domingo, 23 de marzo de 2008

Más cerca

Debo confesar que hace mucho, mucho tiempo que estoy más cerca de los libros que de las personas (y es por esto que escribía poco o nada en estas páginas). Lejos de las personas, excepto de mi familia, claro está. No estaba dentro de mis planes ver a mi madre anciana, pero es así y ahora forma parte de lo cotidiano. Y el acontecimiento del día puede llegar a ser el hecho de por fin retirar una alfombra de la sala de casa y ponerla desplazada sobre un Volkswagen en el garaje. Todo un evento. Y el resto es pasar horas y horas abstraído leyendo. De los libros y ensayos sobre Kafka, por ejemplo, se me ocurre que estaría bien saber de la influencia de Soren Kierkegaard sobre su relato El Castillo, porque Kafka leyó ya sobre el último período de su vida a Kierkegaard (contrariando lo que varios ensayistas presumieron, que gran parte de su obra tuvo esa influencia), y quienes sugieren que El Castillo es una parodia de Temor y Temblor. En todo caso, en Dinamarca ya habrá un ensayo al respecto y entre los gringos, que son tan dados a hacer trabajos de universidad de cada cosa de lo que es posible escribir algo.

Otra cosa es que de vez en cuando veo una película. Solo, en mi cuarto. Hoy día vi "Faces", de Cassavettes. Pero no voy a comentar nada. Eso de comentar las cosas a menudo es como matarlas.

En las temporadas solitarias y más ligadas a los libros como ésta, que no son otra cosa que un gran placer (un gran placer vivir así), hay días también que no tiene porqué ser una película, como ayer, sino varias películas las que veo al hilo. Se produce un efecto muy particular. Como la visión y el placer están unidos casi directamente, sin una remota y puta palabra de comentario, el tiempo y la imagen se unen en profundidad, y se despliega algo como "una atemporalidad", una seriedad interna de la mirada si se trata de un drama. Un tiempo concentrado, absolutamente imaginario, pero felizmente imaginario, del todo en blanco y negro algunas veces. Lo inquietante se vuelve muy inquietante en la pantalla, y por ejemplo, hay planos en "El silencio" de Bergman, que dan desasosiego, angustia. Hay mujeres, actrices, a las cuales la sensualidad les sale por todos los poros, y la pobre cámara no puede sino registrar eso, para fortuna nuestra, como por ejemplo el rato que los trovadores están despertando en "Séptimo Sello". Pero pienso que mencionar a Bibi Anderson sin mencionar a Harriet Anderson no está bien, por algo Truffaut puso esa foto de Harriet Anderson en un poster detrás de los niños de 400 golpes. También he gozado viendo películas comentando idioteces a discreción, claro, y cagándome de risa, un estropicio callejero, pero ahora trato la "forma solitaria de ver muchas películas". Hay algo de atemporalidad o de reformulación de la temporalidad subjetiva que se acentúa en esta visión solitaria, lo sentí también en Cuzco, que podía pasar buena parte de la mañana y la tarde viendo películas de Rohmer encerrado en el depa y apenas salía una vez u otra a la bodega a comprarme un tarro de leche, una jamonada, y andar transportado en otros mundos. Luego, cruzando rápido la carretera que va a Sacsayhuamán, que es donde queda el depa, y en la bodega, había algo más bien irreal en que la gente se comportara a un ritmo cotidiano cuasi impersonal, y se hubiera alejado de la abundancia de emociones, sucesos y puntos de vista que entraña una película. La realidad aparecía a veces, parcial o totalmente desangelada, prosaica, plana.

viernes, 21 de marzo de 2008

Cada vez que me sacan la mierda

Dicen en El Directorio que cada vez que me sacan la mierda mi conversación mejora, se hace más amplia, versada, e impredecible. Vaya, es estimulante que la gente disponga de esa capacidad de observación y tenga esa deferencia tan especial de observar los cambios que se producen en la conducta de uno. Ayer estaba en la Rockola de Quilca y un buen tipo que ni siquiera había visto se acercó por detrás mío y me tiró un silletazo en la cabeza. No tanto me llamó la atención que me cayera el silletazo, que fue lanzado con mucha violencia contra mi cabeza (lo digo en serio, a veces me vienen accesos de completa inmutabilidad en situaciones que para otros serían, supongo, extremas), sino lo que terminó captando mis pensamientos es que ningún impulso de venganza ni de indignación aflorara en mí. Ni indignación, ni tristeza ni alegría. Luego del silletazo estaba tranquilo como si el mundo girara en una órbita claramente designada, como si en ningún caso el eje magnético de la tierra estuviera en constante desplazamiento, como si los chinos no hubieran matado a ningún tibetano por estos días y no estuviéramos viviendo el pesado vaivén de este aburrido gobierno aprista, y más bien en la rockola, luego del silletazo, continué exponiendo ante los amigos los reproches que le hago al cineasta mexicano Carlos Reygadas, cuando en esa película "Batalla en el Cielo" se le ocurre poner sobre el final un asesinato macabro. Sentí que el despliegue de formalismo en planos largos y silencios que caracterizan la película se desvirtuaba no poco con ese asesinato final, el gran machete, que era de golpe un recurso trillado al extremo y si lo pienso bien, para ese entonces ya había una buena cantidad de silencios en la película que no me habían convencido. Había el intento no logrado de buscar esa magia narrativa que genera un sentimiento en quien observa por el cual siente que el tiempo ingresa dentro del tiempo, algo que sí consiguen Tarkovski, Bergman, y si uno lo piensa bien, lo hacen de forma casi milagrosa...Claro que asentía y Reygadas me despertaba simpatía, pero al ver "Japón" nunca he ido mucho más allá del momento en que el personaje se corre la paja, las veces que he intentado verla.

La noche continúo: luego del silletazo, como ya he señalado, no había ninguna tribulación interna, nada, más sentimientos contradictorios me había generado la lectura más temprano de una biografía de Ezra Pound (de Noel Stock), cuando William Carlos Williams decía que la conversación de Pound era tan viva, tan inteligente, que era hasta incomprensible que semejante cosa estuviera sucediendo delante de sus ojos; hubiera sido tan bueno conocerlo, me decía.

Después llegamos al Directorio, y dijeron eso de que se me veía mejor cada vez que me sacaban la mierda, que nunca como en esos momentos estaba tan radiante de contento, porque también el otro día en la Plaza San Martín cuando iba cruzando la pista, un huevón de pronto se puso atrás y se fue poniendo muy cerca blandiendo algo en la mano y yo cumplí con el ritual, muy religiosamente, de decirle "qué tienes conchatumadre", y bueno, me zampó un combo velozmente y de la nariz me comenzó a chorrear sangre a discreción y lo mismo, no tuve ningún pensamiento contrario para mi improvisado agresor, y hasta me empecé a reir de mí mismo, de ese intento barato de hacer un rol muy audaz en esa circunstancia, de tomar la actitud de quien apela a la idea de "choro no te tengo miedo un carajo y a ver atrévete".


Reseñaré otros pensamientos que he tenido el día de hoy: 

En los artículos y ensayos sobre César Moro, que es una de las cosas que he estado leyendo por estos días, tarde o temprano recalan en una reflexión o una referencia a su "marginalidad". Debo decir que me parece una banalidad de idea, porque es redundar sobre una cosa que no podía ser de otra forma, más bien los comentarios de André Coyné se detienen en la proclividad de Moro hacia los oficiales y los militares en sus gustos sexuales, todo un asunto que ya había empezado con sus escapadas entre los oficiales rusos blancos en París, cuando los surrealistas estaban inclinados a pensar que podían dar lo suyo en la revolución mundial junto al Partido Comunista Francés, todo eso que hizo que Antonin Artaud se fastidiara, porque pensaba: ¿importan mucho las condiciones materiales de vida?, ¿cómo el surrealismo va a sujetar las posibilidades de cambio y transformaciones del hombre a una determinación señalada por las condiciones económicas? A Antonin Artaud le parecía una ridiculez ese fundamento indispensable del pensamiento marxista. Y más allá, Artaud se preguntaba, ¿no es algo muy triste que el hombre se sumerja en mecánicas y soberbias certezas sobre la vida y el ser humano? Eso de que las fuerzas económicas de la historia determinan o condicionan el devenir humano tenía para Artaud la característica propia de la indigencia imaginativa, una sosa, seca y vacía indigencia de las ideas y traía para Artaud el verdadero sabor de una derrota espiritual.

En fin, me distraje con Antonin Artaud, pero vuelvo a lo que contaba Coyné, quien dice que César Moro no la pasó mal en el colegio Leoncio Prado, y que es uno de los tantos mitos que la mentalidad limeña fue elaborando, que claro él no entendía bien de dónde surgió, si de la novela de Vargas Llosa "La ciudad y los perros" o de dónde, cómo así se construyó ese presunto sufrimiento de César Moro por ese entonces, y en fin, agotado cualquier otro pensamiento sobre lo que se refiere André Coyné quisiera hablar y escribir con admiración de la erudición de Ezra Pound, de sus ensayos sobre los trovadores de la poesía provenzal y los poetas latinos, pero seguro voy a poder hablar de esos temas cuando, por ese incuestionable azar que por fortuna me persigue, me vuelva a caer otro silletazo en la cabeza o a algún inspirado benefactor se le ocurra sacarme la mierda nuevamente.