domingo, 6 de marzo de 2011

Samuel Beckett y James Joyce

La actitud de Joyce hacia el lenguaje era otro de los puntos en los que diferían. Finnegans Wake procedÍa de un deseo que Joyce había manifestado mucho antes y que abogaba por un idioma que rebasaba las fronteras nacionales, un idioma en el que desembocaran todos los idiomas conocidos. El discurso políglota de Finnegans Wake fue cuando menos un ejemplo representativo de dicho idioma. Beckett no podía celebrar el verbo en tales términos. Puesto que la literatura no era para él, como sí lo era para Joyce y Stephen Dedalus, la afirmación incesante del espíritu humano, también había de devaluar el lenguaje. En Beckett, el objetivo del lenguaje no consiste en automultiplicarse. La boca se abre porque tiene que abrirse, se adelanta a los acontecimientos y se cierra. "Las palabras", dijo a Lawrence Harvey, "son una forma de complacencia". Comulgaba más con la versión que da Bloom de la vejez, "un coño seco y gris" -Beckett está de acuerdo en particular con la primera palabra-, en el episodio de Calipso del Ulises, con la "muerte vermiforme" del episodio de Hades y con la versión joyceana de la crueldad del inconsciente en el episodio de Circe. Muy del gusto de Beckett era la escena de la muerte de Anna Livia Plurabelle, que se siente "triste y vieja" mientras fluye inexorablemente y desemboca en el mar salado.

(Tomado del ensayo "Samuel Beckett: Nadie de la Nada", de Richard Ellman en el libro "Cuatro Dublineses", p.171)

El despescuezamiento de Andrés Caicedo

Antes de viajar de Medellín tuve mi primera novia, que se llamó, de forma coincidente, Patricia. Es curioso, pero recuerdo esa época como la más feliz de mi vida. Teníamos en el barrio La Flora, una especie de pandilla de delincuentes juveniles, jugábamos escondite americano con las muchachas. El juego consiste en que ellas o uno se esconde y si lo descubren tiene que dejarse dar un beso. Hacíamos cagadas como quebrar ventanas en las casas de los vecinos, y en diciembre tirarle bombas de agua a los buses o estallar papeletas y tronantes. La pasé feliz. Pero cuando regresé de Medellín los muchachos se habían cambiado de barrio, las muchachas andaban con hombres mayores. Mi impresión fue tal que les pedi a mis padres que me enviaran de nuevo a Medellín, pero no se pudo, por razones economicas y de falta de cupo. Me tuve que acostumbrar, pues, de nuevo a Cali. Aquí ya leía mucho a Edgar Allan Poe, aunque aun no soñaba con llegar a ser un escritor. Iba mucho al cine, y cuando, años despues, leí en la revista HABLEMOS DE CINE del Perú que todas mis preferencias eran de importancia, me fui volviendo cinéfilo a conciencia y empecé a llevar un diario de films vistos, cosa que hago hasta ahora.



...fui haciéndome, luego, a un reconocimiento nacional como entendido en cine, pero aún tenía problemas con la droga, sobre todo con las pepas, pues yo comencé a tomar Valuim 10 cuando hacía viajes por tierra de Cali a Bogotá. No tenía mujer, ni me interesaba. Tomaba mucha cerveza y me la pasaba contento en Cali, mucho más despues que me hice muy amigo de Clarisol y Guillermo Lemos, dos niños super precoces y super perversos y fui dando la imagen del niño que no ha crecido o se niega a crecer: ellos me hicieron probar los hongos y el Daprisal, y yo estaba contento con mi pose silvestre porque así desconcertaba a los intelectuales de profesión, a los que he detestado siempre y bastante es el mal, con puyas indirectas, que me han hecho. Pero como todo el mundo deseaba y admiraba a Clarisol, no se podían meter conmigo, pensaban "ese va a acabar mal", pero no decían nada. Con Clarisol hicimos un pacto: "Tú aparentas mi edad y yo la tuya", y así pasábamos el tiempo, cada uno desconcertando a su manera. Pero llegó Patricia y todo se acabó.

Con Clarisol había conocido una especie de vida salvaje. El amor salvaje de Patricia me trajo a una cercana realidad, aunque también peligrosa. Yo la conocía a ella desde hace dos años, pero no le había parado bolas, desinteresado como estaba por toda mujer hecha y derecha. Pero mentiras; Patricia resultó ser una niña malcriada, exigente y desconfiada. Ella me sedujo y me atrapó. Su amor fue como un viaje sin regreso por la selva más tenaz de todas, la del Chocó; fue como pasar hambre y darse después un festín y emborracharse con cerveza helada. Yo creo que eramos unos niños al conocernos y juntamos nuestras malas crianzas y hacíamos el amor de una forma perfecta. Por varios meses yo fui se segundo hombre hasta que las circunstancias me llevaron a ser el único, el primero. Su matrimonio iba ya muy mal cuando nos conocimos, y por pura coincidencia feminista yo me dejé seducir, porque era testigo de lo mal que la trataba su marido. Además él, Carlos Mayolo, había arruinado por su mal genio un film que realizamos en 1971; "Angelita y Miguel Angel", en 16 mms. y con guión mio. Pero no creo que haya sido venganza; hice a medias el amor con ella y me gustó muchísimo y estuvo: quedé enamorado como nunca en mi vida. De alli, nuestra relación fue siempre incompleta, y su marido, como dice el proverbio, fue el ultimo en saberlo; nos pillo in fraganti en el último Festival de Cine de Cartagena. Pero con él ya todo estaba dañado, y la cosa no fue muy grave. En el intervalo yo trabajé durísimo con el grupo de teatro de la U. del Valle en mi obra "El mar", sobre el desorden, el trabajo acumulado y sobre la relacion dificil con los objetos (incapacidad manual), ademas de ser, a la vez, un comentario critico (no sé cómo me las arreglé para lograrlo) a dos novelas magnificas: MOBY DICK de Melville y ARTHUR GORDON PYM de Poe. Con perdón de todo el mundo, esa fue mi (fatua) obra maestra. No duró más que tres dias en cartelera, ya que el protagonista celebró tan duro el éxito del estreno que hasta hoy sigue borracho.

Mi relación con Patricia ha estado sujeta (ya no) a un grado tal de inestabilidad que yo tuve que recurrrir al triple Valium 10. Primero que todo ella se demoró en dejar de amar a Carlos, a mi me tocó presenciar una escena de súplica y de amor en vano tal, que me pegó uno de los mayores sustos de mi vida. Y lo que lo acaba a uno no es la droga sino los sustos. Después de eso yo me porté muy duro con ella, repitiéndole que ya no habia caso, que ya no la quería, y eso y la separación con su esposo la condujeron a una especie de locura por los hombres; hizo el amor con el más grande y el más chiquito de los cineclubistas de Bogotá, pero siempre venía hacia mi. Y yo estaba bastante golpeado, a medias destruido, ya que "el más grande" era uno de mis mejores amigos, y yo nunca le perdoné lo que hizo con Patricia. La verdad fue que ella me utilizó como muleta, me expuse como escudo de su inestabilidad, y yo tenía que estarla cuidando, impidiendo toda clase de rumba, convencido, como dice la canción, "que las rondas no son buenas, que hacen daño y que dan penas". Además ese ambiente para mi ya estaba completamente pasado de moda. Hará unos tres años yo fui un muchacho super rumbero, tanto que escribí una novela sobre todo eso. Pero me aburrió el esnobismo y la vulgaridad de la rumba, y fue precisamente en mitad de una rumba que yo intenté suicidarme por primera vez, cortándome las venas despues de tomar veinticinco blues, como le decimos nosotros al Valium de 10 mgs. Me despertó el mismo ruido de mi sangre goteando sobre el piso de madera, y minutos después cicatrizaría. Pero como no me hicieron lavado de estómago estuve todo pepo como quince días. Después, quedé muy propenso al llanto, por todo lloraba como un niño, y hablaba imitando a Patricia. La segunda vez que me intenté suicidar esta rodeada de ciurcunstancias más allá de mi memoria. Según parece me tomé 125 pepas y discutí mucho con ella. A los varios cinco o seis días me vine a despertar en Cuidados Intensivos creyendo, por la calefacción, que estaba en Cali.

Me llegaba el recuerdo de Patricia como el de un ángel guardián y experimentaba ráfagas de felicidad indefinida e inconclusa. Ahora, pasado ya un mes de estar en esta clinica tengo planes urgentes para un futuro inmediato; sacar un número cinco de OJO AL CINE que sea mejor que los anteriores, gestionar la publicación de mi novela QUE VIVA LA MUSICA! con las dos editoriales que me la han comprado y arreglar la publicación de un libro de Eduardo Agudelo, el dueño de la editorial que me saca la revista; asimismo, comenzar dándole forma al libro que tengo planeado sobre los Rolling Stones, entroncandolo con el relativo fracaso de mi generación. Yo siempre estuve muy influenciado por la música de los Stones, por su postura lumpenesca en la vida, aunque estuvieran disfrutando el puesto número uno en la industria (que hoy esta en plena decadencia artística) del Rock'n Roll. Ya creo haber salido de ese estado de confusión en el que no recordaba los sueños, en el que perdia un bolígrafo todos los dias, y no terminaba ningún trabajo ni terminaba la lectura de ningún libro y para todos era una intolerancia que me estaba haciendo enemigos de todos los que eran amigos mios. Quiero escribir un libro ante la decadencia del cine mundial ligado a la super perfección técnica, se llame "Por un cine imperfecto", parafraseando un artículo del cubano Julio García Espinosa, y análisis de los films que más admiro: PERSONA, de Ingmar Bergman, PSICOSIS de Alfred Hitchcock y LILITH de Robert Rossen. Así es. He podido ser mejor, pero qué le vamos a hacer.

(Andrés Caicedo, "El Cuento de mi vida. Memorias Inéditas". Publicado por "Herederos de Andrés Caicedo", el 2007)

sábado, 5 de marzo de 2011

Una capchicería más que importa

Hoy día en la combi venía leyendo un ensayo sobre Joyce, uno de Richard Ellman que se lee con placer. He vuelto a leer a Joyce con interés, y eso claro, me está llevando a leer otros libros colaterales dedicados a él. Pero he vuelto a sentir interés en Joyce al percibir en sus transiciones narrativas de "El Retrato del Artista Adolescente", cuando pasa de una situación a otra en la escuela de Clongowes, en su hogar de Dublín, algo tan refinadamente inconsciente en el momento de esos giros narrativos, tan delicadamente inconsciente, pienso, que despierta mi sincera admiración.

Sin embargo, no sé si al adentrarme en "Ulises" vaya a reprocharle una sensibilidad analógica para la construcción del relato, analógica a partir de su conocimiento de los mitos griegos y la vida contemporánea. Sé muy bien, por tanto, que en "Ulises" de Joyce no hay nada mítico en el sentido habitual (no es ninguna novedad el conocimiento desde los esbozos más sencillos sobre esta obra), o más bien es conocida por mi aún antes de su lectura, que el golpe fundamental de la estrategia narrativa reside en que todo ese juego mítico se manifiesta en una aplastante o divertida e irreverente referencia a la vida cotidiana, donde lo que ocurre en la cotidianeidad parodia el fundamento mítico de toda una civilización, una perspectiva sarcástica excesiva que cobra vuelo, para poner en claro, del todo claro, que el mundo, sus valores, sus irreprochables iniciativas, están suspendidos, ni más ni menos, que en el vacío.

Pero siempre hay algo que no me convence en los juegos analógicos de escritura en la actualidad, quizás porque en la brillante intensidad de las horas de horas en que hablaba con N. hace tanto tiempo, en la que yo sentía que cada microamperio de espacio de cerveza, humo y charla estaba "lleno de ser", de encanto, de alguna entrañable correlación literaria entre lo que ocurría y algún referente (podía decirle creyéndolo, por ejemplo, que como Kafka, si me siento incapaz de arrastrar conmigo mismo ya sería imposible lo de ambos), ya que creo que le di a las comparaciones literarias o culturales prerrogativas excesivas, porque además les otorgaba una consideracion tal que creía firmemente que podía reflexionar acerca de verdades profundas de mi propia vida a través de la literatura, y ahora no creo de ningún modo en tal cosa. Es más, creo que parte de mi descarrilamiento actual y pérdida completa de sensibilidad, proviene entre otras cosas y tiene como remanente, ese montón de analogías que hice entre vida y literatura, en las que creí y que ahora sólo constituyen residuos, desechos, escombros. Y considero una tontería sin límites, en realidad, cuando aparece un resabio de la antigua credulidad.

De otro lado, Pepe, uno de los indispensables del Kukuly (este es el restaurant en el que estoy a diario hace tantos años), se ha ido a trabajar a Ollantaytambo, y me he vuelto su corresponsal de lo que ocurre aquí, un corresponsal totalmente voluntario y fraudulento. Le he dicho, por ejemplo, que Adita chica se ha teñido el pelo violeta, porque necesitamos urgentemente todos aquí que se parezca más y más a Nathalie Portman (en realidad se lo va a teñir de azul, pero quién sabe cuándo), que Phuru ha perdido un nuevo diente -no ha perdido nada que no haya ya perdido-, que cada vez está más consistente el proyecto de poner una "capchicería" en Cusco, donde se servirían todos los platos de capchi habidos y por haber. Capchi de habas, capchi de zetas, capchi de y griegas, todos los capchis alfabéticos necesarios para una carta de restaurant "decente".

Y de otro lado, también ya le había dado la noticia esa que Juan Daniel ha señalado, que tendremos a Raya Martín, el cineasta filipino, hacia agosto o setiembre en el Kukuly (que con el tiempo va a ser tan famoso como Won Kor Wai), sirviéndose sus rayas de coca haciendo honor a su nombre, cuando fuéramos a dar vueltas en la a veces monótona e hiperbórea noche cusqueña. Hiperbórea, por todos los arbustos que la gente se suele rolear al pasar de la tarde a la noche, con unas mujeres de figura y cuerpo que pasman y que bailan suavemente entre los covers más repetitivos y torpes ("No woman, No cry"), y que traen a colación, paradójicamente, a pesar del más ramplón o nulo ejercicio de la innovación, una muy fresca e intacta lujuria que proviene unas veces de Australia, otras veces de Brasil, otras de Dinamarca y otras veces hasta de Trujillo y el Norte Chico. Extraña combinación del deslumbramiento físico inesperado y las peores porquerías sonoras y auditivas, las más impresentables, repetición andrajosa de formas musicales, y que crea una huevada indefinible que tampoco demasiada gracia hace.

Es decir, pasearíamos por los bares de Cusco con un cineasta "que está por volverse muy famoso", claro que al dialogar, estaríamos en contra de todas sus películas que, dicho sea de paso, no las hemos visto (pero se puede ver buena parte de sus imágenes, los trailers de sus películas, en you tube, como todo), sólo por joder y al hacerlo ser felices, que joder por las huevas también eventualmente es una de las formas de la felicidad, o también recordariamos a Pauline en esos ratos, nuestra amiga francesa y última moza parisina del Kukuly, que tiene un racismo muy extraño, porque rechaza a todas las personas de ojos celestes debido al peculiar motivo que ella los tiene verdes. Ha creado una imaginaria confrontación y una intolerancia selectiva entre estos dos colores de ojos, pues el resto de colores de ojos tienen su aprecio y cariño.