domingo, 26 de abril de 2009

Días inesperados, y sin embargo, de poca esperanza

Cada vez entiendo menos, a veces estoy de golpe lleno de tranquilidad en mi cuarto, veo lentamente la ropa amontonada sobre la silla, la casaca gris en el respaldo, luego la foto de un parque de La Habana en la pared: un parque soleado y con el follaje haciendo sombra a unas campanas que están en la vereda. Campanas grandes, campanas pequeñas. Una sensación de frescura que viene de esa foto en el parque. Pero otras veces por estos días pienso muy poco, prácticamente nada, no observo nada y me paso el día en la biblioteca de claro en claro. Lecturas muy desordenadas, diría que hasta se vuelve fascinante ese mismo desorden. La crítica a la versión de Coriolano que hizo Bertolt Brecht escrita por Gunther Grass, los emocionantes párrafos que dedica Italo Calvino en homenaje a Cesare Pavese, luego Auerbach en su ensayo sobre Montaigne, y después derivo antojadizamente hacia los ensayos de George Steiner en su libro "Extraterritorial", un libro azul, que en una de esas señala que los niños prodigio se despliegan en 3 campos humanos sobre todo: el ajedrez, las matemáticas y la música. Creo que lo señala en su ensayo sobre Nabokov. Algunos de estos libros parece que jamás los hubieran pedido en la sala, tan poca importancia tiene la curiosidad para un grueso de los mortales, o al menos "esa" curiosidad, ya que sólo después de unas horas de búsquedas infructuosas se logra arribar a textos que de pronto se ponen a relumbrar, y bueno sería que escapen de los libros, y se alojen en el sueño de un alma extraviada, o de alguien no más, quien sea, y no sufran ese penoso abandono. Tanta ludicez y tanta belleza inutilizados por la poca voluntad con que la gente afronta la vida.

Los días anteriores ha venido a la biblioteca una chica de pelo ensortijado negro que me ha despertado curiosidad porque tiene un culo grande y delicioso. Pero cuando llega y se sienta cerca apenas la miro. Es una broma solitaria que me juego, y apenas si sonrío. Una tristeza grande se apodera de mi, y recuerdo los tiempos idos cuando estaba pródigo, viendo la claridad de unos ojos verdes, hablando amablemente y entre risas de una quinta en Copenhague, en la cual vive un hombre muy fuerte, vulcánico (lleva una fragua de herrero en la parte trasera de su casa), que inventa historias de antropofagia en las pampas argentinas, para que su hijo rubiecito, Gustav Adolf, pierda el tic nervioso, el mohín que ha ido adquiriendo en la nariz, fruto del abuso de sus compañeros de escuela.

En recuerdo del abuelo de Mariana

Tiempo que no me escriben y que no les escribo. Pero voy continuamente "a casa", converso muy seguido con el abuelo, lonches tomando té y tostadas. El abuelo tiene un sentido del humor notable, un sabio sentido de la inmutabilidad: suelta una frase, uno se ríe a fondo de lo que ha dicho, pero él permanece impasible, está serio y como si nada ocurriera mientras uno siente saltar alguna lágrima entre las carcajadas que ha despertado los dichos del abuelo. A menudo adolorido, siempre preocupado con las actualidades de la política: si mandaron matar al hijo de Menem, fastidiado con la odiosa pervivencia de Vladimiro Montesinos en la cúpula del gobierno en Perú. También indignado por la muerte de 5 chiquillas en el concierto de unos cojudos (Servando y Florentino), que fungen de cantantes entre las adolescentes de los países de América Latina. Tu madre animada por el hecho de que pueden venir en enero y visitar la Ciudad Imperial con el pequeño Matías (de pie entre frondosos árboles en el bosque de Eagle Lake, California, o también, como de costumbre, bañándose en una tina de plástico rojo con rostro de muy borracho, tan borracho que quiero un poquito más de mezcal). Ustedes constituyen una de las pocas parejas felices en este continente indeciso y sufrido, apretado entre cientos y miles de enhiestas, inclementes antenas de TV elevadas sobre rústicos tejados.

Ana Carla tiene ahora un muñeco al que le ha puesto Billy Burroughs (se lo puse yo el nombre, y en realidad Ana sólo le dice "Billy"). El muñeco tiene unos collares y es un poco hippie. Una tortuga asiste a su bautizo y Ana Carla le pone unos manteles encima para que esté bien vestida para una celebración religiosa de esa magnitud. La tortuga se llama Manuelita, y según Ana es en realidad de origen extraterrestre, por su parecido con E.T. El abuelo, hace leer rápidamente a Vicky el diccionario de 5 tomos y muchas ilustraciones. "Aquí dice, TORTUGA: animalito duradero del orden de los quelonios". "Figúrate -dice Vicky-, viven 150 años las pobres". Y si uno se percata bien, lo único que hace la E.T. Manuelita es atravesar lentamente la sala para delicia de propios y extraños. Las cosas vienen bien en Lima, días bellos con cielo tempestuoso, mar bravío, taxistas que inventan cuchillos de esmeril (me tocó un taxista inventor), pelícanos en el aire elevándose sobre la grava. Sporting Cristal subcampeón de la Copa Libertadores: un televisor comiéndose dulcemente tu desesperación, tu tristeza. Y nuevos libros leídos como por ejemplo el del Ingenioso Hidalgo conversando reposado con su fiel escudero, shoteando a la bella Dorotea, amando enloquecida y enloquecedoramente.

miércoles, 15 de abril de 2009

Natalia Bondarchuk

Obviamente, este texto escrito por Natalia Bondarchuk, la actriz de "Solaris", la película de Andrei Tarkovski, sólo puede ser comprendido efectivamente por quienes han visto la película (quizás no, no lo sé, cuánto me gustaría que todo quede claro para quienes no han visto el film) . Ahora es fácil de conseguir: se encuentra en el Pasaje 18, Tercer Stand (cerca de unas escaleras) de Polvos Azules. Antes, cuando la vi en una pantalla gigante, jamás me imaginé que podría tener entre mis manos el disco que la reproduce, y a veces sin ninguna voluntad siquiera uno puede verla otra vez, porque un DVD es tan sencillo de activar, la tecnología tan servicial, que ni siquiera necesitas pensar o desear. Es posible que estés viendo 20 o 30 minutos de Solaris sin haberlo deseado, porque insertar una película se puede volver algo parecido a la irreflexión o el lapsus verbal. Es más, puedes ir haciendo otras cosas en el cuarto, escuchar un sonido en ruso que de pronto golpea entre las palabras, voltear a la pantalla y perder el momento, luego ir al control, retroceder, y mirar. Para mi la anécdota que narra aquí, Natalia Bondarchuk, de su encuentro con Stalin, es deliciosa.



En el verano de 1970 la estación de Solaris había situado sus corredores artificiales, magníficamente cósmicos en los Estudios Mosfilm. Los decorados fueron creados por Mijail Romadin, un creador excelente que era amigo del director. Tarkovski no podía soportar que los decorados tuvieran el más mínimo indicio de falsedad, y quería que todos los detalles estuvieran representados gráficamente. Así, en la fría funcionalidad del ser cósmico existiría siempre el toque de las islas de espiritualidad, mundos de personas deseosas de abandonar la tierra a la búsqueda de contacto universal.

Las habitaciones de los eremitas cósmicos, que estaban realizando experimentos con sus propias almas , tenían que contener objetos cercanos a su corazón. Por lo tanto, de acuerdo con los deseos de Tarkovski, se colocó una antigua alfombra armenia hecha a mano en la habitación de Gibarian.

La biblioteca era el centro de la vida social, la vida del espíritu humano. La apariencia paradójica en el espacio de muebles pasados de moda, velas en candelabros de bronce, ventanas iluminadas con cristales de colores y las pinturas de Brueghel subrayaban el deseo profano de la gente.

"No necesitamos espacio, necesitamos el Espejo", predicaba el amable y desgraciado Snaut, interpretado brillantemente por Yuri Varvet.

La novela de Stanislaw Lem y la la película de Tarkovski tienen una diferencia esencial: Lem escribió una historia sobre el posible contacto con la razón cósmica; Tarkovski hizo una película sobre la tierra, sobre las cosas terrenales.

En la construcción de su "futuro", los problemas principales permanecen inevitablemente como los problemas de la conciencia humana, como el pago eterno por los pecados que se materializaron antes que los personajes en Solaris.

El arte de los creadores terráqueos entrando en la consciencia del molde cósmico de un ser vivo, que es lo que era mi heroína, da forma al alma del ser humano condenado a sufrir y amar. La máscara de la muerte de Pushkin, los volúmenes de libros viejos y el dragón de porcelana, son detalles que Tarkovski ideó con gran cuidado y que infundieron en la heroína cósmica una calidez humana, con la luz de la Cultura Terrenal.

Andrei Tarkovski raramente ensayaba con sus actores antes de un rodaje, pero sí que nos preparó para la escena definitiva en la biblioteca, empezando por las pruebas de pantalla. Su trabajo con nosotros estaba basado en delicadas vibraciones del inconsciente, que eran muy difíciles de detectar para un observador exterior. Durante el ensayo se acercaba a mi, inesperadamente, y me sacaba de mi sentimiento trágico con lo que me parecía un comentario absurdo: "¿Ven?, ella está hablando como si estuviera cerrando de golpe las puertas de un viejo armario. Las palabras no significan nada. Y, en general, por favor, no interpreten!"
Cuando me dirigía en la toma de primerísimos planos, me hablaba suavemente, como una adivina de un pueblo:

"No interpretes, no actúes. ¡Vive! ¡Respira! Imagina lo maravilloso que estás viviendo ahora; tus pestañas están agitándose; así, te has reido de ti misma.
Un minuto después ordenaba: ¡Acción!.

La actitud de Tarkovski hacia Anatoli Solonitsyn era bastante diferente. Le sobreexcitaba, le agotaba físicamente, a menudo le reprendía, lo que para Anatoli, que estaba absolutamente loco por Tarkovski, era literalmente insoportable. Sólo cuando las lágrimas aparecían en los ojos de Anatoli, cuando todos sus resortes internos empezaban a funcionar, Tarkovski empezaba a rodar. El único director, aparte de Tarkovski, que comprobé que trabajaba con el inconsciente era su director favorito, Robert Bresson. En "Diario de un cura rural" y "Moúchette", ambas del director católico francés, los actores no interpretan, sino que meditan ante la cámara. Todo lo superficial se elimina, el alma es el que habla. Esto no quiere decir que Tarkovski introdujera en el rodaje el espíritu del misticismo. Al contrario, parecía evitar que los actores se concentraran en el "contenido de su papel", incitándoles a que abandonaran esa actitud diciéndole cosas como ésta:
"Actúen brillantemente". Su actuación está rompiendo mi corazón".

Temía, sobre todo, a la artificialidad e incluso a las frases pronunciadas claramente. Las imágenes de Tarkovski se desarrollaban a través de alegorías, una cadena de comportamiento del inconsciente que convertía la secuencia en única.
Raramente Tarkovski efectuaba más de una toma. Casi la totalidad de Solaris fue hecha en tomas únicas. El material Kodak que se adjudicó a la película era muy escaso. Tarkovski y Yusov hicieron lo inconcebible cuando decidieron rodar con solo una toma, pero de una gran calidad. Se enfrentaba a los momentos más importantes de un papel inesperadamente, generalmente al fin del día, cuando el actor estaba cansado y no podía ya "actuar". Una vez, al mismísimo final de un día muy laborioso en "la biblioteca", cuando casi todo nuestro tiempo se había empleado en rodar pequeños detalles anunció de repente.
"Hagamos ahora tu monólogo".
Le rogué que no lo filmáramos al final del día.
"¡Qué! ¿Estás cansada? Supongo que tienes hambre. ¡No importa! ¡Un actor debe estar enfadado y hambriento!".
Tarkovski no se sentaba nunca delante de un actor que estuviera de pie. Permanecía muy cerca y no permitía que ningún detalle, ni ninguna emoción del espíritu del actor se le escapara. Y de nuevo, como en las pruebas previas al rodaje, Andrei hacía varias puntuaciones con una voz serena:
"Escucha, ¡eres un molde, no un ser humano!"
"Pero me estoy convirtiendo en un ser humano", protestaba yo. "Y siento exactamente lo mismo que tú, créeme. No puedo vivir sin él...Lo amo...Soy un ser humano...Tú, tú eres muy cruel".
Mi cara se humedecía de lágrimas y aunque apenas podía sostenerme en pie, intentaba encontrar aquel estado que él me pedía. Pensaba que si actuaba correctamente Andrei se compadecería de mi heroína y prácticamente lloraría con ella. En lugar de eso, permanecía en pie, junto a mi y parecía generalmente feliz y satisfecho.
"¡Queso!, dijo, y se fue a tomar un té.


Por supuesto estas escenas eran difíciles de hacer y nos causaban gran tensión. Recuerdo un rodaje nocturno. Tardaron una hora y media en maquillarme para una escena en que se suponía que mi heroína iba a traspasar una puerta de acero. caminaba por los pasillos solitarios de Mosfilm con un vestido andrajoso que chorreaba "sangre" hecha con mermelada de frambuesa. Mosfilm por la noche, con sus largos pasillos, estaba inundado de silencio. Algo blanco apareció inesperadamente delante y avanzando hacia mi. Levanté los ojos. Quien se acercaba con una chaqueta militar blanca, era Stalin. Me estremecí. Stalin también me miró sorprendido. Mi aspecto también le asustó probablemente. Cubierta de sangre y atormentada, personificaba la eterna víctima del terror. Stalin y yo nos cruzamos y aceleramos el paso.
"¡Así que tenemos compañía!"
"¡De verdad que lo vi!". Insistí.
"¡Por supuesto que lo viste! Se rió el director. "Era Bujuri Zakariadze. Está interpretando a Stalin en La Liberación.
Durante un descanso Tarkovski describió un episodio de la vida de su madre, que trabajaba como correctora en una imprenta. Más tarde, vi aquella escena en EL ESPEJO. Quedé impresionada por el sorprendente y preciso detalle que simbolizaba la época de Stalin: un cortador de papel que se asemejaba a una guillotina y un retrato de Stalin espiando a través del aparato.

domingo, 12 de abril de 2009

Suplantaciones

-Explíquese usted, hombre de Dios.
-Con mucho gusto, si no le molesta a usted escuchar mi historia -consintió el eminente profesor extranjero-. Soy actor de profesión, me llamo Wilks. Cuando trabajaba en el teatro, frecuentaba a toda clase de pícaros y bohemios. Ya me codeaba con la canalla del hipódromo, ya con la gentuza del arte; y ocasionalmente, un día, cierta guarida de soñadores desterrados me presentaron al profesor de Worms, célebre filósofo nihilista alemán. Nada extraodrinario advertí en él. Le estudié cuidadosamente. Me dijeron que aquel hombre había demostrado que Dios era el principio destructor del universo. De aquí infería él la necesidad de una energía furiosa e incesante encaminada a aniquilarlo todo. La energía lo era todo para él. El pobre hombre estaba lisiado, miope, semiparalítico. Y tenía un humor ligero; el tipo me desagradó; me puse a imitarlo por burla. De haber sido dibujante, hubiera sacado su caricatura; como yo era actor, me puse a representar su caricatura. En mi disfraz procuré exagerar los rasgos repulsivos del personaje. Al entrar en la sala en la que solían reunirse sus admiradores, yo esperaba ser recibido o entre carcajadas o, si el ánimo general no estaba para ello, con manifestaciones de indignación e insultos. Pero ¡cuál sería mi sorpresa cuando veo que me acogen con un respetuoso silencio, seguido, en cuanto abrí los labios, por un murmullo de admiración! De puro sutil me había quebrado; resultaba yo más verdadero de lo que me figuraba.

"En suma me tomaron por el legítimo y célebre profesor nihilista. Yo era entonces un muchacho de espíritu equilibrado, y aquello fue para mi un golpe terrible. Antes de que hubiera podido recobrarme, dos o tres de "mis" admiradores se me acercaron llenos de indignación, y me dijeron que en el cuarto de al lado era yo víctima de un insulto público. Pregunté qué pasaba. Me dijeron que un impertinente se había atrevido a vestirse como yo e intentaba parodiarme ridículamente. Por desgracia, yo había tomado más champaña del que me hubiera convenido, y en un rapto de locura decidí afrontar la situación. El verdadero profesor, al entrar, fue recibido por la mirada furiosa de la compañía y mi ceño glacial.

"inútil decir que hubo un choque. En vano los atribulados pesimistas se preguntaban cuál de los dos profesores parecía realmente más viejo. Yo gané al fin. Un pobre viejo valetudinario como mi rival no podía dar una impresión de caducidad tan completa como un actor joven en la primavera de la vida. Ya comprende usted: él era realmente paralítico y, llevando esta ventaja, no podía representar tan bien la parálisis como yo. Entonces intentó derrotarme intelectualmente. Pero yo le opuse una táctica muy sencilla: cada vez que él decía una cosa que sólo él podía entender, yo contestaba algo que ni yo mismo entendía. El decía, por ejemplo.
"-No creo que usted trate de aplicar el principio de que la evolución sólo es negación, puesto que ello implica ciertas lagunas que son necesarias de diferenciación.
"A lo cual replicaba yo, desdeñosamente:
"-Eso lo ha leido usted en Pinckwers; la función de la evolución como función eugenética la expuso hace ya tiempo Glumpe.
" Valga decir que los tales Pinckwers y Glumpe no existen. Pero, con gran sorpresa mía, el auditorio parecía recordarlos perfectamente. Y el profesor, viendo que el método culto y misterioso no le servía frente a un enemigo poco escrupuloso, se dedicó a atacarme con ingeniosidades de género más popular.
"-Ya veo -dijo con sorna- que usted ha triunfado como el falso cerdo de Esopo.
"-Y usted -contesté sonriendo-pierde como el erizo de Montaigne.
"Ignoro si habrá tal erizo de Montaigne.

G.K. Chesterton: "El hombre que fue Jueves"

miércoles, 1 de abril de 2009

Caderas estrechas y pechos atlánticos

Cuando tenía 17 años comencé una amistad con dos amigas. Una de ellas estudiaba derecho conmigo, era un bombazo de caderas estrechas, pechos atlánticos y cabello largo, rubio y rizado. Sus ojos eran chispitas verdes, su piel color trigo, pecosa y de rasgos menudos. Su amiga era andaluza, morena, recortada y con una gracia inigualable en el hablar. Se operó de las orejas para que no la hiciesen girar cuando el viento soplaba, según decía ella. Se llamaba Soledad, y hoy me enteré que ha muerto de cáncer. Hacía mucho que no nos veíamos. Sería cuando tenía yo 25, en pleno proceso de separación de alguien que no contento con destrozar mi vida, comenzó a atormentar a los seres a los que yo amaba. Como gotas de agua mis amigas se evaporaron en un puro arrebato de supervivencia que no pude entender sino con el paso de los años. Y claro, ahora es demasiado tarde para hablarlo con ella.

Y continuaremos creyendo que el tiempo juega a nuestro lado...como hoy, que en menos de una hora tengo que estar en la estación de autobuses para recoger a mi tío Antonio. El estaba casado con Angeles Amor. Mi tía Angeles, a la que adoraba y la única que me entregó una cartita el ´día de mi boda pidiéndome que continuase con mi vida, que no me dejase convertir en una mujer casada. Ella murió este enero, también de cáncer, y estando juntas en Madrid en octubre la convencí para que fuesemos a urgencias, pues había llegado de Patagonia y le dolía levemente el hombro derecho. Tras 15 días nos contaron que estaba roída por la enfermedad y que no había ninguna posibilidad y que ni se imaginase más de dos meses de vida. ¿Y sabes cómo reaccionó? Nos fuimos a comer al mejor restaurant de Madrid, a celebrar la vida tan intensa que había podido vivir. Los médicos no se dejaban de sorprender del hecho de que no hubiese sentido molestia alguna. Al fallecer mi tío envió tarjetas con una acuarela de mi tía asomada a la ventana en la que nos manifestaba su profundo amor, eterno...

Así que Pablo no nos queda otra que vivir, decidir, dejarnos llevar, empapar y preñar por esta vida. Más besos a Ada y a la familia...No sé cómo celebrarás hoy la noche, pero aquí la familia impone sus normas...me largo a zambullirme en la vorágine de coches cargados de patas recreándose en las compras de última hora, porque como todos los años es Navidad. Cuídate y besos. (24 de diciembre, 2002)