sábado, 5 de noviembre de 2011

Un buen día llegó a casa una señora...

Cuando llegaron María y su hija, desgraciada e inevitablemente pensamos e hicimos comentarios negativos. "Para que vendrá si tienen familia", "menudo marrón nos vamos a comer y todo para decirle que no podemos ayudarle". "Al final, nuestro amigo el funcionario, no ha dado la cara y no las ha acompañado"...

La señora desprendía dignidad en tal grado, que de inmediato, Minerva y yo nos sentamos frente a ella y nos quedamos en silencio escuchándola hablar. Tomábamos notas cuando respondía a las preguntas que le hacíamos. Estaba ante dos desconocidas, extranjeras, hablando sus más íntimos dolores y preocupaciones sobre su hija.

El orden de las preguntas tiene casi siempre mucho que ver en la comprensión de una conversación, y antes que otras, le pregunté dónde había estado escolarizada la niña y qué tipo de tratamiento había recibido. Ella explicó que un corto tiempo había estudiado en San Juan de Dios y luego en San Martín, pero que la había retirado por miedo a lo que en el colegio pudiera pasarle a su hija y prefirió cuidarla ella, en casa, o con una chica a su cuidado cuando salía a trabajar esporádicamente.

Tiene en realidad dos hijos: uno de 20 y la niña de 16. El hijo de 20 años se ha tenido que ir a vivir con la abuela paterna pues no puede convivir en el cuarto con la mamá y su hermana. La mamá no tiene tiempo ni posibilidades económicas para darle una buena educación, tal como ahora la está recibiendo, estudiando para ser ingeniero de sistemas en la Universidad.

El papá de la hija las abandonó nada más nacer. Antes de nacer su hija, había tenido tres abortos provocados por las palizas brutales que le daba su marido, policía de profesion. Ahora, sin proceso o sentencia de separación o divorcio, el papá les pasa una pension de alimentos de 200 soles mensuales, y hace muchisimos años que no ve a su hija.

La mamá, antes de tener a su hija trabajaba en Córpac, en las tiendas del aeropuerto, y en una casa hospedaje. Despues nació su hija. Tuvo un parto complicado, la niña tragó líquido amniótico y sufrió asfixia cerebral. La niña nació con un soplo en el corazón y permaneció más de tres meses en una incubadora. A los dos años, le diagnosticaron autismo moderado y retardo leve, pero convulsionaba diaria y permanentemente sin responder a ningún tratamiento.

La trasladaron casi tres años a lima, al Hospital de la Policía, para ver la posibilidad, hasta ahora imposible, de controlar sus convulsiones. Cuando ella tenía cinco años regresaron a Cusco. La señora María tenía que trabajar y escogía turnos de noche. Dejaba a su hija acostada frente a la televisión y salía a trabajar de 6 de la tarde a 2 de la madrugada en limpieza de hoteles. No tenía contrato de trabajo y eran trabajos temporales. Sólo la llamaban en las temporadas turísticas y debido al incremento de turistas albergados en el hotel.

Es significativo que en los últimos años, la han llamado siempre del mismo hotel y la consideran una trabajadora impecable. También administró el Karaoke del hotel en las noches, atendió en las tiendas del hotel, en las barras y en estos años ha podido hacer de todo en el mundo del housekeeping y la hostelería.

Como madre sola con una hija especial, ha recibido críticas de vecinos y muchas veces ha tenido que cambirse de casa por las molestias que su hija, bien al reir, al llorar o al saltar, provocaba. Ademas, los vecinos se sentían inseguros cuando la niña quedaba sola en las noches y más de una vez han llamaron a la policia para que verifique si una "loca" andaba suelta en la casa de ambas.

Cuando la niña tenía 9 años,decidieron irse a un barrio de la periferia, apartado, más barato y con casas de adobe unifamiliares. La distancia a la ciudad era mayor pero la señora no podía ya más con las continuas quejas de los vecinos. Estando en este barrio, una noche en la que ella había salido a trabajar, la llamaron al hotel para decirle que su hija yacía en el suelo, a unos 20 metros de la puerta de su casa, tirada inerte sobre el barro.

Cuando ella llegó junto a su hija, habrían pasado casi 40 ó 50 minutos. La niña seguía allí,doce de la noche, alejada y tirada en el suelo de pasto bajo la helada de la noche. Nadie se le había acercado siquiera a ponerle encima una manta o para verificar si la niña estaba viva. De la desesperación, la señora María nos cuenta que no podía levantar a su hija ella sola para meterla dentro del taxi, y llevarla al Hospital de la Policía. El taxista no quiso ayudarla, pues la niña parecía estar muerta, y tuvo que llamar a muchas puertas para encontrar al hijo de unos vecinos que quisiera ayudarle a cambio de una propina.

En el hospital, en Cusco, la niña estuvo en coma durante tres años. Parece que alquien abrió la puerta de su casa, la niña salió al monte y le pasaron por encima caballos montados por cazadores. El chico de la propina, que fue quien le llamó por teléfono al hotel para avisarla, le dijo que nadie se había bajado del caballo para ver qué le habia pasado a la niña.

Le habían pisado la cabeza, la columna y los brazos. Tenía la cabeza astillada en mil pedazos que se incrustaron en su cerebro como miles de agujas. Se le partieron costillas, los dos brazos y la espalda, pero no se percataron de ello hasta que pasados los tres años de coma, la enviaron a Lima para una revisión. Ya era demasiado tarde. Los huesos y la masa cerebral se había endurecido como para intervenir en ella. Permanecieron casi un año en Lima. Al regresar a Cusco, la niña tenía ya 14 años.

La medicación que la niña toma, los pañales que necesita diariamente, la atención y la comida no se cubren con los doscientos soles, que el papá le pasa mensualmente como pensión. La madre, avergonzada, nos confiesa que ella misma debe tomar antidepresivos, ansioliticos y anticomiciales pues de la tension ella también comenzó a convulsionar, ha pensado en el suicidio y no puede dormir.

Sólo el coste de los medicamentos de las dos superan la cantidad que la mamá recibe del padre cada mes. El estado de su hija ya no le permite dejarla sola para trabajar, vive rodeada de deudas en la tienda, en la farmacia y no recibe apoyo ninguno de su familia.

Para su familia, el haber tenido una hija especial es una verguenza y no le permiten acercarse a ellos. La señora María ha debido poner en varias oportunidades denuncias contra sus propio padre y hermanastra, sobre vejaciones, amenazas y malos tratos cuando ha intentado, por la necesidad, acercarse a ellos para pedirles cobijo y comida.

Y le dijimos que la comprendíamos, que era una madre campeona, y excepcional. Que no albergaríamos a su hija en nuestro hogar pues la niña está feliz y segura junto a su madre, pero le prometimos con el corazón en la mano ayudarla en todo lo posible.

Apoyemos a la señora María y a su hija.

(Escrito por Nieves Medina, nacida en Ojijares, Andalucía)