golgi, el hipotálamo, además de la fiesta que se armaba en las glándulas conocidas y por conocer, y con los vastos reales de dinero que me había dado la editorial francesa para la que trabajaba por esos días, en realidad podía estar con mi paraguaya horas de horas retozando en la cama (no tantas por supuesto, que por algo hay gente que dice con razón que soy un completo alfeñique).

A veces también me ponía en un plano analítico y visual, y como la sábana de la cama era roja sangre, recordaba en un golpe de intuición las fotos de Marylin Monroe desnuda, y entonces mi paraguaya pelirroja (de la que no tengo la menor idea de su nombre, aunque se lo pregunté varias veces y me lo dijo), doblaba más el codo, ponía el culo más acariciante y desplegado, según yo le iba indicando, los ratos con ella eran largamente mejor que cualquier película porno que siquiera hubiera imaginado.

Todo en ella era una delicia, una delicia en los extremos de la delicia, es tan sólo lo único que puedo comentar. Espigada, de una belleza inolvidable.


Por esos días, justo, escribí un correo que titulé: "Paraguaya de película porno", escrito para mi amigo el poeta Jorge Frisancho, que vive en Chicago, y él me respondió al día siguiente que no había podido pegar un ojo en toda la noche de leer mi relato sobre la pelirroja paraguaya, que tal era el poder de la prosa sexual que me había nacido. Peor: hace días aquí en Cuzco Fernando me comentó que había leído un escrito mío que se llamaba "Paraguaya de película porno", pero que yo recuerde, en ese entonces yo ni conocía a Fernando y personalmente, me es totalmente desconocida la forma en que este texto llegó a su poder. Habría circulado, qué sé yo. Es decir, Claudia Masín me había despertado un sentimiento sublime, y yo, desconocedor de los arrebatos más profundos y los móviles también más profundos de la conducta humana, en vez de ir a hablar con ella o buscarla, había ido corriendo al bulín de Medrano, y había escapado al amor como un bólido de kartismo, muy feliz eso sí, a escuchar la voz susurrante de la paraguaya, a disfrutar de su increíble desverguenza, porque la verdad y para concha, su chulo anterior habia sido un peruano y entonces sabía todo lo que hay que saber de nuestro dialecto peruano para excitarnos., y no sólo en el plano sexual que es el más obvio, sino también charlaba del ceviche, del arroz con pato y de Perico León (no, mentira, de Perico León no, esto último sería como ponerle la aceituna al ají de gallina)                                 

lunes, 3 de noviembre de 2008

In memorian Jose Luis Mangieri (1924-2008)

Recuerdo que Silvana Franzetti permitió que lo conociera, ir a casa de Mangieri era acudir al "mítico asado de Mangieri", y conocer al "mítico editor de La Rosa Blindada". Fue un gesto especial de Silvana, y decían esa mañana que Mangieri había andado enfermo, y que el asado en la casa de Mangieri hace mucho que no se realizaba. Así que digamos, también mi gratitud hacia Silvana Franzetti y Ana Longoni, por ese especial y excepcional detalle para conmigo, de haber combinado el suceso. Era domingo, hubiera sido lindo que hubiera estado Ana Longoni también (porque por penosas descoordinaciones no llegó a venir, y cuánto lo hubiera deseado), y Mangieri ese día, entre los chinchulines y los bifes, preguntó por Toño Cisneros, el poeta peruano, que le caía bien porque le habló alguna vez del "globito" de Huracán, su equipo, y distanciándonos ya algo de Cisneros, y en parte por reacción contra la sensación que me produjo un peruano oportunista que conocí en Colonia del Sacramento (Uruguay), nos referimos a la prosapia nada escondida de escritores y poetas peruanos entregados a cierta melancolía, y repasamos amablemente las páginas que Hermann Melville dedica a la brumosa, triste e intrigante Lima en el libro sobre la ballena blanca. Había un clima dulce y cálido al atardecer, y Mangieri me acompañó al taxi, y luego hablando con Diana Bellesi de ciertas frases stalinistas que Mangieri había soltado, ella había dicho: "Se le quiere tanto a ese viejo".

Mi agradecimiento especial a Silvana Franzetti y a Ana Longoni por esa tarde en casa de Mangieri, ese especial gesto suyo para conmigo, de presentarme una leyenda viviente de la literatura argentina.

Comentarios sentidos de sus amigos por su fallecimiento en: http://www.blogdelamasijo.blogspot.com

Transcribo una entrevista a José Luis Mangieri del 2007. Realizada por Gustavo Pablos, el 21 de junio del 2007 para La Voz del Interior.




El título La rosa blindada viene de un pensamiento idealista,
en cambio Libros de tierra firme es como decir que estamos
con los pies en la tierra", dice al referirse a los dos proyectos
editoriales más importantes de su vida. El nombre José Luis
Mangieri es sinónimo de la edición independiente en la
Argentina, una actividad que desarrolla con compromiso y rigor
desde fines de la década del ’50, y que le valió el reconocimiento
de ser designado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires. Otro dato
que testimonia la importancia de su trayectoria es el libro Es
rigurosamente cierto (Libros del Rojas), producto de entrevistas
realizadas por Karina Barrozo y Hernán Casabella.

Córdoba tendrá la oportunidad de escuchar a esta figura
infatigable este sábado en el marco de las jornadas "El presente
de la poesía". Desde las 10.30 Mangieri mantendrá una charla
abierta al público sobre sus 50 años en la edición. A las 11.30
participará en una mesa de lectura de poesía.

Edición y compromiso. Mangieri se sumó al Partido Comunista
(PC) en los años ’50 y ahí comenzó a hacer sus primeras armas en
la edición. Años después se integraría a la editorial universitaria
Eudeba, y posteriormente a los periódicos Crítica, Democracia y
El Popular, que pertenecía al PC. "Nosotros comenzamos la
editorial La rosa blindada con Mario Brocatto, en 1962, cuando
trabajaba en Eudeba, y de ahí copié la idea de los cuatro libritos
envueltos en una faja", dice. Y añade: "En un principio queríamos
hacer nuestros propios libros, por eso el primer paquete tenía un
libro mío, Quince poemas y un títere, uno de Hugo Acevedo, otro
de Brocatto y también uno de González Tuñón". En homenaje a
Tuñón la editorial recibió el nombre de un libro suyo.

En el proyecto estuvieron Emilio Jáuregui, Juan Gelman, Carlos
Gorriarena, Octavio Getino, Tito Cossa y varios más.
"En realidad, pensábamos quedarnos ahí, pero como se trató
de una serie de cuatro libros muy económicos y la gente se
mostró muy interesada continuamos editando otros paquetes",
afirma.

Editaron libros de poesía, narrativa, teatro y ensayos, con autores

como Bertolt Brecht, Attila József, Juan Bautista Alberdi, Andrés
Lizarraga,Tuñón, Juan Gelman, Javier Villafañe, Andrés Rivera,
Regis Debray, los discursos de Fidel Castro y los del Che Guevara, entre otros.

"Un poco después hicimos la revista y una discográfica, en donde
salieron dos enormes long plays de Guillen, otro de Vittorio
Gassman recitando a Neruda, también uno de Neruda diciendo
los poemas de Veinte poemas de amor y una canción desesperada,
etcétera", cuenta. Se trataba de "tiradas muy grandes", cinco mil
ejemplares en el caso de los libros, y 10 mil de la revista, "y se
vendían en muy poco tiempo porque había mucha efervescencia",
afirma.

Los libros y los ejemplares de la revista La rosa blindada se
distribuían en las librerías, pero también –y principalmente–
en los centros de estudiantes de la universidad y en los sindicatos.
Sin embargo, esta etapa de esplendor finalizaría con el golpe
de Juan Carlos Onganía en 1966.

A fines de los ’60 la editorial surge nuevamente. "En ese período
se politiza, y nos comienzan a tratar de foquistas", recuerda
Mangieri. En plena guerra de Vietnam siguen muy de cerca
la lucha de los vietnamitas, y publican a Vo Nguyen Giap, Ho
Chi Minh y también las obras completas de Mao Tse Tung. El
editor asegura que para ellos "también fue muy importante la
relación con los intelectuales cordobeses de Pasado y presente,
que introdujeron el pensamiento de Antonio Gramsci".

–¿Qué balance hace de esa época?

–La historia nos empujó, era la época del Mayo Francés, de la
revuelta del estudiantado alemán, de los nuevos movimientos
sociales. Cuando en nuestro país se produjo el golpe del ’76 se
acabó esa experiencia irrepetible, pero quedaron los libros, los
discos y las revistas, cuyos ejemplares son muy codiciados y se
convirtieron en objetos de culto.

En otra dirección. "Los editores en lugar de sangre tenemos
tinta en las venas, por lo tanto el libro es para mí como una
herramienta de trabajo", afirma Mangieri, quien sobre el regreso
de la democracia creó el sello editorial Libros de Tierra Firme
que edita principalmente libros de poesía y paulatinamente se
convertirá en un referente insoslayable para escritores y lectores.

Esta editorial tiene cerca de 500 libros publicados, "ahí salió
todo Gelman, Leónidas Lamborghini, Diana Bellesi, Juana Bignozi.
El núcleo está formado por un grupo de autores que comenzó a
ser conocido en los ’60 y ’70, pero también por otros más jóvenes
que en algunos casos publicaban su primer libro, como Fabián
Casas".

–¿Cómo ve el panorama editorial?

–Existe una cantidad importante de pequeñas editoriales y
también están las grandes empresas, como Planeta, Sudamericana.
En un principio nos ensañamos con ellas, pero fijate que Planeta,
por ejemplo, editó a Juan Gelman, a Paco Urondo, a Juan José
Saer, a Andrés Rivera. Sudamericana también está haciendo
títulos muy buenos. También me parece inevitable y muy
saludable la existencia de pequeñas editoriales, como Bajo la
luna, y otros emprendimientos que refrescan el ambiente y le dan dinamismo a la actividad poética con la edición de gente joven casi desconocida. Y además merece su apoyo un evento como el que
voy a asistir en Córdoba, ya que estimula la creación y la difusión
de la poesía y la literatura en general.


–¿Y a la poesía en qué estado la encuentra?

–Digo siempre que la poesía es el género literario de la resistencia,
pero no en los términos políticos de los ’60. Ahora resiste, aunque
pueda parecer una afirmación elitista, contra la mediocridad de la
vida cotidiana, contra la chatura, que se da no sólo acá sino también
en los países de Europa. Creo que la poesía está atravesando un
período de transición, y éstos se caracterizan por la hibridez.
Sabemos de dónde venimos pero no adónde vamos. Creo que
finalmente va a haber una especie de decantación, y una llegada
a los lectores. Es lo que sucedió con la generación del ’22, la de
Borges, Tuñón, Tiempo, después con la de Arlt, y, más
recientemente, con gran parte de los poetas de los ’60 que
comenté antes.


–¿Qué opinión tiene de la utilización de Internet
como medio de publicación?

–Me parece muy importante, porque hay poetas jóvenes que
directamente publican en Internet y a partir de ese medio se
agrupan, leen sus cosas. Es un fenómeno nuevo y de gran influencia
por la difusión masiva, pero no va a suplantar al libro. Me acuerdo
de que cuando apareció el cine, se decía que iba a acabar con
el teatro, cuando apareció la televisión de que terminaría
con el cine, y que ahora Internet terminará con el libro. Pero
en realidad nada acaba con nada.

–¿Qué consejo le daría a un joven editor?

–Que se cuide mucho de no convertirse en un empresario.













Y el siguiente escrito proviene del diario Página 12, de la edición del día de hoy. Escrito por Silvana Friera. Estas son las líneas periodísticas de homenaje a su vigorosa trayectoria y presencia en la literatura argentina.

A diferencia de la mayor parte de los mortales, José Luis Mangieri, que murió el sábado a los 83 años, parece haber vivido unas cuantas vidas en lugar de una sola. Quizá la única manera de empezar a digerir lentamente la idea de que ya no se lo verá, como buen pilgrim fathers del barrio de Floresta, caminando por la calle Mercedes, o pateando la avenida Corrientes con su galera-valija de donde sacaba siempre un librito, sea tratando de aprender a conjugar el pretérito imperfecto, ese tiempo verbal tan fúnebre. Era el Macho, para familiares y vecinos; era Cauli, apodo que le pusieron los jóvenes poetas que empezaron a publicar en los años ’90 –porque se parecía al jefe de la serie británica Los profesionales–; era la Bruja de la calle Corrientes. Era, también, ilustrísimo, el último apelativo que aceptó cuando el año pasado la Legislatura de la ciudad lo declaró Ciudadano Ilustre. Era un tipazo tan jovial y pasional, tan abierto a lo que pasaba a su alrededor, que pronto agrandó su familia. Además de sus hijos Martín y Andrea, sumó al poeta Fabián Casas como hijo adoptivo. Ricardo Piglia lo definió como “alguien capaz de organizar y de trabajar en la construcción de redes y circulaciones múltiples”; redes que él tejió pacientemente desde la creación de la editorial y revista La Rosa Blindada, y que continuó con Ediciones Caldén, Ediciones del 80 y Libros de Tierra Firme, las cuatro editoriales más prestigiosas de las muchas que inventó, con catálogos en los que se puede advertir la diversidad, coherencia y elección de títulos donde siempre convivieron autores nóveles y consagrados.


Mangieri nació el 14 de diciembre de 1924 en un conventillo de Parque Patricios, sobre la calle Salcedo. Su padre fue un obrero anarquista, milonguero y “muy mujeriego”, como el propio editor y poeta recordaba en sus memorias Es rigurosamente cierto (Libros del Rojas), título que remite a una frase que Mangieri solía repetir cuando reafirmaba algo demencial que estaba contando. “Toda la amplitud que tuve en mi vida política e intelectual se la debo al conventillo, donde conviví con una enorme cantidad de obreros y donde también estaba, por supuesto, la prostituta que se llamaba María y nos regalaba caramelos los domingos”, decía el poeta. Cuando en los años ’40 leyó El violín del diablo y Miércoles de ceniza, de Raúl González Tuñón, sintió por primera vez que la poesía “era la exaltación de la belleza a través de la palabra”. Tuñón le dio vuelta literalmente la cabeza y empezó a escribir poemas. Aunque inició la carrera de odontología en 1944 –obligado por su padre, que era amigo de un dentista anarquista que le había prometido que le dejaba el consultorio con la clientela–, duró apenas dos años. Como la vida familiar se puso espesa, sin llegar a una violencia extrema, cuando dejó odontología, Mangieri se fue a Bariloche, donde tenía unos primos pintores de brocha gorda. Trabajó como peón de pintura durante seis meses, y le compraba el pan a Priebke, el criminal nazi. Se quedó en esa ciudad patagónica cinco años por un “romance ideal” con una alemana de 38 años (él, entonces, tenía 21).

Después de su regreso de Bariloche, se afilió al Partido Comunista en 1953. En esa época, en que Mangieri reconocía que era “brutalmente gorila”, la opción por el PC no se explicaba solamente por su antiperonismo. Existían otras razones tanto o más poderosas como su interés por la cultura. El PC tenía varias editoriales importantes como Lautaro y Futuro, y manejaba todos los teatros independientes: Fray Mocho, La Máscara, Teatro Nuevo y Del Pueblo, entre otros. Trabajó hasta 1959 en el Instituto Argentino–Ruso, donde editó una revista, y hacia el comienzo de los años ’60 se repartía entre sus trabajos en Eudeba, en la compañía de seguros Franco-Argentina y como corrector y periodista en los diarios Crítica, Democracia y El Popular. Mangieri estuvo preso en cuatro ocasiones, la última durante el gobierno de José María Guido (1962-1963), y compartió la cárcel con Osvaldo Bayer y Juan Gelman. Cuando decidió convertirse en editor independiente en 1962, de la Eudeba de Boris Spivacow copió la idea de vender cuatro libros en un paquete, haciendo una preventa para financiarlos. La editorial se llamó Ediciones Horizonte, pero posteriormente adoptó el nombre de La Rosa Blindada, en homenaje al libro escrito por Tuñón sobre la insurrección de los mineros de Asturias. La revista, que también se llamó como el libro de Tuñón, apareció en octubre de 1964 y tuvo una tirada de 10 mil ejemplares hasta el cuarto número. Los uniformados de Onganía clausuraron La Rosa Blindada, que sacó su último número –el noveno– en septiembre de 1966. Además de Mangieri y Carlos Alberto Brocato en calidad de directores, el staff editorial incluía a Gelman, Roberto Cossa, Octavio Getino, Roberto Raschella y Javier Villafañe, entre otros.

El editor y poeta se alineó con China, y más tarde con Vietnam, cuando comenzó el enfrentamiento chino-soviético, mientras que el PC argentino seguía a rajatabla las directivas de Moscú. Mangieri publicó en Ediciones Horizontes los libros de Vo Nguyen Giap y comenzó a editar las obras completas de Mao. Desde la dirigencia del PC lo tildaron de “foquista” y “militarista”. La conducta contestaria de Mangieri derivó en su expulsión del partido. No fue el único: también expulsaron a Gelman, a Cossa, a Andrés Rivera y a Juan Carlos Portantiero, entre otros. “Para cuando salió el primer número de La Rosa Blindada, ya éramos desclasados –recordaba Mangieri–. Pero después de los primeros números, nos convertimos en parias totales.” Viajó a China en 1966, con Rivera, una experiencia que calificó de emocionante desde cualquier punto de vista. “A propósito de las fábricas, algo que nos impresionó mucho fue que cada obrero tenía su ropero, y en él, con su ropa, un fusil. Dicho de otro modo: la clase obrera estaba armada, algo impensable en la Argentina de Perón, porque, contrariando los deseos de Eva –que había querido armar a la clase obrera–, arrugó”, subrayaba el poeta y editor.

Caradura como era, Mangieri les pidió a los chinos –que le habían prometido pagarle una semana en París–, prolongar su estadía en Francia por un mes, donde conoció a François Maspero, un gran editor de izquierda. “Nosotros nos politizamos, siguiendo la realidad argentina, pero teniendo en cuenta la experiencia editorial de Maspero. En América latina pudimos hacer lo que hicimos en alguna medida porque los yanquis tenían las manos atadas con Vietnam: una vez que se desataron, se encargaron de nosotros. En los ’70, los libros de Giap se vendían en las estaciones de subte, en Tribunales, en Palermo. El librero Damián Carlos Hernández, al que siempre le llevaba las novedades, me dijo un día: ‘Con tal de que tenga el pie de La Rosa Blindada, traeme la edición completa’.” Mangieri era consciente de que formó a toda una generación de lectores con los libros de poesía, ensayo y teatro que editó en la década del ’60. “No fuimos grandes genios creadores, nos empujó la historia, interpretamos correctamente el momento que se vivía. La del ’60 fue una década de oro, lo mismo que la del ’22, con el grupo de Boedo y Florida, con Roberto Arlt, Borges, Elías Castelnuovo. Los grandes escritores que tenemos hoy vienen de esa década brillante que lamentablemente no se volvió a repetir.”

No fue un militante orgánico del Ejército Revolucionario del Pueblo, pero Mangieri siempre admitió que tuvo una estrecha relación con el ERP. Editó un par de libros, entre otros uno sobre el Quinto Congreso del ERP. “Ya sobre el golpe, andábamos dando vueltas con ese libro en unas bolsas llenas de maíz”, confesaba el editor. Pocos días después del golpe de 1976 leyó en un diario una frase de esas que ponen los pelos de punta. “Un general dijo: ‘Terminamos con la literatura subversiva, ahora tenemos que empezar con los que editaron estos libros’. Yo, lógicamente, me di por aludido”, admitía el editor y poeta. Su mujer y su hija se instalaron por un tiempo en Cipolletti, su hijo Martín en Bariloche y Mangieri optó por la casa de su tía Raquela, en Parque Patricios. “No me fui por varias razones, así como los que se fueron habrán tenido sus propias razones. Entre mis propias razones hay una que tiene un peso enorme: si yo, con algunos de los libros que publiqué, tuve que ver con que hubiese gente que se decidiera a tomar el camino de la lucha armada, ¿cómo me iba a ir? ¿Qué, acaso alguien se imagina que uno podría mandarse a mudar y después mandar saludos desde París? –razonaba Mangieri–. Creo que quedarme era mi responsabilidad política y que no habría tenido derecho de irme.”

Había que empezar de nuevo. Y Mangieri lo hizo, un año antes de que terminara la dictadura, cuando fundó su última editorial, Libros de Tierra Firme, donde publicó, entre otros, todos los libros de Gelman (que entonces no podía volver a la Argentina), a Joaquín Giannuzzi, Leónidas Lamborghini, Alberto Szpunberg, Daniel Freidemberg, Daniel Saimolovich, Juana Bignozzi, Diana Bellessi, Martín Prieto, Jorge Aulicino, Irene Gruss, Jorge Fondebrider, Daniel García Helder, Martín Gambarotta, Osvaldo Aguirre y Casas, entre tantos otros. Aunque en 1963 publicó su primer libro de poesía, 15 poemas y un títere, siempre siguió escribiendo poemas. “Si se te pudrió un versito, se te pudrió todo. Como género, la poesía exige del lector una entrega absoluta, por más que Oliverio Girondo escribió aquel famoso libro Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. No se puede leer la poesía en el tranvía, no porque no haya tranvías sino porque la poesía te obliga a una entrega total.” Quizá por esa exigencia que se imponía como poeta demoró cuarenta y cinco años en publicar su último libro, el recientemente editado Poemas del amor y la guerra (Ediciones en Danza), que a pesar de su enfermedad, pudo llegar a ver. Publicó más de 800 títulos de poesía, narrativa, teatro y ensayo. Y es rigurosamente cierto que, como señala Casas, a fuerza de haber hecho bien su trabajo, éste “se volvió invisible”. En las últimas dos líneas de sus memorias, Mangieri anticipó lo que bien podría ser su epitafio. “Me gustaría que la gente dijera de mí: ‘Con pasión, hizo lo que pudo’. Sería un buen final.”